– Acepto sus disculpas, señorita Howard. ¿Aceptará ahora las mías?
John pensó que Virgil podía hacerlo un poco mejor e iba a abrir la boca para decirle que lo volviera a intentar, pero Georgeanne lo detuvo.
– Por supuesto -le dijo, y colocó la palma de la mano en la espalda de John. Le miró mientras deslizaba ésta hacia abajo-. Dejemos al señor Duffy con su trabajo -sugirió, con un brillo amoroso y tal vez un poco travieso en los ojos.
John le dio un beso rápido en los labios y salieron de la habitación. La apretó contra sí mientras iban andando lentamente por el pasillo hacia los vestuarios, y pensó en el sueño que había tenido después de regresar a su casa de madrugada. En lugar del sueño erótico que normalmente tenía con Georgeanne, había soñado con despertarse en una cama enorme llena de flores y rodeado por niñitas saltando por todas partes. Chicas muy femeninas con perros femeninos, que lo miraban a él como si fuera un superhéroe por matar arañas y salvar peces diminutos.
Quería ese sueño. Quería a Georgeanne. Quería una vida llena de niñas charlatanas con el pelo oscuro, muñecas Barbie y perros sin pelo. Quería camas con encaje, empapelado de flores y una mujer con una erótica voz sureña susurrándole al oído.
Él sonrió y deslizó la mano por el brazo de Georgeanne hasta el hombro. Aunque no tuvieran más hijos, tenía todo lo que quería.
Lo tenía todo.
Georgeanne se paró en las escaleras del Princeville Hotel en la isla de Kauai. El sol tropical le calentaba los hombros desnudos y la cabeza. Había tardado varios días en dominar completamente cómo ponerse el sarong, pero ahora llevaba uno fucsia con la parte de atrás de la floreada tela atada al cuello y cubriéndole el traje de baño. Se había puesto una gran orquídea detrás de una oreja y se había atado las sandalias en los tobillos. Se sentía muy femenina y pensó en Lexie.
Lexie habría adorado Kauai. Habría adorado las bellas playas y el agua fresca y azul. Pero Lexie tendría que conformarse con una camiseta. Georgeanne y John necesitaban pasar tiempo a solas y habían dejado a su hija con Ernie y la madre de John.
Un Jeep Cherokee alquilado aparcó en la cuneta. La puerta del conductor se abrió y el corazón se le hinchó bajo el pecho. Le gustaba cómo se movía John. Rebosaba confianza y caminaba con la elocuente seguridad de un hombre a gusto consigo mismo. Sólo un hombre tan seguro de sí mismo habría elegido llevar puesta una camisa azul con enormes flores rojas y grandes hojas verdes. Estaba tan seguro de sí mismo que algunas veces la abrumaba un poco. Si hubiera dejado que John hiciera las cosas a su manera, se habrían casado al día siguiente de haberse declarado. Lo había podido, retrasar un mes y así había podido planificar una bonita boda en una pequeña capilla en Bellevue.
Llevaban casados una semana y cada día lo quería más. Algunas veces sus sentimientos eran demasiado intensos y no podía contenerlos. Se refrenaba mirando al cielo y sonriendo, o riéndose sin razón aparente incapaz de contener su felicidad. Le había dado a John su confianza y su corazón. A cambio, él la había hecho sentirse segura y amada con una intensidad que algunas veces le quitaba el aliento.
Lo siguió con la mirada mientras rodeaba el Jeep. Abrió la puerta del acompañante, luego se giró y le sonrió. Georgeanne recordó la primera vez que lo había visto, de pie al lado de un Corvette rojo, con esos anchos hombros y esa elegancia innata, como un caballero con una brillante armadura.
– Aloha, señor -lo saludó en voz alta, descendiendo las escaleras para salir a su encuentro.
John frunció el ceño.
– ¿Llevas algo debajo de eso?
Ella se detuvo delante de él y encogió los hombros.
– Depende. ¿Eres un jugador de hockey?
– Sí. -Una sonrisa hizo desaparecer el ceño-. ¿Te gusta el hockey?
– No. -Georgeanne negó con la cabeza y bajó la voz, susurrando con aquella voz sureña que sabía que le volvía loco-. Pero puede que haga una excepción contigo, cariño.
Él la alcanzó y le deslizó las manos por los brazos desnudos.
– ¿Así que deseas mi cuerpo?
– Qué se le va a hacer. -Georgeanne suspiró y de nuevo sacudió la cabeza-. Soy una mujer débil y tú eres simplemente irresistible.
Rachel Gibson nació y creció en una casa repleta de niños y animales. No le gustaba el colegio, odiaba tener que aprender a escribir y su sueño era ser deportista. Después de casada descubrió La rosa de España de Shirlee Busbee y al instante se convirtió en una enamorada de la novela romántica, lo que la llevó a sentarse y escribir su primera novela. Seis años después tenía cuatro manuscritos enteros escritos y por fin una editorial decidió publicar su libro Simply irresistible obteniendo un gran éxito.
La forma tan original de escribir que tiene y su gran sentido del humor se han ganado la alabanza de toda la crítica en el mundo de la novela romántica. La autora ha ganado numerosos premios, entre ellos el Golden Heart, el National Reader's Choice y el de Romantic Times a la mejor novela de romance y humor.
***
[1] Se mofarían de ella como lo habían hecho con Gilbert Whitley. Gilbert mojaba sus pantalones en segundo grado, y nadie le había dejado olvidarlo nunca. Ahora le llamaban Gilbert Wetly [1] . Georgeanne no quiso ni pensar cómo la llamarían a ella. Pero no iba a permitir que nadie se enterase nunca. Jamás permitiría que alguien descubriese que Georgeanne Howard tenía una disfunción en el cerebro.
Juego de palabras. Wetly significa «mojado». (N. de las T.)
[2] Amoldó sus labios a los de ella y la besó con una dulce pasión, y ella se sintió como si estuviera oyendo esa vieja canción de country. «She was… the happiest girl in the whole U.S.A.». [2] También quería hacer feliz a John. Desde que mantuvo las primeras relaciones con el sexo opuesto a los quince años, Georgeanne se había transformado como un camaleón para convertirse en lo que fuera que su novio de turno quisiera. En el pasado había hecho de todo, desde teñirse el pelo de rojo a machacarse el cuerpo en un toro mecánico. Georgeanne siempre había hecho un extraordinario esfuerzo por complacer a los hombres de su vida para que no les quedara otro remedio que amarla. Puede que John no la amara en ese momento, pero terminaría haciéndolo.
«Ella era… la chica más feliz de Estados Unidos». (N. de las T.)
[3]Juego de palabras entre balls y meatballs, «pelotas» y «pelotas de carne» (albóndigas). (N de las T.)
[4]Muñecos de animales que al regarlos se cubren de hierba. (N de las T.)
[5]Juego de palabras entre little «poco» y cocky «engreído» que también significa «pene» en lenguaje vulgar. (N. de las T.)