– No me siento diferente, pero tampoco sé si debería sentirme diferente. Si quieres, me puedo hacer una prueba de embarazo.
– ¿Tú qué quieres hacer?
– Yo preferiría esperar unos días más porque, a veces, el estrés me altera el ciclo.
Y, desde luego, últimamente había tenido un montón de estrés.
– Como quieras.
Daphne sonrió sorprendida.
– ¿Te encuentras mal?
– No -contestó Murat-. ¿Por qué?
– Porque tú nunca cedes.
Murat suspiró.
– Estoy haciendo todo lo que puedo para mimar adecuadamente la flor de mi jardín. ¿Te sientes suficientemente mimada?
– Sí, más que de sobra.
Era cierto que Murat había cambiado y estaba pendiente de ella constantemente.
– Te estás burlando de mí -dijo Murat dejando la servilleta sobre la mesa y poniéndose en pie-. Me parece que mi flor necesita una buena poda.
– Murat, no -contestó Daphne poniéndose también en pie y retrocediendo.
– Pero si no sabes lo que te voy a hacer.
– Por favor, para. Piensa en tu florecilla delicada con la que tienes que ser bueno.
Murat se rió y corrió tras ella. Daphne intentó escapar, pero él no tardó mucho en alcanzarla y tomarla entre sus brazos. Lo cierto era que Daphne estaba encantada de encontrarse de nuevo pegada a su cuerpo.
– ¿Y la cena? -le preguntó cuando Murat la levantó por los aires, la llevó al dormitorio, la sentó en la cama y le desabrochó la cremallera del vestido.
– Tengo hambre de otras cosas -contestó Murat.
Murat entró en la suite que compartía con Daphne y la encontró esperándolo para comer juntos como todos los días.
De momento, Daphne no se había hecho la prueba de embarazo y él tampoco había vuelto a insistir porque quería que la decisión fuera suya. En cualquier caso, si Daphne estaba embarazada, no tardarían mucho en saberlo.
Una vez sentados y mientras Daphne servía la ensalada, Murat le mencionó que había una revista americana interesada en entrevistarla.
– Sí, se han puesto en contacto conmigo, pero les he dicho que no me interesa -contestó Daphne.
– ¿Por qué?
– Porque no sabría qué decirles. Quieren hacer un reportaje romántico y van a entrevistar a varias parejas y quieren saber cómo se han conocido y cómo se han enamorado. No me ha parecido que contar la verdad fuera una buena idea. ¿Cómo les iba a decir que me encerraste en el harén y que te casaste conmigo aprovechando que estaba inconsciente? No me apetecía tener que inventarme algo y tener que mentir, así que he preferido rechazar la entrevista.
Dicho aquello, Daphne siguió hablando, contándole que Billie y Cleo le habían propuesto ir a la Ciudad de los Ladrones, pero Murat no la escuchaba. El impacto de lo que Daphne le había dicho con total naturalidad hizo mella en su cerebro y lo dejó inmóvil.
Murat entendió por primera vez lo que Daphne llevaba tanto tiempo intentando hacerle comprender. La había mantenido prisionera como a una delincuente. Por supuesto, en una prisión muy lujosa donde se la había tratado como a una princesa, pero la había encerrado de todas maneras. Además, sabiendo que no quería nada con él, se había aprovechado de su situación médica para casarse con ella.
Si le hubiera dado a elegir, Daphne no se habría casado con él. Se habría ido. No estaba con él porque quisiera.
La verdad se coló en su corazón como un cuchillo y Murat se dio cuenta de que, si aquella mujer hubiera ido con su caso ante él en el desierto, la habría dejado libre y habría mandado encarcelar al hombre que le hubiera hecho aquello.
En aquel momento, sonó el teléfono y, mientras Daphne iba a atenderlo, Murat se excusó y volvió a su despacho.
De camino hacia allí, se fijó en la nueva obra cerámica de Daphne. Se trataba de dos amantes abrazados. Aquello le dio esperanza, pero, al acercarse, vio que ninguna de las figuras tenía rostro.
