Susan Mallery - El Jeque y el Amor

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El príncipe Jefri de Bahania se sentía obnubilado… ¡por una mujer! Y no cualquier mujer, sino Billie Van Horn; su guapísima y exigente instructora de vuelo, que era todo un desafío para un hombre como él. Quizá fuera todo un as en el aire, pero en lo que se refería al amor, Billie prefería mantener los pies en la tierra. ¿Por qué entonces sentía que flotaba por encima de las nubes cada vez que estaba con aquel jeque tan sexy? Además, sabía que en cuanto el honor se lo exigiera, él se marcharía de su lado… A menos que desafiara a su destino y eligiera el amor…
Aquella mujer ponía a prueba su honor… y su masculinidad

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La propietaria les ofreció té y café mientras Jefri explicaba lo que querían. Tahira tenía que hacerse con un vestuario completo, y Billie sería su asesora.

– Debes permitirme que te dé las gracias por tu amabilidad en este asunto -dijo Jefri, cuando la encargada se llevó a Tahira al probador.

Billie dejó a Muffin en el suelo. Cuando se incorporó, tuvo cuidado de mantener la distancia con Jefri y se puso a echar un vistazo a las elegantes prendas colgadas en un perchero redondo.

– No son necesarias -dijo.

Sacó una blusa de encaje negro e hizo una mueca al ver la etiqueta con el precio. Mil doscientos dólares. Eso sí que era para poner en aprietos a cualquiera de sus tarjetas de crédito.

– Elige lo que quieras -dijo él.

Billie dejó la blusa en su sitio y aspiró hondo.

– No necesito tu dinero. Puedo comprarme yo mi ropa.

– Lo sé. Sólo intento…

Billie lo miro.

– ¿Sí? ¿Sólo intentas qué?

Jefri la miró, irritado.

– Sabes cómo hacer más difícil una situación de por sí imposible.

– ¿Yo? ¿Qué he hecho yo?

– Estar ahí, provocándome.

– Yo no te estoy provocando.

– Lo haces con cada respiración, con cada movimiento. Y ahora cuando intento ofrecerte algo insignificante me lo echas a la cara con total desprecio.

– ¿Ofrecerme qué? ¿Ropa?

– Sí. No puedo decir lo que siento. No puedo ofrecerte nada más que esto.

Un dilema a la altura de un príncipe, pensó Billie, sin saber cómo reaccionar.

– Escucha, estoy bien – no era cierto, pero ¿qué otra cosa podía decir? -. No necesito…

Jefri le tocó el brazo. El ligero contacto apenas le rozó la camisa, pero ella lo sintió hasta en los huesos. El mundo a su alrededor pareció desaparecer.

– Por favor -susurro él.

– Es sólo ropa -dijo ella.

– ¿Lo es?

Billie no entendió la pregunta, pero era más fácil encogerse de hombros y decir:

– Si tanto significa para ti.

– Sí.

La propietaria de la tienda regresó. Era una mujer alta, de pelo canoso y porte elegante.

– Tahira empezará con ropa informal. Ven, pequeña.

Tahira apareció en un elegante traje pantalón. La chaqueta entallada daba una forma más femenina a su cuerpo adolescente, y el corte de los pantalones hacía que las piernas parecieran más largas.

– Muy bonito -dijo Billie, sonriendo sinceramente-. ¿Te gusta?

La joven titubeó, y después miró a Jefri.

– ¿Tú qué opinas?

Jefri asintió. Tahira sonrió resplandeciente.

– Entonces a mí también me gusta -dijo, y volvió al probador.

Billie logró contener una mueca de incredulidad.

– Te adora demasiado. Seguro que estás encantado.

Jefri la miró con el ceño fruncido.

– No necesito la adoración de una niña.

– Qué lástima, porque eso es lo que pediste le espetó ella, sin poder contenerse-. La próxima vez que pidas una esposa, procura no olvidarte de especificar una horquilla de edad.

– No habrá próxima vez -masculló él, furioso-. Hacerlo la primera y única vez fue una gran equivocación.

Lástima que hubiera llegado a esa conclusión demasiado tarde, pensó ella, sombríamente.

– Es una niña -le recordó -. No puedes hacerle daño.

– ¿Ahora te vas a poner de su lado?

– Alguien tiene que hacerlo. Lo digo en serio, Jefri. Tú eres todo su mundo.

Jefri hundió la mirada en sus ojos.

