– No es el mejor momento para tomar decisiones -le dijo Heath-. Espera unos días, un par de semanas. Las cosas no van a cambiar en ese tiempo, y tú tendrás tiempo de calmarte.
– ¿Es que tú no estarías enfadado en mi lugar?
– Yo estaría más que enfadado -admitió Heath-. Es imperdonable que no te dijera que estaba embarazada y se marchara. Podemos demandarla.
Eso no iba a suceder, pensó Matt con tristeza. Sobre todo, porque Jesse sí le había dicho que estaba embarazada, pero él no la había creído. O, más bien, no había creído que el niño fuera suyo.
No quería pensar en el pasado. Se había convertido en un hombre distinto, más controlado, más capaz, no alguien que se dejara llevar por sus emociones. Había aprendido una lección muy difícil, y no iba a cometer los mismos errores. Que él fuera el padre del niño no alteraba el hecho de que ella se había acostado con otro hombre.
– Quiero destruirla -dijo en voz baja-. Comienza con una investigación minuciosa. Quiero saber todo lo que ha hecho durante estos últimos cinco años. Dónde ha vivido, con quién se ha acostado, con quién ha hablado. Todo. Antes tenía muchos amantes, así que eso no habrá cambiado. Y puede que haya otras cosas.
Heath asintió.
– Averiguaremos lo que haya que saber y lo usaremos contra ella. Hay muchos modos de hacer que su vida sea incómoda: acuerdo en la toma de todas las decisiones, o la prohibición de salir de Seattle. La medida más importante sería pedir la custodia del niño.
Quitarle el niño. Matt pensó en cómo reaccionaría Jesse.
– Hazlo -dijo. Heath carraspeó.
– ¿Te das cuenta de que si ganas te quedarías con el crío?
– Ya me ocuparé de eso cuando suceda -dijo.
Si necesitaba ayuda, contrataría personal. Las niñeras y los internados existían por un motivo.
– Hazlo -repitió-. Prepara la demanda, pero no se la hagas llegar hasta que yo te lo diga. Quiero ver cómo va a acabar todo esto.
Había otras opciones que debía explorar. Era paciente. No tenía por qué apresurar las cosas. Podía esperar y averiguar cuál era la mejor forma de jugar la partida. La mejor forma de hacerle daño y de ganar.
* * *
Jesse sacó los brownies del horno y miró la bandeja. Parecían perfectos, como los de las otras tres hornadas que había hecho aquella mañana, pero quizá debiera probar una vez más.
– ¿Un poco obsesionada? -se preguntó, sabiendo que tenía que hacerlo lo mejor que pudiera. O Nicole admitía que los brownies eran fabulosos, o no, y había muy pocas cosas que ella pudiera hacer para cambiar el resultado. Lo único que podía hacer era mantenerse tranquila, racional.
Dejó la bandeja del horno sobre un salvamanteles para que los bizcochos se enfriaran y, en aquel momento, sonó su teléfono móvil. En la pantalla apareció un número con un código de Seattle.
– ¿Diga?
– ¿Jesse? Soy Matt. Me gustaría conocer a mi hijo.
A ella se le aceleró el pulso y se le secó la garganta. Así, tan fácil, pensó. Sin preliminares ni charla. Directamente al grano.
– A él también le gustaría -dijo entonces, con la esperanza de que pareciera que se sentía tranquila.
Sabía que la oficina de Matt estaba en Bellevue, y recordaba que había un McDonald's cerca, con una zona de juegos. El hecho de que hubiera diversión para Gabe haría que la reunión fuera más relajada. Por lo menos, ésa era la teoría.
– ¿Te apetecen una hamburguesa y unas patatas fritas?
– No tengo ganas de comer.
Y parecía que tampoco tenía ganas de ser amable, pensó ella. Le dio la dirección de la hamburguesería y quedaron a las dos de la tarde. Cuando colgaron, Jesse miró el reloj. Quedaban tres horas para la cita, lo cual le daba tiempo más que suficiente para rendirse al pánico y a la obsesión.
Dos horas y cincuenta y cinco minutos más tarde, Jesse metió el coche en el aparcamiento de McDonald's. Cuando fue a desabrocharle el cinturón de seguridad a Gabe, éste se echó en sus brazos.
