Susan Mallery - El Jeque y el Amor

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El príncipe Jefri de Bahania se sentía obnubilado… ¡por una mujer! Y no cualquier mujer, sino Billie Van Horn; su guapísima y exigente instructora de vuelo, que era todo un desafío para un hombre como él. Quizá fuera todo un as en el aire, pero en lo que se refería al amor, Billie prefería mantener los pies en la tierra. ¿Por qué entonces sentía que flotaba por encima de las nubes cada vez que estaba con aquel jeque tan sexy? Además, sabía que en cuanto el honor se lo exigiera, él se marcharía de su lado… A menos que desafiara a su destino y eligiera el amor…
Aquella mujer ponía a prueba su honor… y su masculinidad

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– No importa -dijo a la joven, sentándose en un sillón-. Siéntate, por favor.

La joven se sentó en el sofá.

– Eres muy amable.

La larga melena negra de Tahira le caía casi hasta la cintura y enmarcaba los delicados rasgos de la cara y su cuerpo frágil y pequeño. Billie no era muy alta, pero junto a la adolescente parecía casi un gigante.

La prometida de Jefri llevaba un vestido horrible. Era evidente que la educación principesca de las monjas no la había preparado para estar al día en el mundo de la moda, y Billie pensó que seguramente aquellas revistas femeninas en el suelo serían las primeras que Tahira veía en su vida.

– ¿Te gustan? -preguntó Billie, señalando las revistas.

– ¡Son maravillosas! -respondió Tahira, entusiasmada-. La ropa es magnífica, y las mujeres… yo nunca podré parecerme a ellas.

– Ni la mayoría de nosotras tampoco-dijo Billie, con una carcajada-. Ni siquiera debemos intentarlo. Pero están bien porque te dan ideas sobre ropa y accesorios.

– Yo no tengo ropa bonita -dijo Tahira-. En el colegio no nos dejaban vestir a la moda.

– Ahora ya no estás allí.

– Lo sé -Tahira suspiró-. Este palacio es tan diferente… Y hay tantos hombres…

– Supongo que no permitían la entrada de hombres en el colegio.

– ¡Claro que no! -exclamó la joven adolescente, escandalizada-. Sólo los sacerdotes. Y uno de los médicos era hombre, pero era muy mayor. Y el rey, que venía a verme una vez al año.

– ¿Y excursiones? ¿No hacíais excursiones en las vacaciones?

– Alguna vez, por la isla. Pero sólo en grupos, y nunca cuando había turistas.

A Billie le resultaba difícil imaginar una vida tan recluida y aislada. Dejó a Muffin en el suelo y recogió las revistas.

– Ya las he leído-dijo, ofreciendo el montón a Tahira-. Puedes llevártelas si quieres.

– ¿De verdad? -los ojos de la joven se iluminaron-. Eres muy amable.

«Menos de lo que crees», pensó Billie, encogiéndose de hombros.

– No es nada.

La adolescente abrazó las revistas.

– Tú pilotas aviones -dijo, con admiración-. El príncipe Jefri lo mencionó. A mí me da miedo volar -añadió, en voz baja-. Los aviones van muy deprisa, y muy alto.

– Con el tiempo te acostumbras -le aseguró Billie.

Tahira se acercó al borde del sofá.

– No es sólo volar -reconoció-. Muchas cosas me dan miedo. El príncipe Jefri, por ejemplo, Es tan alto y tan autoritario… Cuando habla me entran ganas de salir corriendo y esconderme detrás del sofá.

Billie reprimió el impulso de salir corriendo de la habitación. Esa no era la conversación que deseaba tener, y mucho menos con la prometida de Jefri. Pero tuvo la impresión de que la joven no podía pedir ayuda a nadie más.

– Cuando estoy con él nunca sé qué decir. Casi nunca digo nada. Y además, me parece que no le gusto mucho.

Billie contuvo un suspiro. No era justo. ¿Por qué ella? ¿Acaso no había más mujeres en el palacio? Cleo, la esposa del príncipe Sadik. O las secretarias, o las doncellas.

– Apenas os conocéis -explicó Billie, tratando de ser razonable -. Tenéis que estar más tiempo juntos.

Tahira no pareció muy convencida.

– Pensaba que lo sabría. Que cuando conociera al príncipe Jefri, el corazón me latiría más deprisa y me temblarían las rodillas.

Billie la miró.

– ¿Cómo sabes lo de las rodillas?

Tahira agachó la cabeza.

– Algunas chicas tenían familia e iban de vacaciones. Cuando volvían traían libros, historias sobre enamorarse y todo eso -se mordió el labio -. ¿Crees que está mal leer ese tipo de cosas?

