Susan Mallery - Inmune A Sus Encantos

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Inmune A Sus Encantos: краткое содержание, описание и аннотация

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Siempre causó admiración en el campo. Pero, ¿y entre las sábanas?
Un malicioso artículo sobre Reid Buchanan había puesto en duda el talento del ex jugador de béisbol para los juegos de cama. Pero ése era sólo uno de sus problemas. Con una cadera rota, la abuela de Reid necesitaba cuidados constantes, y él había contratado a las dos primeras enfermeras por sus habilidades… con él. Y cuando tuvo que encontrar a una tercera, eligió a Lori Johnson, la primera candidata que parecía inmune a sus encantos.
Lori nunca perdía el tiempo con hombres como Reid Buchanan. ¿Entonces por qué estaba debilitando sus fuertes defensas con aquella sexy sonrisa y con la amabilidad que le demostraba constantemente? Sólo había una explicación para lo que estaba pasando entre ellos… la química. Una química muy ardiente.

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– Te habías ido -saludo Reid mientras ella dejaba el bolso en una balda de la despensa.

– Sí, me había ido y he vuelto.

Lo miró fijamente. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? ¿Por qué no podía ser feo o, por lo menos, normal? ¿Por qué sus ojos hacían que quisiera sumergirse en lo que decía y por qué su boca le inspiraba algunos actos sexuales que podrían estar prohibidos en los Estados más conservadores? Intentó pasar de largo, pero él se lo impidió.

– Tengo que ir a ver cómo está Gloria -dijo ella.

– Ya lo he hecho yo. Está dormida. Quiero hablar contigo.

Ella se sintió presa del pánico. No quería tener ninguna conversación.

– Tengo muchas cosas que hacer.

– ¿Muchas cosas? ¿Qué? -preguntó él con las cejas arqueadas.

– Cosas. Cosas… importantes -balbució ella.

No podía lidiar con él en ese momento. Seguía turbada por la última vez que se habían visto y se sentía vulnerable por lo que le estaba pasando a Madeline.

Pensar en su hermana la dejó sin fuerzas, se encogió de hombros y lo miró fijamente.

– Muy bien. ¿De qué quieres hablar?

– No puedes ceder a la primera -le reprochó él-. No es justo.

– ¿Te quejas porque te dejo que te salgas con la tuya? No sabes lo que quieres.

– Te pasa algo. ¿Qué te pasa? -preguntó él.

– Nada -contestó ella mientras se daba la vuelta.

– Conozco lo suficiente a las mujeres para saber que eso significa algo, pero tendré que sonsacártelo -la agarró del brazo-. Dímelo.

No pensaba decirle nada. Era un asunto sólo suyo. No podía comentarlo con nadie. Desde luego, no podía hablarlo con Madeline, que bastante tenía consigo misma, y menos aún con su madre, que era un cero a la izquierda.

Detestaba sentirse tentada, pero detestaba más todavía que, a pesar de todo, sintiera de aquella manera el contado de sus dedos en el brazo. Notaba, a través del jersey, su calor, sentía anhelo y muchos otros deseos que nunca satisfaría.

– Márchate -le dijo dándose cuenta de que empezaba a parecerse mucho a Gloria.

– A lo mejor puedo ayudarte.

– ¿Como ayudaste a todos esos niños que te escribieron? -preguntó ella mientras se soltaba el brazo y lo miraba con rabia-. No lo creo. Sin embargo, si tanto quieres saberlo, le lo diré. Mi hermana está muriéndose. ¿Contento? Tiene una hepatitis C grave que le contagiaron hace años en una transfusión. Podría salvarse con un trasplante de hígado, pero su grupo sanguíneo es muy especial y tiene pocas posibilidades. Por eso creo que vas a ser de poca ayuda, a no ser que seas AB negativo y estés dispuesto a donar tu hígado por una buena causa.

Fue hacia la cocina, pero antes de haber dado cinco pasos, se sintió abrumada. Quizá Reid fuera un majadero, pero nunca lo había sido directamente con ella. No tenía derecho a maltratarlo. A su modo, seguramente había intentado ayudarla. Lo miró y vio su expresión atónita.

– Perdóname. No debería haberte dicho eso. El médico no tenía buenas noticias y he estallado.

Entonces, para sorpresa suya y de Reid, se echó a llorar. Intentó dominarse pese a las lágrimas que le caían por las mejillas. Nunca lloraba. No se lo permitía. Era una mujer juiciosa, lógica y abnegada. No se permitía la debilidad y no la respetaba en los demás. Sin embargo, no podía dejar de llorar.

Súbitamente, Reid apareció ante ella y la rodeó con sus brazos. Sin dejar de llorar, se dejó abrazar y consolar. Era alto y fuerte, pero, por una vez, pensó que a él no le interesaba el sexo. Tuvo la extraña sensación de que podía confiar en Reid. Lo cual era un disparate. Ese hombre era tan fiable como unas arenas movedizas.

