Carly Phillips - Hasta el final
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Regan tragó saliva. La respuesta le vino sin tener que pensarla.
– Seré yo -dijo con voz suave pero decidida-. Regan Davis -no quería ser nada más.
Y su piloto tampoco quería que fuera nada más. En sólo un fin de semana había recorrido un emocionante camino de nuevas experiencias, descubriendo su fuerza interior y sus verdaderos deseos.
Y ese camino lo había empezado en su visita a Victoria's Secret y el consiguiente descubrimiento del libro rojo de las «sexcapadas» en el vestíbulo de Divine Events.
Pero la búsqueda de sí misma no se había completado hasta que no contó con la aceptación de Sam. Y estaba encantada con el descubrimiento de la verdadera Regan. Le gustaba ser una mujer sin apenas inhibiciones a la que no la preocupaba lo que pudiera pensar la gente y que actuaba según sus instintos más básicos.
Regan había creído que tendría que encontrarse a sí misma y averiguar quién era realmente y qué deseaba en la vida, pero ya lo sabía. Todo lo que tenía que hacer era salir del cascarón que su familia había creado y que luego Darren había mantenido, y aventurarse ella sola en el mundo exterior.
Y una vez que lo hiciera, una vez que estableciera su propia identidad, tal vez sus padres pudieran verla de un modo diferente. O tal vez no. Pero al menos sería feliz consigo misma. No importaba lo triste que estuviera ahora.
– Regan, ¿me estás escuchando? -la voz aguda de su madre la obligó a concentrarse en el teléfono-. He dicho que nos necesitas a nosotros y a Darren. Llámalo y discúlpate. Estoy segura de que aceptará volver contigo después de que tu padre hable con él.
– No -por primera vez, Regan se atrevía a expresar con palabras su desafío, aun sabiendo que con aquella actitud orgullosa e independiente jamás conseguiría el amor y la aprobación de su madre. Pero por nada del mundo estaría dispuesta a ceder.
– ¿Cómo has dicho? -preguntó Kate.
Regan se imaginó a su madre adoptando una pose erguida y altanera y respirando profundamente.
– He dicho que no. No voy a disculparme. No quiero volver con Darren, ni aunque él quisiera volver conmigo, lo cual no es el caso.
– Tonterías.
– Pregúntaselo la próxima vez que llame, ¿de acuerdo? Él rompió conmigo -y cuánto se alegraba ahora de que así fuera-. Pero al menos hizo que me diera cuenta de que me respetaba a mí misma lo suficiente como para no conformarme con un hombre que no me quiere. Darren no me quiere. Y desde luego, no me respeta.
Reprimió una carcajada, ya que no se esperaba a Darren llamando a su puerta para suplicarle una segunda oportunidad. Pero sus padres no podían verlo de la misma manera. Estaban empeñados en echarle la culpa a su hija y en creerse las mentiras de Darren. Éste los conocía lo suficiente para jugar con ellos a su antojo… y ganar.
– Si te niegas a colaborar ahora, no podré sacarte de esto -le advirtió su madre.
Regan enderezó los hombros.
– No te estoy pidiendo que lo hagas -dijo, tragando saliva. Aceptaba a su madre tal cual era y confiaba en que algún día Kate hiciera lo mismo con ella.
Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea, antes de que se oyera la ruidosa respiración de Kate. Seguramente estaba sorbiéndose las lágrimas.
– Tu padre va a llevarse una profunda decepción, Regan, y yo no podré mirar a nadie en el club de campo -dijo su madre. No la estaba amenazando; sólo estaba declarando una verdad incuestionable, y Regan comprendió lo devastador que podía ser para Kate su acto de rebeldía.
Una vez que colgara, no habría vuelta atrás, a menos que se arrastrara a los pies de sus padres para implorar perdón. Y eso era algo que jamás haría.
– Lo siento, mamá -dijo, apartándose las lágrimas de los ojos. No lamentaba llegar a ser quien realmente era, sino el dolor que le estaba infligiendo a sus padres, quienes no sabían ser de otra manera.
