– En este momento, el turismo es nuestra mayor fuente de ingresos y empleo, pero estamos trabajando para cambiar eso. Además del existente hospital, pronto tendremos unas nuevas instalaciones que incluirán un centro de rehabilitación. Además, tenemos el campus de la universidad. Esos tres sectores generan mucho empleo, pero en este pueblo, los empleos de servicios lo rigen todo. Uno de los objetivos a largo plazo del pueblo es traer más empleos de manufacturación con altos precios para que no estemos intercambiando el mismo dólar semana tras semana. Pero hasta que eso pase, los festivales nos dan dinero y trabajo.
Abrió la carpeta que había llevado.
– Además de los festivales principales, tenemos eventos de menor importancia que atraen a multitudes de la zona. Nadie de esas personas se queda a pasar la noche, lo cual supone menos dinero para el pueblo, pero también menos trabajo.
Raúl agarró la lista de los festivales y la leyó. Ella había marcado los que despertarían mayor interés familiar.
– Si se nos ocurre algo como que un famoso jugador de fútbol americano presente el evento, podemos atraer la atención de la prensa. Supongo que podemos traer a la televisión local, pero estaría bien encontrar un buen vínculo y tal vez conseguir uno de los programas de la mañana.
– ¿Traerle dinero al pueblo y donaciones y patrocinio para el campamento?
– Exacto.
Estaba bien. Centrarse en el trabajo la ayudaba a mantenerse calmada, porque si pensaba en lo sucedido esa mañana…
Sin previo aviso, los temblores empezaron otra vez. El pecho se le encogió y tuvo que respirar hondo.
Raúl la miró por encima de los papeles.
– ¿Estás bien?
Ella asintió porque hablar le resultaba imposible.
Él soltó las hojas.
– ¿Qué está pasando?
– ¿Podría beber un poco de agua? -logró decir.
Raúl se levantó y fue hacia un pequeño frigorífico. Después de sacar una botella, volvió a la mesa y se la dio.
– Gracias.
– ¿Qué está pasando? -le volvió a preguntar mientras se sentaba. Le agarró la mano que tenía libre y le apretó los dedos.
El contacto fue ligero, pero aun así cálido. Ella sintió algo, un pequeño cosquilleo. Bien.
– Tienes el pulso demasiado acelerado -le dijo-. Estás disgustada por algo.
El cosquilleo desapareció. Ella apartó la mano y abrió el agua.
– Estoy bien. No es nada.
Pero Raúl no estaba muy convencido.
– ¿Es por lo de los embriones?
Pia cerró los ojos y asintió.
– He ido a verlos esta mañana.
– ¿Cómo?
– He ido al laboratorio y he preguntado si podía verlos -abrió los ojos y suspiró-. Me han dicho que no.
– ¿Y eso te ha sorprendido?
– Un poco. Sabía que eran pequeños, pero pensé que tal vez podría verlos por un microscopio o algo así -se movía en la silla intentando no recordar la incrédula mirada que le había lanzado el chico del laboratorio… como si fuera idiota.
– Al parecer, no es posible sin descongelarlos y si los descongelas sin que se hayan implantado, mueren -respiró hondo-. Cuando he explicado por qué quería verlos, me ha dado mucha información sobre la fecundación in vitro.
– ¿Le has contado lo de tu amiga?
– Ajá. Y después he leído el material -se llevó una mano al estómago esperando controlar una náusea-. Al parecer, el cuerpo tiene que estar preparado -dejó la botella en la mesa y siguió hablando-. Lo cual requiere mucho más que una charla. Se introducen una serie de hormonas en mi cuerpo y después de eso, llega el procedimiento de la implantación… no entraré en detalles.
– Te lo agradezco.
Pia esbozó una pequeña sonrisa.
– Después tienes que esperar y hacerte la prueba de embarazo en dos semanas. Con suerte, habrá bebés.
Sintió el pánico apoderándose de ella otra vez.
– No lo entiendo. ¿Por qué me ha confiado a sus hijos? ¿Sabes que Jake ronronea? Se relaja un montón, se pone cariñoso y ronronea.
