– Tienes que andar -dijo Lori mientras agarraba a su paciente con las dos manos-. Hasta el otro lado de la habitación.
– No pienso -replicó Gloria-. Bastante tengo con ese fisioterapeuta. Al menos, él sabe lo que hace.
– O haces la fisioterapia y te mejoras o te metes en la cama y te mueres.
– No dejas de amenazarme con la muerte, pero sigo de pie.
– A duras penas -Lori la miró agarrada al andador-. ¿No quieres tener fuerzas para pegarme una patada en el trasero?
– Lo que quiero es librarme de ti. ¡Lárgate!
Lori no le hizo caso y dio una palmada en la cama.
– Ocho pasos -la animó jovialmente-. Siete si no te tambaleas.
– No me tambaleo -el tono de Gloria fue gélido.
– A mí me lo parece.
– Te detesto con toda mi alma -dijo la anciana.
– Estoy segura, pero camina.
Gloria cruzó el despacho lenta y penosamente. Cuando llegó a la cama, Lori la sujetó mientras la tumbaba.
– Lo has hecho muy bien.
Lori lo dijo con un tono casi inexpresivo. No estaba halagándola ni quería que Gloria lo creyera. Al menos, esas tareas la distraían y la mantenían ocupada para no pensar en las fotos que había visto. Hablando de ocupaciones… Abrió la bolsa que había llevado y sacó varios catálogos.
– Tienes dónde elegir -Lori pasó las páginas-. DVDs, libros en CD, la compra básica… Aunque todos mis catálogos son de ofertas, algo que me imagino que no practicas.
Gloria miró las páginas y luego la miró a ella.
– ¿De qué estás hablándome?
– Algo para que te distraigas. Te pasas el día mirando estas cuatro paredes, irascible y, francamente, sacándome de quicio. Tienes que hacer algo más. Leer, ver una película… Normalmente, añadiría «ver a la familia», pero la eludes.
– No tengo ni idea de lo que quieres decir -replicó Gloria mirando hacia la ventana.
– Qué curioso. Kristie me dijo que uno de tus nietos, Walker, se pasó por aquí ayer por la tarde; que llamó antes y le dijiste que no viniera, pero vino a pesar de todo.
Se quedó asombrada cuando lo supo. Ella creía que Gloria era la abandonada de la familia. Sin embargo, primero se había negado a ver a Cal y luego despachó a Walker. Por mucho que le costara reconocerlo, quizá Reid tuviera algo de razón cuando decía que era un poco complicada.
– No es de tu incumbencia -Gloria entrecerró los ojos-. Si vuelves a decir algo de mi familia, te despido.
– Disculpa… -Lori fingió bostezar-. ¿Qué has dicho? No te he entendido.
– ¿Crees que no puedo? -preguntó Gloria-. Me basta con una llamada a la agencia que te emplea y estás en la calle.
– No quieres que me vaya -Lori sacudió la cabeza-. Te trato con firmeza y lo respetas. Me ocupo de ti y lo necesitas. No puedes ser tan hiriente como para ahuyentarme y eso es una novedad para ti. Sin embargo, ¿porqué te empeñas tanto en vivir sola?
– Lárgate -Gloria señaló hacia la puerta-. Lárgate inmediatamente.
Lori estaba a punto de discutir, cuando sintió el estómago revuelto. Hizo un gesto con la cabeza y se marchó. Se dirigió hacia la cocina y cuando llegó al vestíbulo se puso a temblar y creyó que iba a desmayarse. Miró el reloj y se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo sin comer. Tendría que haberlo previsto, pero entre la periodista emboscada y el trabajo con Gloria, se le había pasado la hora. Entró en la cocina y se encontró con la única persona que no quería ver: Reid. Él levantó la vista del montón de papeles que estaba leyendo, la miró y sonrió.
– He oído gritos. ¿Debería preocuparme?
Estaba débil por la bajada de azúcar en sangre y lo que menos le apetecía era una reacción visceral ante ese hombre. Sin embargo, el corazón le dio un vuelco y le flaquearon las piernas; no por la necesidad de comer sino por la necesidad de un hombre. Sin embargo, ¿por qué tenía que ser ese hombre?
