Ella estaba segura de eso, aunque algunas de sus admiradoras se habían vuelto contra él. Se preguntó qué se sentiría al ser un personaje tan público y decidió que no podía ser algo bueno. Además, para complicar más las cosas, Reid tenía la mala costumbre de elegir las mujeres menos adecuadas.
– ¿Qué tal con Gloria? -preguntó él mientras calentaba la sartén y preparaba la quesadilla.
– Muy bien. Está avanzando.
– Es atroz, puedes decirlo.
– Ni aunque me tortures.
– Yo tenía razón -Reid arqueó las cejas-. Reconócelo.
– No. Sigo pensando que su familia contribuyó a que sea como es. Está sola y abandonada.
– Es irascible, complicada y perversa.
– No es perversa… conmigo.
– No la conoces bien -replicó Reid mientras metía la tortita doblada en la sartén.
Lori dejó el vaso e intentó mirar a algo que no fuera el hombre que estaba a los fogones. Si no lo hacía, iba a empezar a babear. Daba igual que su personalidad fuera dudosa, a su cuerpo le daban igual las otras tres mil mujeres con las que se había acostado. Sólo quería ser la siguiente. ¡Qué tristeza! Agarró la primera hoja de papel del montón que había estado hojeando Reid.
– ¿Qué es esto? -preguntó ella al leer la carta de un niño que le pedía un autógrafo.
– Un montón de tonterías que me ha mandado mi representante. Su oficina se ocupa del correo de mis admiradores y no sé si no es un error.
Lori se acordó del artículo y de que decía que Reid no hacía caso de los niños necesitados.
– No quería molestarme -Reid dio la vuelta a la tortita-. Ese es mi gran delito. Confié en otros para que se ocuparan y parece ser que hicieron un trabajo desastroso. Seth respondía a todo con un cheque.
– ¿Seth es tu representante?
– Sí. Me invitaron a la inauguración de un hospital y no me enteré. Me incluyeron en el programa y todo. Eso está mal hecho.
– Pero si no lo sabías, no es culpa tuya.
¡Cómo! ¿Estaba defendiéndolo? ¿Acaso no lo consideraba una escoria? Esas fotos lo confirmaban.
– Díselo a todos los que estuvieron esperándome -sacó un plato del armario y puso la quesadilla-. Es peor todavía. Un niño que estaba muriéndose quería conocerme como su último deseo. Y yo no me presenté. A cambio, recibió una foto y un bate de béisbol firmados -dejó el plato delante de ella y se sentó enfrente-. Es una pesadez.
Ella sintió lástima de él, pero también quería zarandearlo.
– Eres un jugador de béisbol famoso, ¿no? -preguntó ella antes de probar la quesadilla, que estaba deliciosa.
– Lo fui.
– Entonces puedes influir más que la mayoría de la gente. La cosas salieron mal, pero puedes arreglarlo. El periódico hablaba de unos niños que se quedaron abandonados sin billete de vuelta. Devuélveles el dinero. Llama a ese niño y vete a verlo. Ocúpate del correo de tus admiradores. Riñe a tu representante o despídelo. Participa.
Reid miró fijamente a la ventana que había encima del fregadero.
– No es tan fácil.
En ese momento, zarandearlo era más importante que sentir lástima.
– Puede serlo. Ya sé que antes estabas demasiado ocupado con tu apasionante vida, pero ya no te sirve de excusa. Tienes una responsabilidad. Sé la persona que todo el mundo espera que seas. Madura. Podrías sorprenderte a ti mismo.
– No tienes un concepto muy bueno de mí. ¿verdad?
– No.
Él sonrió lenta y sensualmente. Una sonrisa que la cautivó. Si hubiera mostrado el más mínimo interés, ella se habría arrancado la ropa y lo habrían hecho allí mismo, en la mesa de la cocina. Aunque, según Cassie, no era gran cosa en la cama. A ella, sin embargo, le daba la sensación de que Cassie mentía. Todo él, su forma de moverse, de coquetear y de hablar, dejaba muy claro que le encantaban las mujeres. Todas las mujeres. Todas las mujeres, menos ella.