El clic que sonó al otro lado confirmó las sospechas de Regan sobre el final que tendría la conversación. Colgó el teléfono con manos temblorosas y se sentó en la encimera de la cocina.
Aunque ahora estaba verdaderamente sola, no sentía ningún vacío interior. Se tenía a ella misma. Y sobreviviría sin el apoyo de su familia o el dinero de su ex novio. Tenía suficiente experiencia como relaciones públicas para conseguir un trabajo en cualquier parte. Por primera vez en su vida, se daba cuenta de que tenía fe en sus capacidades.
Y tenía que agradecerle a Sam la inestimable ayuda que le había prestado. Sam Daniels, un hombre que le permitía ser ella misma… y que la amaba por ser ella misma. Apostaría la vida a que la amaba, porque era amor lo que ella sentía por él. La garganta se le secó y el corazón se le aceleró al permitirse pensar esas palabras por primera vez.
Amaba a Sam. Y estaba segura de que él también la amaba, a su manera. Pero no se engañaría pensando que el amor cambiaría a Sam… Su piloto necesitaba la libertad para sobrevivir. E igual que él la aceptaba, ella lo aceptaría.
Se preguntó si en la concepción solitaria que Sam tenía del mundo habría lugar para ella. Para los dos. Y se dio cuenta de que sólo había un modo de averiguarlo.
Capítulo 7
Sam alzó su copa para brindar por los novios.
– Por una vida de salud, felicidad e hijos que se parezcan a Cynthia -dijo, provocando a Bill-. Salud.
La multitud aplaudió y Bill se apartó de su novia para darle un cálido abrazo a Sam y palmearlo en la espalda.
– Que seas muy feliz -le dijo Sam a su amigo. No sólo se lo decía desde el corazón; finalmente comprendía que era posible la felicidad para toda la vida.
Durante años había creído que el compromiso, el matrimonio y los deseos de una mujer nunca encajarían con los suyos. Siempre había visto la situación de sus padres como un claro ejemplo a evitar, y las mujeres con las que se había relacionado nunca le habían demostrado que estaba equivocado. Hasta ahora.
En su arrogancia masculina, nunca había imaginado que la emoción y los nervios le revolvieran el estómago. Nunca había pensado que llegaría a desear tanto a una mujer ni que estaría dispuesto a casi todo con tal de mantenerla en su vida.
Simplemente, nunca había conocido a la mujer adecuada.
Pero ahora la había conocido, y sin ella no era nada. Demonios, una dama de honor se le había insinuado y otra incluso le había metido mano, y aunque las dos eran muy atractivas, ninguna le había interesado lo más mínimo. Ni siquiera para mantener una conversación. Sam sabía que pasaría mucho tiempo intentando olvidar el breve idilio con Regan.
Se fue al bar a pedir un whisky escocés, y luego se dirigió hacia la entrada principal para apartarse del ruido y la gente. Se apoyó contra la pared y observó el salón de baile, donde el novio y la novia bailaban la canción lenta que interpretaba el grupo de música.
– Es curioso, pero nunca te hubiera imaginado como el tipo de hombre que se mantiene al margen de la fiesta.
La voz de Regan lo pilló por sorpresa, y por un momento pensó que estaba alucinando, tan fuerte era su deseo por ella. Se volvió y la vio junto a él, con un vestido negro que le llegaba por las rodillas, un chal alrededor del cuello, una capa de maquillaje que no necesitaba y el pelo recogido en lo alto de la cabeza.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó él, sin recuperarse del impacto que le había producido verla y sin atreverse a esperar nada.
Ella se encogió de hombros y aferró con los dedos un pequeño bolso negro.
– Buscándote.
Las puertas del salón de baile se abrieron de par en par, interrumpiéndolos. Sam la agarró de la mano y la llevó hacia el pasillo de los baños y los teléfonos, donde pudieran estar a solas.
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