Después de comer, Murat se reunió con el tribunal tribal y Daphne se fue a dar un paseo hasta los establos, donde se paró a ver cómo un grupo de niños jugaba al fútbol.
En ese momento, una jovencita se acercó a ella.
– Buenas tardes, princesa -la saludó con una reverencia-. Me llamo Aisha. Es un enorme placer conocerla
– El honor es mío -contestó Daphne con una gran sonrisa.
La chica debía de tener unos dieciséis o diecisiete años y era increíblemente bella. Dentro del campamento, llevaba el pelo suelto y tenía unos preciosos ojos marrones llenos de vida.
– Confieso que me he acercado a usted para pedirle una cosa. Tengo una petición para el príncipe, pero no me atrevo a hacerlo en persona.
– ¿Porqué?
– Porque mi padre me lo ha prohibido -confesó la chica bajando la cabeza.
– ¿Tu padre te ha prohibido que busques justicia? -le preguntó Daphne.
La chica se encogió de hombros.
– Me ha ofrecido en matrimonio a un hombre de la tribu. Se trata de un hombre muy honorable y rico. En lugar de que mi padre tenga que pagar una dote por mí, ese hombre se ha ofrecido a pagarle a él el precio de cinco camellos.
Daphne se dijo que aquélla era la parte de las viejas tradiciones del desierto que no le gustaba nada.
– ¿Es ese hombre mucho mayor que tú?
Aisha asintió.
– Tiene casi cincuenta años y varios hijos mayores que yo. Jura y perjura que me ama y que yo seré su última mujer, pero…
– Pero tú no lo amas.
– Yo… -contestó la chica tragando saliva-. Yo le he entregado mi corazón a otro -añadió en un susurro-. Tal vez no debería haberlo hecho, pero casarme con alguien tan mayor me parece horrible. Por favor, princesa Daphne, como esposa del príncipe heredero, tiene usted derecho a interceder por mí. El príncipe la escuchará.
Daphne pensó en su reciente boda.
– Créeme si te digo que no soy la persona más indicada para hablarle de este asunto al príncipe.
– Es usted mi única esperanza -insistió la chica con lágrimas en los ojos-. Se lo ruego – imploró quitándose las pulseras de oro que llevaba-. Tome, quédese con mis joyas. Son todo lo que tengo.
Daphne negó con la cabeza.
– No hace falta que me des nada a cambio de mi ayuda -le dijo.
Lo cierto era que sentía lástima por la chica, pero no estaba segura de que Murat la fuera a escuchar. Por otra parte, le había dicho que se tomaba su responsabilidad muy en serio.
Obviamente, no le quedaba más remedio que fiarse de él.
– Está bien, lo haré, expondré tu caso ante el príncipe.
Murat escuchó a la mujer que estaba explicando por qué tenía derecho a que se le devolviera la dote. Su justificación era sólida y, al final, el príncipe estuvo de acuerdo con ella. El marido, que se había casado con ella única y exclusivamente para apoderarse de su dote, se quejó, pero Murat lo miró con severidad y el hombre aceptó finalmente la sentencia.
A continuación, dos hombres presentaron un contencioso por la propiedad de un pequeño manantial de agua del desierto. Murat dictó sentencia y observó cómo una mujer con velo se acercaba. Enseguida, se dio cuenta de que era Daphne.
¿Qué iba a hacer? ¿Acaso le iba a pedir su libertad en público?
Al instante, Murat sintió que todo su cuerpo protestaba, pero, cuando recordó la noche de maravillosa pasión que habían compartido y el encuentro que se había producido entre ellos hacía tres semanas, comprendió que Daphne era consciente de que hasta que no se supiera si estaba embarazada o no, no podría abandonar el país.
Inmediatamente, Murat sintió un inmenso alivio.
Daphne siguió avanzando hasta él hasta que llegó al estrado, momento en el que hizo una reverencia y, a continuación, se quitó el velo. Al hacerlo, se oyó una exclamación de sorpresa general.
– Vengo en busca de justicia -anunció.
