Murat negó con la cabeza.
– De nada que a ti te incumba -contestó poniéndose en pie y haciéndole una señal a su esposa-. Por favor, acompáñame.
– ¿Qué está ocurriendo? -preguntó Daphne una vez fuera de la tienda-. ¿Qué va a ocurrir? ¿Vas a obligar a Aisha a casarse con ese hombre?
– A ese hombre le queda menos de un año de vida.
– Vaya, lo siento mucho, pero eso quiere decir que la chica tenía razón, que lo único que quiere es que lo cuide. Si es verdad que tiene tanto dinero, ¿por qué no contrata a una enfermera?
– Porque este asunto no es por su salud sino por su fortuna. Farid tienes seis hijos y dos de ellos no están casados. Según nuestras leyes, debe dividir su fortuna a partes iguales, lo que no es la mejor manera de mantenerla. ¿Qué pasaría si los hijos no se llevaran bien? Si muere estando casado, podría dejarle el cuarenta por ciento de sus pertenencias a su mujer y el resto tendría que dividirlo entre sus hijos. Yo creo que lo que quiere es que uno de los hijos que no está casado se case con Aisha para que, así, se puedan hacer cargo del negocio familiar juntos.
Daphne lo miró indignada.
– Perfecto. Así que no la van a vender una vez sino dos. Genial.
– Daphne, no te estás enterando. Farid no la quiere para él.
– Claro que me estoy enterando. Me da igual que la quiera para él o no. Lo que está en juego aquí es la vida de una joven que está enamorada de otro hombre.
– Será una viuda rica en unos cuantos meses y, entonces, no estará obligada a casarse con ninguno de los hijos de Farid si no quiere.
– ¿Me estás diciendo que debería casarse con él? ¿Me estás diciendo que lo que tendría que hacer es casarse con Barak cuando herede? Eso es terrible.
Murat sacudió la cabeza.
– En el matrimonio, Daphne, lo único que importa no es el amor. El matrimonio también es una unión política y financiera.
– Ya veo que así es como funcionan las cosas aquí. ¿Qué vas a hacer?
– ¿Qué quieres que haga?
Daphne lo miró con las cejas enarcadas.
– ¿Me dejas decidir?
– Sí, considéralo un regalo de boda.
– Quiero que Aisha pueda seguir los designios de su corazón. Quiero que se case con Barak si ése es su deseo.
– ¿A pesar de lo que te acabo de contar?
– No a pesar de eso sino precisamente por eso.
– Y, dentro de unos años, cuando Barak y ella no tengan dinero para alimentar a los varios hijos que tendrán, ¿no crees que mirará atrás y se arrepentirá de lo que va a hacer?
– Sí lo ama de verdad, no.
– El amor no te da de comer.
El amor no era práctico. ¿Por qué las mujeres lo consideraban tan importante?
– Quiero que se case con Barak -insistió Daphne.
– Como tú quieras.
A continuación, Murat y Daphne volvieron al estrado y se sentaron en sus tronos. Aisha estaba llorando y su padre parecía furioso. Farid parecía resignado y el joven Barak intentaba parecer seguro de sí mismo a pesar de que le temblaban las rodillas.
Murat miró a la chica.
– Has elegido bien porque Daphne es mi esposa y no puedo negarle nada, así que puedes casarte con tu amado, pero escúchame bien. Estás enfadada con tu padre porque te quería vender a un hombre mucho mayor que tú. Sólo piensas en hoy y en mañana, pero deberías considerar un futuro a más largo plazo. Farid es un hombre de honor. ¿No quieres considerar la posibilidad de casarte con él?
La chica negó con la cabeza.
– Yo estoy enamorada de Barak -insistió.
Murat miró al chico y rezó para que fuera digno de tanta devoción.
– Muy bien. Aisha puede casarse con Barak.
El padre de la chica protestó, pero Murat lo miró con dureza haciéndolo callar.
– Para celebrar su boda, les regalo tres camellos y les deseo que su unión sea duradera y sana.