– No es lo que yo quería.

– Pues es lo que has conseguido, y tienes que aceptarlo.

Y ella también. Miró a su alrededor con la excusa de buscar a Muffin.

– Tengo que encontrar a Muffin -dijo, y se alejó.

Tenía que olvidarlo. A él y todo lo que había habido entre ellos. Entre Jefri y ella no había futuro. Cuando concluyera el programa de formación de pilotos, ella se iría sin volver la vista atrás. No había otra alternativa.

La mañana fue pasando lentamente. Jefri no había pensado en la tortura de estar cerca de Billie y tener que fingir indiferencia hacia ella. Tenía que mantener su atención en Tahira, y soportar sus sonrisas, atenciones e intentos de complacerlo. La joven no tenía opiniones propias; sólo esperaba las del príncipe para hacerlas suyas.

Billie procuraba mantenerse alejada de él, desapareciendo de su lado con la excusa de buscar un vestido, u otra talla para Tahira, o a la perra.

Tahira apareció enfundada en un vestido verde claro que caía hasta la rodillas. Jefri la observó con la distancia de quien contempla una escultura. Era una joven atractiva, sí, razonablemente inteligente y de buen trato. Su único pecado era no ser la mujer que ocupaba sus sueños.

– ¿Qué te parece a ti? -preguntó Jefri, antes de que ella le pidiera su opinión.

La joven lo miro confusa.

– Pero tú eres el príncipe.

– Sí, lo sé. No has respondido a mi pregunta – insistió él.

Tahira estudió su reflejo en el espejo con cuidado.

– El color es bonito -dijo despacio-, pero el largo no me queda bien. Tendría que ser tres o cuatro centímetros más largo o más corto. Y algo más aquí -añadió, tocándose las caderas-, suavizaría la silueta.

– Como quieras -dijo él.

Tahira encontró su mirada en el espejo.

– ¿Qué quieres decir?

– Pide que alteren el vestido o busca otro que te guste más.

La joven abrió desmesuradamente los ojos.

– Pero no me has dicho qué te parece.

– Lo sé.

Tahira quedó tan desconcertada y asustada como un animalillo del bosque y se metió rápidamente en el probador.

– Tienes que controlarte -dijo Billie, apareciendo detrás de unos vestidos-. Demasiada libertad de golpe sólo la asustará.

– Ya lo veo.

Billie acarició un traje de noche sin mirarlo.

– Me alegro de que vayas a ser amable con ella.

– Aún no te has probado nada -dijo él por respuesta.

Billie se encogió de hombros.

– Esta tienda no es mi estilo.

– ¿Por qué sé que eso no es cierto? -dijo él, acercándose al expositor de vestidos y empezando a pasarlos de uno en uno.

Todos eran elegantes modelos de noche, pero ninguno llamó su atención hasta que vio uno en azul con pedrería. Los distintos tonos de azul eran tan hermosos como el Mar de Arabia y danzaban por la tela de forma deslumbrante.

– Este -dijo él, ofreciéndoselo.

– No, no puedo -dijo ella automáticamente.

– Claro que sí -dijo él, poniéndoselo en las manos.

Billie se lo colocó delante.

– Es más bien un traje de princesa, algo que yo no soy precisamente.

Jefri la miró, deseando lo que no podía tener e incapaz de desear lo que tenía.

– Pruébatelo -insistió.

Billie se rindió y desapareció en la zona de probadores.

Jefri se sentó en uno de los sillones tratando de no imaginar lo que Billie estaba haciendo en ese momento, desnudarse antes de ponerse el vestido. Desesperado, se puso en pie. Por un momento pensó en seguirla al pequeño probador y hacerla suya allí mismo. ¿Se resistiría a él? ¿O se entregaría sin reservas?

Él ya conocía la textura de su piel y la fragancia de su cuerpo. Y sabía cómo llevarla a lo más alto de una potente oleada de placer que la dejaría totalmente desmadejada y satisfecha entre sus brazos.

– ¿Príncipe Jefri?

La voz de Tahira lo obligó a volver a la realidad. Abrió los ojos y vio a la joven en un sencillo traje de noche negro. En ese momento, Billie apareció a su lado. La tela brillante y tornasolada abrazaba cada curva de su cuerpo como si hubiera sido hecho específicamente para ella. La luz que se reflejaba en las piedras daba un nuevo brillo a su piel.

Era una diosa al lado de una simple mortal.

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