Susan Mallery - Dulces problemas

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Jesse Keyes ha madurado realmente. Con un trabajo fijo y un hijo travieso de cuatro años, Gabe, ve como su vida se encuentra en un momento mucho mejor que cuando abandonó Seattle cinco años atrás, embarazada e incomprendida por casi todos aquellos que la rodeaban.
Ahora es el momento de volver a casa y enfrentarse a sus demonios. Pero sus hermanas, Claire y Nicole, no se sienten precisamente impresionadas con la nueva y mejorada Jesse. Y ahí está Matt, el padre de Gabe, que le ha dejado muy claro que no quiere volver a verla aunque el deseo arda aún entre ellos.
Jesse no sabe si puede compensar todos sus errores del pasado. Pero la promesa de dulces noches con Matt podría ser el incentivo que le hace falta para que sus molestias merezcan la pena…

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– Bien dicho.

– Un día, a los quince años, me sentí muy frustrado por un juego al que estaba jugando. Entré en su sistema, accedí al código y lo escribí de nuevo. Después les llevé la versión nueva. Me pagaron la licencia. Nuestra situación económica mejoró mucho entonces.

Jesse se quedó asombrada.

– ¿Conseguiste la licencia de un juego de ordenador cuando tenías quince años?

Él asintió.

– ¿Y te pagaron mucho?

– Me da un par de millones al año.

Si Jesse hubiera estado bebiendo en aquel momento, se habría atragantado.

– Entonces ¿eres rico?

– Supongo que sí. No lo pienso mucho.

– ¿Eres rico y llevas un protector de bolsillo?

– Déjalo ya. Te he dicho que los he tirado todos.

– Eres rico -dijo ella, sin poder quitárselo de la cabeza.

– ¿Y qué? ¿Cambia eso las cosas?

Más de lo que él pensaba, pero Jesse podía dejar la advertencia de que muchas mujeres podían ir sólo detrás de su dinero para más tarde. Se echó a reír.

– Cambia quién va a invitar a cenar.

Capítulo Tres

Presente…

Jesse había decidido pasar el trago de las reuniones tan rápidamente como fuera posible, así que se quitó de la cabeza la conversación con Matt, sobreponiéndose a los latidos acelerados de su corazón y la cascada de recuerdos que le había inundado la mente, y condujo hacia otra dirección que no conocía, guiada por el sistema de navegación.

Aquella casa no tenía verja, pero era casi tan grande como la que acababa de dejar. Sin embargo, en vez de ser un hito de la arquitectura, era una casa antigua de dos pisos que anunciaba con orgullo que allí vivía una familia.

Había un triciclo y varios juguetes en el amplio porche cubierto, y una furgoneta aparcada frente al garaje. Jesse intentó imaginarse cómo había cambiado la vida de su hermana, pero no pudo. Y sin embargo, durante los cinco años que ella había pasado fuera de Seattle, Nicole se había casado, sin invitarla a la boda, y había tenido un hijo y dos niñas gemelas. La información le había llegado a través de la melliza de Nicole, Claire, la hermana a la que Jesse nunca había conocido de verdad.

Aparcó en la calle y sacó más fotografías del bolso. Convencer a Nicole de quién era en realidad el padre de Gabe era tan importante como convencer a Matt, aunque por motivos distintos.

Salió del coche y se acercó a la puerta. Irguió los hombros, respiró profundamente y tocó el timbre. Oyó unos gritos desde dentro, y el sonido de unos pasos que corrían. La puerta principal se abrió y apareció un niño ante ella.

– ¿Quién eres? -le preguntó en voz alta, para competir con los llantos de dos bebés. Parecía que las dos niñas estaban despiertas, y no muy contentas.

– Eric, te he dicho que no abras la puerta sin preguntarme. Y no le preguntes a la persona que quién es.

Eric tenía los ojos azules y el pelo rubio, como su madre. Era de la misma estatura que Gabe, y más o menos de la misma edad. El niño suspiró y se dirigió a Jesse.

– No puedo abrir la puerta yo solo.

– Ya lo he oído. Quizá debas ir a buscar a tu mamá.

– Ya estoy aquí -dijo Nicole, acercándose con un bebé en brazos-. ¿En qué puedo ayudar…?

Se quedó callada y se detuvo en seco. Abrió los ojos como platos, y palideció.

– Hola -dijo Jesse, sintiéndose torpe e insegura por aquel recibimiento-. Hace mucho tiempo.

– ¿Jesse?

– Soy yo.