– Claro que no.

– No estaba segura, y no se lo podía preguntar a nadie. Cuando conocí al príncipe Jefri, pensé… -la joven se interrumpió-. Bueno, como tú has dicho, no nos conocemos.

Billie intentó ver la situación con objetividad. Tahira era una joven tímida y agradable, aunque probablemente no la mujer que Jefri, un hombre testarudo, arrogante y maravilloso, necesitaba.

– Quiero que el príncipe se sienta orgulloso de mí. Estoy leyendo sobre política nacional e internacional para que en la cena de gala de esta semana pueda hablar sin que se avergüence de mí.

¿La cena de gala? Billie también estaba invitada, pero ahora que había aparecido Tahira ya no estaba tan segura de desear asistir.

Estaba empezando a sentir el principio de un dolor de cabeza, y no sabía cómo pedirle a Tahira que la dejara sola.

– No sé qué ponerme. No sé nada de moda ni de qué ponerme para una cena formal.

– Estoy segura de que hay tiendas maravillosas…

– Sí -dijo Tahira, entusiasmada-. El príncipe me ha dicho que vaya de compras. Tengo una cita mañana por la mañana. Quería pedirte que vinieras conmigo.

Billie cerró los ojos un momento, deseando poder decir que no.

– No soy experta en cenas oficiales -se excusó.

– Pero eres muy guapa, y tienes mucho estilo. Me encanta tu ropa.

Billie pensó que aquello era su castigo. Seguramente por haberse dejado seducir por Jefri. Al fin, decidió rendirse ante lo inevitable y terminar cuanto antes.

– Está bien. Te acompañaré.

La cara de la joven se iluminó.

– Muchas gracias. Eres muy amable. ¿Te parece buena hora a las diez?

– Desde luego.

Billie tendría que avisar a Doyle de que no iría al aeropuerto. Su hermano protestaría, pero no le importaba. Además, un día de compras con Tahira significaba un día lejos de Jefri, y en ese momento le parecía mucho más llevadero que tener que derribarlo a los mandos de un avión.

Puntualmente a las diez de la mañana del día siguiente y con Muffin en brazos, Billie salió a la entrada principal del palacio donde Tahira estaba esperándola.

La joven había cambiado el horrible vestido verde del día anterior por otro marrón igual de espantoso. Llevaba la larga melena negra recogida en una trenza a la espalda y la cara lavada, sin rastro de maquillaje. Billie pensó que con un retoque en las cejas, un poco de sombra de ojos y un toque de carmín la joven estaría mucho más atractiva. Un corte de pelo más moderno tampoco le sentaría mal.

– Bien, ya estás aquí.

Al escuchar la voz grave y sensual de Jefri a su espalda, Billie sintió que se le encogía el estómago y le temblaban las piernas. Miró a Tahira.

– ¿Tu prometido viene con nosotras?

– Sí. Cuando le dije que íbamos a ir juntas, se ofreció a acompañarnos -dijo la joven, suplicándole con los ojos que no la dejara sola con él.

Jefri se detuvo delante de ella, y Billie no pudo evitar reparar en lo atractivo que estaba con su traje a medida y lo mucho que deseaba perderse en sus brazos.

– Os acompañaré a la boutique -la informó-. Tahira necesita un guardarropa completo, incluida ropa formal. Hablaré con la persona indicada para que se ocupe de vosotras.

Eso era lo que mejor hacía, pensó Billie mientras él le puso una mano en la espalda y la llevó hacia el exterior. Organizar y ordenar, eso era lo que mejor se le daba. Por algo era un príncipe. Y ella, teniéndolo otra vez tan cerca, sería incapaz de pensar o funcionar con normalidad. ¿Por qué no habría ido al aeropuerto?

Tahira salió detrás de ellos, ajena a toda la tensión e intensidad que fluía entre los dos. Cuando llegaron a la limusina, ella entró primero y se sentó en el asiento lateral. Después lo hizo Billie, y por fin Jefri, que se sentó a su lado.

La boutique se encontraba en una amplia avenida, en la esquina de un enorme bazar, y Jefri las hizo entrar en el interior de la elegante tienda de diseños exclusivos. La exclusiva boutique olía a flores, especias y dinero, uno de esos lugares donde a Billie le encantaba pasar la tarde y castigar seriamente su tarjeta de crédito. Hoy sin embargo tenía la sensación de que las cosas serían diferentes. Con Jefri cerca, tendría que estar alerta y no dejarse llevar por la tentación de las compras.

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