– ¿Está aquí? ¿Está aquí?
– No lo sé -respondió Jesse, casi tan nerviosa como Gabe, pero por distintos motivos. Matt era el único hombre a quien había querido. Su último encuentro había sido tenso y difícil. Esperaba que las cosas mejoraran.
Gabe y ella se dirigieron hacia el interior del establecimiento. Vio a Matt enseguida. Era el único hombre que llevaba traje. Él se levantó y los miró.
Dios santo, era muy guapo, pensó Jesse al ver sus rasgos marcados y sus ojos oscuros. Irradiaba seguridad y poder, y seguramente, eso les resultaría irresistible a muchas mujeres. Sin embargo, ella conocía facetas de aquel hombre que el resto del mundo no veía. Sabía lo que le hacía reír, lo que le enfadaba, cómo le gustaba que lo besaran y acariciaran, y cómo podía ponerlo literalmente de rodillas si…
O cómo había podido hacerlo, se recordó Jesse, reprimiendo el impulso de acariciarlo y de pedirle que la abrazara. Él había sido la única persona del planeta que podía conseguir que se sintiera segura.
Cinco años era mucho tiempo para echar de menos aquella sensación, pero tendría que superarlo. Aquel Matt era un extraño para ella. Ya no lo conocía, y debería tenerlo en mente.
Él apenas la miró. Se concentró en su hijo. Gabe se acercó a él y sonrió.
– ¿Eres mi papá?
– Sí -dijo Matt.
Sin embargo, habló sin emoción, y no sonrió ni se agachó para ponerse al nivel de Gabe. Su hijo dio un paso atrás y frunció el ceño.
– ¿Estás seguro?
– Sí -dijo Matt, y se volvió hacia ella-. Vamos a hacer una prueba de ADN.
– Claro -respondió Jesse.
Ella misma se lo había ofrecido antes, ¿por qué iba a importarle ahora? Pero ¿y Gabe? ¿Por qué se comportaba Matt de aquel modo?
Entonces Jesse recordó a Electra, y se dio cuenta de que la forma de actuar de Matt no tenía nada que ver con que fuera un idiota, sino con su falta de experiencia con los niños. No sabía cómo hablarle a un niño de cuatro años.
Se relajó, y le puso la mano en el hombro a Gabe.
– No te preocupes -le dijo-. Es como el primer día de colegio, cuando no conoces a nadie. Te sientes raro, pero sabes que vas a hacer muchos amigos, ¿verdad?
Gabe la miró con una expresión decepcionada. Ella recordó cómo lo había recibido Paula, con los brazos abiertos.
Jesse se agachó.
– Está nervioso -le susurró, aunque no le importaba que Matt la oyera o no-. Tú eres su primer niño. A lo mejor tenemos que darle un poco de tiempo. Se acostumbrará a ti.
Gabe suspiró.
– ¿Puedo ir al tobogán?
– Claro.
Jesse observó cómo Gabe se alejaba hacia la zona de juegos y se preguntó si a Matt le importaba haber desilusionado a su hijo. Ella sabía que Gabe esperaba mucho más que una presentación formal.
Se acercó a una mesa desde la que podía vigilar al niño. Matt vaciló, pero después la siguió. Una vez había visto a su hijo, ¿pensaría que la reunión había terminado ya?
– Va muy bien en la escuela -dijo Jesse después de decidir que iba a comenzar a hablar-. Ha hecho el primer año de preescolar, y ha sido estupendo. Tiene una expresión verbal muy adelantada, y es muy sociable. Hace amigos con facilidad. Los profesores lo adoran.
Matt la miraba a ella, en vez de mirar a Gabe.
– Eso debe de haberlo heredado de ti.
– Quizá. También se le dan muy bien las matemáticas, lo cual seguramente le viene de ti -dijo ella, y titubeó-. Esto tiene que resultarte muy raro. El hecho de verlo así. Probablemente, ni siquiera te parece real.
– Sí, me parece muy real.
Así que Matt no iba a ponerle fáciles las cosas.
– ¿Qué quieres? -le preguntó-. ¿Lo has pensado ya?
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