– ¿Para ti? -le preguntó Murat.
– No, vengo en busca de justicia para otra mujer. Una mujer que se llama Aisha -contestó Daphne.
La mencionada dio un paso al frente y se colocó junto a Daphne. Al instante, Murat se dio cuenta de lo que había sucedido. La chica había ido a hablar con su esposa para contarle que la iban a casar con un hombre al que no amaba y Daphne había accedido a pedir clemencia en su nombre.
Murat miró a la adolescente.
– ¿Por qué no has venido tú misma a hablar conmigo?
La niña bajó la cabeza.
– Porque mi padre me lo ha prohibido.
Murat se revolvió en su asiento y esperó. Al cabo de un minuto, un hombre de los que estaba sentado entre el público se puso en pie y avanzó hacia el estrado.
– Príncipe Murat, mil bendiciones para usted y para su familia.
Murat no contestó.
El hombre se retorcía los dedos.
– Mi hija no es más que una niña, una niña loca con demasiados sueños en la cabeza.
A Murat también se lo parecía, pero la ley era la ley.
– Todo el mundo tiene derecho a pedir clemencia al príncipe, incluso una niña loca.
– Sí, por supuesto, príncipe, tiene usted toda razón.
Murat suspiró y volvió a centrarse en la chica.
– Muy bien, Aisha, tienes toda mi atención y tu padre no te va a prohibir que hables con libertad. Habla sin temor.
Tal y como sospechaba, la chica le contó que su padre quería que se casara con un hombre mucho mayor que ella que tenía varios hijos.
– Yo creo que se quiere casar conmigo para que lo cuide cuando sea viejo -concluyó la chica indignada.
– ¿Quién es el hombre en cuestión? -preguntó Murat.
Al instante, un hombre de casi sesenta años se puso en pie y avanzó hacia ellos. Por cómo iba vestido, era obvio que era un hombre de buena posición social.
– Mi nombre es Farid -se presentó haciendo una reverencia.
– ¿Te quieres casar con esta chica? -le preguntó el príncipe.
Farid asintió.
– Es una buena chica y será una buena esposa.
– En lugar de pedirle una dote, me ha ofrecido cinco camellos -le explicó el padre de la chica encantado-. Ha estado casado en otras ocasiones, pero todas sus mujeres han muerto. Es una historia muy triste, pero todos sabemos que las ha tratado bien.
Murat sintió que le empezaba a doler la cabeza.
– En todo esto hay otro jugador, ¿verdad? -le preguntó a Aisha.
La chica asintió.
– Sí, se llama Barak y es el hombre del que estoy enamorada.
Su padre la miró indignado, el prometido parecía indulgente y los allí presentes comenzaron a rumorean
Por fin, apareció Barak, un joven de unos veintidós años con actitud desafiante y aterrorizada a la vez.
– ¿Tú también estás enamorado de ella? -le preguntó el príncipe.
– Con todo mi corazón -contestó el joven-. He estado ahorrando dinero y comprando camellos. Con su dote, podremos comprar tres más y tener un rebaño de buen tamaño. Le aseguró que puedo mantenerla.
– No pienso darle dote -contestó el padre de Aisha-. No te pienso entregar la dote de mi hija a ti. Farid es un marido mucho mejor.
– Sobre todo para ti -intervino Murat-. Que te den camellos a cambio de tu hija en lugar de tener que pagarlos tú hace que Farid te guste mucho más.
El padre de la muchacha no contestó.
Murat se quedó mirando atentamente a Farid y se fijó en que tenía unas ojeras terribles y unos cercos grisáceos alrededor de los ojos.
– ¿Tienes hijos? – le preguntó.
– Sí, Alteza, seis.
– ¿Y están todos casados?
– Dos, no.
Ahora Murat empezaba a entenderlo todo.
– ¿Cuánto tiempo te queda?
El hombre se sorprendió, pero contestó.
– Un año como mucho.
– ¿De qué demonios está hablando? -se extrañó el padre de la chica.
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