Aun así, sentirse abrazada era muy agradable. Cedió a la flaqueza hasta que se le secaron las lágrimas. Entonces, tomó aire, retrocedió un paso y se limpió la cara con la manga.

– Lo siento -se disculpó con la mirada clavada en el suelo.

– ¿Qué pasó en la visita al médico? -preguntó él con calma.

Ella lo miró y sólo vio compasión en su mirada. Se encogió de hombros.

– Desde que le dieron el diagnóstico supe que era malo. Soy enfermera y pude imaginarme lo que iba a pasar, pero supongo que creí que a mi hermana no podía pasarle nada malo. Hasta ahora, ha llevado una vida casi perfecta. El médico habló del tiempo que le quedaba y de que teníamos que pensar en ingresarla en cuidados paliativos. Eso me impresionó. Hablaba del final.

Reid la agarró de la mano.

– ¿Cuál es el plazo?

– Alrededor de un año. Se mudó a vivir conmigo hace unos meses. Empieza a tener días muy malos. Trabaja a tiempo parcial, pero eso no durará mucho. Acepté este trabajo porque el horario me permite estar más tiempo con ella y el sueldo es muy bueno. Estoy ahorrando todo lo que puedo para poder pasar los últimos meses con ella -Lori le estrechó con fuerza la mano y contuvo las lágrimas-. Madeline quería hablar hoy de eso. De vuelta a casa me dijo que no quería que alterara mi vida por ella: que le parecía muy bien ingresar en cuidados paliativos. Pero yo no quiero dejarla, puedo cuidarla.

– ¿La única forma de salvarla es con un trasplante de hígado?

– Sí. A no ser que encuentren un tratamiento milagroso, y es poco probable que ocurra a tiempo. Me he hecho las pruebas, pero no soy compatible.

– No puedes prescindir de tu hígado -replicó él con el ceño fruncido.

Pese a la tristeza y la amenaza del llanto, ella sonrió.

– Ahora se utilizan donantes vivos. Tomarían un trozo de mi hígado. Pero da igual, no puedo donarlo. Mi madre podría, pero bebió tanto durante tanto tiempo que casi no le queda hígado -Lori se soltó la mano y retrocedió-. Es muy típico de Madeline tener un grupo sanguíneo singular. Es perfecta en todos los demás sentidos, pero ¿por qué no puede tener O positivo, como la mayoría de la gente?

Era más fácil bromear que reconocer el verdadero problema. Su problema y el de Madeline no tenían una solución fácil. Lori nunca había sabido qué decir ni qué hacer. Vivía con remordimiento porque, aunque adoraba a su hermana, también había sentido resquemor hacia ella en la misma medida. Lo que la convertía en una persona espantosa.

– Lo siento muchísimo -dijo Reid-. Sé que no sirve de nada, pero no sé qué decir.

Lori, mientras lo miraba a los ojos, pensó que parecía sincero. Ninguno sabía qué hacer y eso era algo interesante para compartir.

– Gracias -dijo por fin-. Yo también lo siento, me derrumbé y nunca me pasa. Suelo mantenerme firme.

– No te preocupes, le pasaría a cualquier en esas circunstancias.

Lori tragó saliva y se obligo a decir la verdad.

– Me has ayudado.

– Algo es algo -Reid esbozó una levísima sonrisa.

Él se fue de la cocina y ella se quedó mirándolo. ¿Habían vivido un momento con cierta sensibilidad? Prefería que sólo fuera una cara bonita. Lo demás lo convertía en alguien mucho más peligroso para su frágil tranquilidad de espíritu. Sin embargo, no dependía de ella.

Reid entró en la pequeña habitación que había convertido en su despacho provisional. Que la gente pensara que era una nulidad en la cama no era nada comparado con una hermana que se moría. Naturalmente, también estaban los niños defraudados; desdeñados por alguien que debería ser un héroe. Decir que no había sido culpa suya ya no servía de nada.

Miró el montón de cartas. Las cosas habían salido mal. ¿Podía solucionarlo? Hizo una mueca de disgusto al acordarse de la llorosa madre de Frankie. Si pudiera…

No, no podía solucionarlo, pero podía evitar que volviera a pasar. Podía tomar medidas y cerciorarse de que las personas adecuadas recibieran lo que necesitaban. Vio la carpeta de los niños que intentó que fueran a la final del campeonato estatal: los que se quedaron sin billete de vuelta. Leyó las cartas acusadoras y airadas. Sintió un nudo en el estómago. No había sido culpa de él. No tuvo nada que ver con la organización del viaje, pero eso daba igual. La oferta se hizo en su nombre. Leyó la carta del entrenador. Sin saber muy bien qué iba a decir, descolgó el teléfono y marcó un número. Después de hablar con dos personas, le pasaron con el entrenador Roberts.

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