– No pasa nada.
Lori fue hacia la nevera, donde había guardado una botella de zumo, pero antes de llegar, él se había levantado y estaba al lado de ella.
– Lori… ¿qué te pasa? Tienes un aspecto horrible.
– Vaya, gracias.
– Lo digo en serio -le tocó la mejilla-. Estás sudando y temblando.
El contacto de sus dedos fue levísimo, casi imperceptible, pero ella se recostó contra ellos y se imaginó que la acariciaba por todo el cuerpo. Fue humillante. Tenía que tener en cuenta que sólo era una hermosa fachada sin nada dentro. Una fachada que disfrutaba sacándose fotos.
– He tenido una bajada de azúcar. Vete, estoy bien.
Él le hizo tanto caso como el que hacia ella a Gloria cuando le ordenaba que se marchara.
– ¿Qué necesitas?
«¿Sexo oral?» ¡No! Ésa no era la respuesta adecuada.
– Zumo, comida…
– Hecho.
Reid la sentó en una silla y le sirvió un vaso de zumo de naranja. Ella se bebió la mitad. El resultado fue casi instantáneo. Dejó de temblar y se sintió casi normal.
– Estoy mejor -Lori lo miró-. Gracias. Vete.
– Qué agradable -replicó él irónicamente-. ¿Quién te ha amargado el día?
– ¿Sinceramente? Tú. Esta mañana había una periodista esperándome en el porche. Quería confirmar que estás aquí, cosa que yo no hice. Sin embargo, me animó un poco la jornada, me enseñó unas fotos que había bajado de Internet. Adivina quién era el protagonista.
– Creía que habían desaparecido -dijo él con una expresión tensa.
– ¿Las conoces?
– Las sacaron hace unos seis años -contesto Reid con tono sombrío-. Sin mi conocimiento. Aquella mujer quería una prueba para enseñársela a sus amigas. Una le propuso que le diera más publicidad y las colgó en Internet.
Parecía abochornado, furioso e impotente. Lori quiso creer que no podía reprocharle nada, pero era difícil.
– ¿Qué vida has llevado? -preguntó-. Esto no le pasa a una persona normal. Las fotos, la periodista… Tienes que centrarte.
– Lo intento, pero estas cosas me lo impiden. Conseguí una orden judicial para que retiraran las fotos de la página web, pero siguen apareciendo en otras páginas. No quiero seguir hablando de este asunto. ¿Estás bien?
El cambio de tema la sorprendió con la guardia baja.
– Sí. Tengo que comer algo.
– ¿Para subir el nivel de azúcar?
– Sí. Chocolate sería perfecto. Si es posible, de Seattle Chocolates.
– Estás de broma. Eso no puede sentarte bien.
– No… -estuvo a punto de decir que «no tanto como tú»-, pero es mi ilusión y puedo tomarlo si quiero.
Él sacudió la cabeza y masculló algo inaudible.
– Bueno, voy a ver qué comida de verdad tenemos.
Volvió a abrir la nevera y empezó a sacar todo tipo de cosas. Queso, pollo guisado, salsa y unas tortitas de maíz. Cosas que ella no recordaba haber visto allí.
– ¿Has ido a hacer la compra? -preguntó ella.
– He hecho un pedido por Internet. No había nada en esta cocina.
Ella pensó que, al menos, Internet también servía para algo positivo.
– Las comidas de Gloria las traen cocinadas y yo me traigo la mía.
Él se encogió de hombros y buscó una sartén amplia.
– Ahora comeremos de verdad.
– ¿Qué estás haciendo?
– Voy a hacerte una quesadilla.
Lori no supo qué le sorprendió más, si que supiera hacerla o que fuera a hacérsela a ella.
– ¿Sabes cocinar?
– Tengo algunas especialidades. No sólo sé jugar al béisbol.
– He traído mi almuerzo.
– No… no me gusta. Veamos… ¿Qué te parece: «Reid, muchas gracias por hacerme la comida y salvarme la vida»?
Ella sonrió a regañadientes.
– Tienes un sentido teatral muy desarrollado.
– Estoy acostumbrado a que me veneren.
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