¿Querría decir eso que Daphne pensaba en otro hombre? Murat sabía que le daba placer en la cama, pero ¿era eso suficiente? ¿Era suficiente con tener el cuerpo de una mujer cuando no se podía llegar ni a su mente ni a su corazón?
Daphne estaba sentada sola en la suite mirando por la ventana mientras dos gatos dormían en el sofá, acompañándola y dándole consuelo, pero no había consuelo para su dolor. No estaba embarazada. Se había enterado hacía una hora. Por supuesto, ella ya lo sospechaba y, precisamente por eso, no había querido hacerse la prueba, porque no quería verse en la tesitura de tener que escoger.
Un mes atrás, habría estado encantada con la posibilidad de escapar, pero ahora todo era diferente. En lugar de alivio, sentía una espantosa tristeza, lo que le dejaba claro algo que hacía tiempo se venía negando a sí misma.
No se quería ir.
Murat no era un hombre perfecto, pero ella lo amaba y quería estar con él a pesar de sus defectos, quería tener hijos con él, quería formar parte de su mundo y de su historia porque amaba aquel país tanto como amaba al heredero al trono.
Desde que Murat había vuelto del desierto, no habían hablado de su futuro. No era de extrañar que Murat hubiera dado por hecho que su silencio quería decir que Daphne estaba de acuerdo con el matrimonio, pero ella no era así. A Daphne le gustaba hablar a las claras, así que decidió ir en busca de Murat para contarle lo que había decidido, para decirle que quería sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, que quería que la abrazara y que la besara y que la llevara a su cama para concebir a su primer hijo.
Cuando llegó a su despacho, su ayudante le dijo que Murat se había ido a dar un paseo. Daphne salió al jardín a buscarlo y lo encontró sentado en un banco con actitud abatida y triste.
– ¿Murat?
Al oír su voz, Murat la miró y sonrió. Su rostro se alegró y la tristeza desapareció y, en respuesta, el corazón de Daphne dio un vuelco de felicidad y se preguntó cómo había dudado de lo mucho que amaba a aquel hombre.
– Te estaba buscando.
– Pues ya me has encontrado -contestó Murat haciéndole un hueco en el banco.
– ¿Qué te pasa?
– He estado pensando en nuestro matrimonio -contestó Murat.
– Yo, también y te quiero decir una cosa – contestó Daphne con el pulso acelerado y sin saber cómo decirle que lo amaba, que quería quedarse con él y que quería que su matrimonio funcionara-. No estoy embarazada -añadió sin embargo.
Murat no reaccionó.
– ¿Estás segura?
– Completamente.
Murat no dijo nada.
– ¿No deberías decirme que es una pena y qué tenemos que ponernos manos a la obra cuanto antes para remediarlo? ¿Qué te pasa, Murat?
– Antes, te lo hubiera dicho, pero ahora sé que esto es lo mejor que podría pasarnos.
– ¿Cómo? -exclamó Daphne como si la hubiera abofeteado.
– Sí, es mejor que no estés embarazada porque un hijo nos complicaría mucho las cosas.
– Pero si estamos casados.
– Según la ley, sí, pero en nuestros corazones, no es así. Lo siento mucho, Daphne. He tomado las decisiones sin tenerte en cuenta y la única manera que se me ocurre de arreglar todo este entuerto es devolverte tu libertad.
Daphne sintió que le faltaba el aire.
– No te entiendo -murmuró poniéndose en pie.
Murat la imitó.
– Me equivoqué al mantenerte encerrada en contra de tu voluntad y casándome contigo cuando estabas inconsciente. No me tomé tus protestas en serio, pero tenías toda la razón. Te pido perdón por lo que he hecho. Ya no hace falta que lleves ese anillo. Hablaré con el rey para que nos conceda el divorcio. Eres libre y puedes irte cuando quieras.
Y, dicho aquello, se giró y se fue, dejando a Daphne sola en el jardín. Daphne volvió a sentarse en el banco y comenzó a llorar. Sentía unas inmensas ganas de ponerse a gritar de dolor.
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