Aisha se puso a llorar de nuevo y Barak se arrodilló ante el príncipe varias veces, abrazó a su prometida y le dijo algo al oído.
– A ti también te doy tres camellos como compensación por lo que has perdido -continuó Murat dirigiéndose al padre de la chica.
Sabía que Farid le había ofrecido cinco, pero no estaba dispuesto a darle más de lo que les iba a dar a los novios.
– Cuando llegue la hora de tu muerte, tu familia puede hacerte enterrar en el monte de los reyes -concluyó dirigiéndose a Farid.
Aquello levantó una exclamación general pues semejante honor no era fácilmente concedido.
– Muchas gracias, príncipe. No sabe usted cuánto me gustaría vivir para verlo ser rey -contestó el enfermo.
– A mí también me gustaría que fuera así. Ve en paz, amigo -lo despidió Murat-. Siguiente.
Daphne estuvo callada durante la cena porque Murat parecía tenso e incómodo. Estaba así desde que habían vuelto de la carpa.
Cuando los sirvientes recogieron el último plato, Daphne dejó la servilleta y sonrió.
– Te quiero dar las gracias por lo que has hecho hoy.
– Yo prefiero no hablar de ello.
– ¿Por qué no? Has hecho feliz a Aisha.
– Lo que he hecho ha sido acceder a los deseos de una niña malcriada, una chica demasiado joven para saber realmente lo que quiere en la vida. ¿De verdad crees que amará a ese chico para siempre? ¿Y qué ocurrirá cuando ya no sea así? Entonces, será pobre y odiará a su marido. Por lo menos, su padre buscaba asegurarle el futuro.
Daphne no se podía creer que Murat creyera de verdad que casarse a los dieciséis años con un hombre de casi sesenta fuera algo bueno.
– Su padre la quería vender, lo que es horrible -contestó indignada.
– Desde luego, estoy de acuerdo contigo en que los motivos del padre no eran los mejores, pero Farid es un buen hombre y Aisha habría tenido la vida solucionada con él.
– Sí, y cuando se hubiera muerto, se tendría que haber casado con uno de sus hijos.
– A lo mejor, para entonces, se había enamorado de él.
– O, a lo mejor, no.
Murat se quedó mirándola como si fuera idiota.
– Una vez viuda, habría sido libre para casarse con quien quisiera.
– Así que solamente se vería obligada a casarse con un nombre al que no ama una sola vez. Ah, bueno, genial.
– No entiendes nuestras costumbres -se indignó Murat dándole la espalda.
– No es eso, Murat. Estás enfadado porque he intercedido en nombre de la chica.
– Estoy enfadado porque mi esposa se ha puesto del lado de una jovencita descerebrada y yo he hecho lo que me ha pedido. Estoy enfadado porque creo que Aisha se ha equivocado.
Murat dejó de hablar, pero Daphne sospechó que había algo más aparte de los problemas de la adolescente.
Murat se apartó del comedor y fue a sentarse en un sofá y Daphne lo siguió.
– Murat, le has concedido la libertad a una mujer. ¿Qué tiene eso de malo?
– ¿Qué es lo que no te gusta de nuestro matrimonio? -le espetó Murat-. ¿Por qué quieres escapar?
¿Así que era eso? ¿Acaso veía Murat a Daphne en Aisha?
– Yo no estoy enamorada de otro hombre -le aseguró Daphne-. De haber sido así, te lo habría dicho.
– Nunca se me había pasado por la cabeza.
– Estar casada contigo no es terrible -le explicó Daphne con prudencia-. De hecho, yo nunca he dicho algo así, pero sí he repetido varias veces que lo que no me gusta es cómo lo has hecho. No me preguntaste si me quería casar contigo.
– Sí, te lo pedí y me dijiste que no.
– Claro y, entonces, decidiste casarte conmigo mientras estaba inconsciente. Murat, no deberías haberlo hecho. No podías hacerlo.
– Podía y lo hice.
– Lo dices como si fuera algo positivo.
– Conseguir lo que me propongo es siempre positivo -insistió Murat yendo hacia ella-. Ahora, estamos casados y debes aceptarlo.
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