La realidad le cayó como un jarro de agua fría. Fin de la fantasía. Ella no era su tipo. Él nunca la vería atractiva. Si llegara a saber cuánto la había trastornado, sentiría lástima por ella. La idea le avergonzó y empezó a hablar antes de poder evitarlo.
– Las cosas claras. No me interesas -aseguró ella sin inmutarse-. Ni tú ni ninguno como tú. No podrías gustarme ni te respetaría.
Las palabras se quedaron flotando en el aire y ella quiso recuperarlas como fuera. ¿En qué estaba pensando? Era Reid Buchanan y podía despedazarla con un par de palabras bien elegidas. Se preparó para el ataque cuando él se levantó y la miró desde las alturas.
– Creía que eras distinta -dijo con tranquilidad-. No creía que fueras a hacer leña del árbol caído. Pero me he equivocado.
Él desapareció y ella se quedó sola. Volvió a sentir vergüenza, pero no por desear a un hombre que nunca conseguiría sino por hacer daño a alguien que no se lo merecía. Había intentado consolarse pensando que sólo era una fachada bonita y no una persona, pero se había equivocado. Reid era de verdad. Había sido despectiva y desconsiderada, como había esperado que se comportara él. Como otros se habían comportado con ella. Se había convertido en alguien que no le gustaba y no sabía cómo arreglarlo.
El teléfono sonó y Lori se quedó mirándolo.
– ¿Vas a contestar? -preguntó.
Gloria siguió mirando la revista de DVDs.
– No quiero hablar con nadie.
– Entontes hablaré yo -Lori descolgó-. Diga…
– Soy Cal Buchanan, tú eres, ah…
– Lori Johnston. Hablamos cuando llamaste antes. Hola, ¿qué tal?
– Bien. Llamo para saber qué tal está mi abuela. He pensado que luego podría ir a visitarla.
– Me parece muy bien -Lori tapó el auricular con la mano-. Es Cal. Quiere venir a visitarte.
– No -Gloria no levantó la mirada de la revista-. Dile que me deje en paz.
– Está encantada y deseando verte.
– ¿Puedo oírselo a ella? -Cal se rió.
– No. No dice siempre lo que piensa. Hay que leer entre líneas.
– Cuelga inmediatamente -le ordenó Gloria tajantemente-. No volverás contestar el teléfono ni a hablar en mi nombre.
Lori se alejó un poco para ponerse fuera del alcance de su paciente.
– Tu abuela está mejorando, avanza día a día. Hasta el fisioterapeuta está impresionado y es un hueso duro de roer. Ha engordado un poco. No tanto como yo quisiera, pero soy muy exigente.
– Estás molestándome -Gloria frunció el ceño-. Cuelga o dile a Cal que puede visitarme, pero él solo, sin esa ramera con la que se casó ni ese espantoso bebé.
Lori hizo una mueca de horror. No había tapado el teléfono y, a juzgar por los juramentos de Cal, había oído cada una de las palabras.
– ¿Por qué me molestaré…? -dijo él antes de colgar.
Lori también colgó.
– ¿Qué mosca te ha picado? -preguntó Lori-. ¿Por qué has dicho eso? Es tu nieto. Era la segunda vez que llamaba para venir a visitarte. Eso me demuestra un interés impresionante. Si sólo quería ser cortés, habría bastado con una llamada.
Gloria, en vez de contestar, volvió a hojear el catálogo. Lori se lo quitó y lo tiró al suelo.
– Estoy hablándote.
– Esta conversación no me interesa. Tienes que tener cuidado. Estás a punto de pasarte de la raya.
– Mira cómo tiemblo de miedo. ¿Qué mosca te ha picado? -volvió a preguntarle-. ¿Por qué te comportas así? No tiene sentido. Sé que te sientes sola; sé que sientes dolor y sabes que la muerte está cerca. Es normal después de lo que has pasado. Puedes superarlo con ayuda de la gente, pero tú la rehúyes. Hablamos de tu familia y tu te empeñas en ahuyentarla. ¿Por qué?
– No voy a hablar de esto contigo.
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