– No puedo creerlo -dijo Nicole. A lo lejos, un bebé continuaba llorando, y Nicole miró en aquella dirección-. Es Molly. Mecerlas a las dos en brazos es imposible. Hawk está de viaje. No quería marcharse, pero Brittany y él habían planeado el viaje de celebración de su graduación desde hacía mucho tiempo, y no era justo cancelarlo porque yo haya tenido unas gemelas que no duermen -dijo, y acunó al bebé que tenía en brazos para calmarlo, con cara de desesperación.

– Puedo ayudarte -dijo Jesse, y entró en la casa sin esperar invitación-. Deja que tome yo a esta.

– ¿Estás segura? -preguntó Nicole, con reticencia.

– He criado a mi hijo yo sola -respondió Jesse.

– Sí. Claro. Toma.

Jesse tomó a la niña y sonrió.

– Hola, bonita. ¿Cómo estás? ¿No dejas dormir a mamá? Ella se va a acordar, y después te va a castigar. Será mejor que lo pienses bien.

El bebé la miró fijamente, y después, lentamente, comenzó a cerrar los ojos. Nicole vaciló durante un segundo, antes de retirarse hacia la parte trasera de la casa para recoger a Molly. Eric observó a Jesse con atención.

– ¿Quién eres? -le preguntó.

– Soy tu tía Jesse -dijo ella mientras cerraba la puerta principal. Después siguió al niño hacia el salón.

Había un sofá y una televisión, juguetes, y un montón de pañales en una silla. Había zapatitos por todo el pasillo hasta la cocina.

Jesse recordaba que la casa de Nicole era muy ordenada y muy tranquila. Era un lugar en el que ella nunca se había sentido en su hogar. Aunque aquella otra casa hacía que se sintiera más relajada, no podía creer que su hermana perfecta viviera en tal caos.

Un perro pequeño, blanco y peludo atravesó corriendo la habitación, seguido por otro, un poco más grande, de color blanco y negro. ¿Mascotas? ¿Nicole tenía perros?

– Es Sheila -dijo Eric-. Rambo es su hijo. Como yo soy hijo de mi papá -dijo con orgullo.

Nicole volvió con una segunda niña y se dejó caer sobre una silla.

– Hazte sitio -murmuró mientras mecía a su hija con una desesperación que daba a entender que llevaba muchas noches de insomnio-. Vamos, Molly. No puede ser tan malo, ¿no?

Kim, el bebé que tenía Jesse, se había quedado lo suficientemente silenciosa como para que Nicole preguntara:

– ¿Quieres que la deje en su cuna?

Nicole negó con la cabeza.

– No se va a dormir. Se despertará dentro de un instante.

– Podemos intentarlo -dijo Jesse, sabiendo que lo único que iba a permitir que Nicole descansara sería dejar a las niñas en sus cunas.

Nicole se encogió de hombros.

– Como quieras. Están en nuestro dormitorio.

– Yo te lo enseñaré -dijo Eric, que había estado junto a su madre durante aquellos minutos.

Después, condujo a Jesse por un pasillo corto hasta el dormitorio principal. Allí había dos cunas, en una sala de descanso que precedía al dormitorio.

– Ésta es la de Kim -dijo Eric, señalándole la de la derecha.

Ella sonrió.

– Vaya, eres de gran ayuda. Seguro que tu mamá está muy contenta de tenerte con ella. Eres un hermano mayor estupendo.

La sonrisa de Eric fue enorme.

– Yo soy el hombre de la casa mientras papá está fuera.

– Tu mamá tiene mucha suerte.

Jesse dejó a la niña en la cuna y Kim siguió durmiendo. Jesse encendió el transmisor que había sobre la cuna y le hizo un gesto a Eric para que la siguiera hacia el salón. Allí, Nicole se quedó mirándola.

– ¿Está dormida?

– Sí. ¿Quieres que me quede con Molly mientras te das una ducha?

Nicole titubeó, como si fuera a negarse, pero después le entregó la niña a Jesse y se alejó rápidamente por el pasillo.

Jesse miró a su sobrina.

– ¿Tenéis una de esas hamacas que mecen al bebé? -le preguntó a Eric.

Él asintió y señaló la esquina más alejada.

Jesse la arrastró hasta ponerla frente al sofá. Molly se quejó cuando la puso dentro, pero cuando la silla comenzó a mecerse, se quedó callada. A los pocos minutos, Nicole regresó.

– ¿Dónde está Molly? -preguntó.

Jesse le señaló a la niña, que estaba adormecida en la sillita. Nicole se sentó con un suspiro en una silla, junto a la mesa. Sin embargo, en aquel momento sonó el timbre. Nicole dio un respingo y Eric se fue corriendo.

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