– ¿ Jake es un gato?
– Sí. Lo he tenido unos dos meses y a mí nunca me ha ronroneado. Apenas me miraba y después va a casa de Jo y se pone a ronronear como si su vida dependiera de ello -sacudió la cabeza-. No lo entiendo. Crystal quería a esos niños más que a nada. Después de que su marido fuera destinado a Irak, ella hablaba de quedarse embarazada una vez que regresara. Estaba ilusionadísima. Cuando Keith murió, seguía decidida a convertirse en madre, pero eso no sucedió. Y ahora, ¿tengo que criar a unos niños? Y todo eso del in vitro… no es un cien por cien. Puede que no todos o ninguno se enganchen… lo cual es una forma educada de decir que morirán. ¿Y si es culpa mía? ¿Y si a mí me pasa algo? ¿Y si son iguales que Jake y no les gusto lo suficiente como para quedarse en mi cuerpo?
Podía sentir cómo pasaba del pánico al puro terror. Miró a Raúl, que la estaba observando con una intensa mirada haciéndola sentirse incómoda.
– ¿Demasiada información? -preguntó ella.
– Has dicho Keith y Crystal.
Pia asintió.
– ¿Keith Westland?
Ahora era ella la que tenía que mirar.
– Sí. ¿Cómo lo sabías?
Él se levantó, caminó de un lado a otro del despacho y volvió para quedar de pie frente a ella. Era tan alto que resultaba incómodo mirarlo. Pia se levantó.
– Raúl, ¿qué está pasando?
– Lo conozco… lo conocí. Keith es un nombre muy común, pero me habló de su mujer, Crystal. Me habló de este lugar y por eso vine aquí. Él es la razón por la que accedí a participar en el torneo de golf de famosos el año pasado. Quería ver dónde había crecido.
– Espera un minuto. ¿Cómo es posible que conocieras a Keith? Crystal nunca me dijo nada -Pia estaba segura de que su amiga habría contado algo como que Raúl Moreno era amigo de su marido.
Él miró por la ventana, como si estuviera recordando.
– Estuve en Irak; algunos de los jugadores lo hacemos para ir a ver a las tropas fuera de temporada. Les sube la moral y a cada uno nos asignan un soldado para no metemos en problemas. Keith era el mío. Viajábamos por todo el país hasta diferentes bases. Nos tendieron una emboscada y nos dispararon. Él me salvó el trasero.
Raúl se frotó la cara.
– Ese último día estábamos de camino al aeropuerto. Era un convoy muy grande en el que íbamos los jugadores, unos cuantos personajes vip , algunos políticos… hubo una emboscada y dispararon a Keith -sacudió la cabeza-. Lo abracé mientras moría. No podía hablar, no podía hacer más que buscar aire. Y entonces se fue.
Ella se hundió en la silla.
– Lo siento -susurró-. No lo sabía -Crystal tampoco lo había sabido.
– Llegaron refuerzos y nos ayudaron a volver a casa. Cuando recibí la invitación para el torneo de golf, vine aquí. Supongo que para presentarle mis respetos al lugar que Keith tanto había querido. Me gustó y por eso me quedé.
Pia no se esperaba que fuera a haber más sorpresas, pero se equivocaba.
Él se puso de rodillas delante de ella.
– Quería hablar con Crystal, pero no sabía qué decir. Conocí a su marido durante dos semanas y estuve allí cuando murió… ¿eso la habría reconfortado?
Ella sintió su dolor y le acarició el hombro suavemente.
– El hombre al que amaba había muerto; no creo que nada la hubiera reconfortado.
– No quería entrometerme ni molestar -él sonrió ligeramente-. Ahora tú eres responsable de los bebés de Keith y de Crystal.
– No me lo recuerdes.
Raúl volvió a su silla y la miró.
– ¿Estás bien?
– Intentando recuperarme del último bombazo -hizo una mueca de estremecimiento-. Lo siento. He elegido mal la palabra. Oír que conocías a Keith y que estuviste allí cuando murió parece algo cósmico… como si el universo quisiera asegurarse de que tenga esos bebés.
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