Carly Phillips - Hasta el final

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La recatada belleza sureña Regan Davis era la perfecta novia inocente y ruborizada, no la novia abandonada. Pero después de encontrar aquel libro, decidió que ya estaba bien. Iba a demostrar que era lo bastante mujer para seducir al sexy Sam Daniels… y nada de ruborizarse.

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Ella soltó una carcajada por el doble sentido de sus palabras, pero éstas siguieron resonando en su cabeza mientras miraba por la ventana, preguntándose cuál sería la perspectiva del mundo que Sam tendría desde la cabina de un avión. El atractivo que ejercía esa clase de libertad debía de ser muy poderoso. Después de pasarse años acatando las imposiciones de los demás, comprendía las necesidades y motivaciones de Sam.

– Así que encontraste tu libertad al convertirte en piloto.

Él asintió.

– Creía que Bill también. Pero me equivoqué, ya que dejó su trabajo como piloto y se instaló en Chicago con la que ahora va a ser su mujer.

– A cada uno lo suyo -comentó ella. Miró el reloj y vio que se estaba haciendo tarde-. Deberías vestirte.

– Lo haré, pero antes quería hablarte de algo. La cena de ensayo de esta noche va a ser muy informal -señaló los pantalones chinos color caqui y el polo granate que tenía en la mano.

Ella se recostó en las almohadas.

– Suena bien -murmuró tontamente, sin saber qué más decir.

– Supongo, pero no conoceré a casi ninguno de los presentes, y… -la voz se le quebró-. Ven conmigo -pronunció al fin, pillándola completamente por sorpresa.

Regan se pasó una mano por el pelo despeinado.

– Yo… no estoy invitada -dijo, valiéndose de su educación sureña como excusa.

– Te estoy invitando yo. Bill me dijo que llevara a quien quisiera si estaba saliendo con alguien. En su momento no estaba viendo a nadie, pero ahora sí – declaró, como si las cosas entre ellos fueran así de simples. Los ojos le brillaban de promesas y esperanza.

Ella no quería frustrar sus expectativas, pero todo iba demasiado rápido. Tenía miedo de lo que sentía por aquel hombre. Ni siquiera le había contado a su familia lo de su reciente ruptura y ya estaba enamorándose de un desconocido al que había cazado en una agencia organizadora de bodas.

No estaba avergonzada de Sam. Únicamente estaba temerosa de sus propios sentimientos.

– Ojalá pudiera, pero…

Él se inclinó hacia ella y le puso una mano en la pierna. Una flecha de fuego le traspasó la piel, los pezones se le endurecieron y un caudal de humedad le empapó la entrepierna. Con qué facilidad la excitaba… Y con qué rapidez le había llegado al corazón.

– Vamos, Regan. No tenemos mucho tiempo para estar juntos, así que ¿por qué no aprovecharlo al máximo? -le preguntó.

– Ojalá pudiera -repitió ella, plegando las piernas y abrazándose las rodillas. Quería apartarse lo más posible del tacto de Sam y, por mucho que le doliera, de sus intenciones-. Pero… no puedo -se obligó a expulsar las palabras del fondo de su garganta.

– Querrás decir que no quieres -dijo él. Se irguió. Y se levantó de la cama-. Qué demonios. Se suponía que sólo iba a ser una aventura, ¿verdad? Ha sido una estupidez por mi parte presionarte para algo más -espetó, y se encerró en el cuarto de baño para vestirse.

Regan tragó saliva, sintiendo una punzada de dolor en el pecho y la garganta. Las cosas no deberían haber salido así. Y sin embargo allí estaba, invadida por un conflicto de emociones más intensas de las que había sentido cuando Darren rompió el compromiso y admitió que la había estado engañando. Aferró la colcha con los dedos y apretó con fuerza los párpados.

Permaneció con los ojos cerrados hasta que oyó cómo Sam salía del baño, arrebatadoramente atractivo con su atuendo informal, oliendo deliciosamente a colonia y con una expresión de decepción en los ojos. Una expresión que ella no había visto hasta entonces, ya que desde que se habían conocido su mirada había sido ardiente y apasionada. El cambio le resultó odiosamente frío, pero reconoció que ella era la causante.

– Tengo que irme -dijo. Con la bolsa en la mano, se acercó a la cama-. Ha sido estupendo, cariño -sin pedirle permiso, se inclinó hacia ella y le dio un beso largo e intenso.

Regan no tenía derecho a hacerlo, pero aun así separó los labios y avivó la pasión del contacto físico, de modo que cuando Sam se retiró finalmente, ambos respiraban con dificultad.

– Eres un cúmulo de contradicciones, pero lo entiendo -dijo él.

– ¿Lo entiendes? -preguntó ella alzando las cejas.

Él asintió.

– Soy yo el que siempre ha estado luchando por mantener su libertad, ¿recuerdas?

Regan se obligó a sonreír.

– Sí, creo que sí -dijo. También se daba cuenta de que él la estaba sacando del apuro, lo cual le agradeció-. Que lo pases bien esta noche.

– Lo haré -respondió él, irguiéndose en toda su estatura.

– ¿Dónde te alojas? Te lo pregunto porque si no has reservado habitación en ningún hotel, este lado de la cama es tuyo -le ofreció, palmeando el colchón al tiempo que se preparaba para el mismo rechazo que ella le había dado.

Sam se echó a reír.

– ¿Quién no quiere ser visto en público con quién? -preguntó, burlándose de las palabras que Regan había formulado horas antes. Ella negó con la cabeza.

– Te prometo que no es por eso -alegó. No estaba preparada para admitir que había algo más íntimo entre ellos. El sexo era una cosa; asistir a una cena como pareja era algo completamente distinto. Pero se estaba engañando a sí misma, porque la verdad era que se sentía demasiado abrumada para enfrentarse a sus emociones. Tenía la esperanza de que un poco de espacio la ayudara a poner en orden sus sentimientos.

– Lo sé -dijo él. Dio dos pasos hacia la puerta, pero se dio la vuelta y la miró fijamente-. ¿Te importa si dejo mi bolsa aquí?

Ella suspiró aliviada al comprobar que su tiempo juntos aún no había terminado. Pero cuando Sam se marchó, llevándose las llaves de casa y dejándola a solas con sus pensamientos, sintió una soledad que no había experimentando ni siquiera con la marcha de Darren.

Era un desastre, pero tenía que organizarse sin perder más tiempo. Necesitaba descubrir quién era antes de permitirse sentir algo por otro hombre. Pero a medida que transcurría la noche larga y solitaria, se vio obligada a admitir que ya sentía algo. Algo más profundo de lo que nunca había creído posible.

Capítulo 6

Sam volvió al apartamento de Regan mucho después de medianoche. La cena de ensayo se había alargado bastante, con todos los invitados bebiendo y divirtiéndose. Luego, Bill había acompañado a su novia, Cynthia, a su coche y había insistido en que salieran a tomar una copa. Sam no podía negarle nada a su amigo en su última noche de soltero, así que se fueron a un bar en el que Bill se tomó más de una mientras que Sam se conformó con una cerveza mientras pensaba en la mujer que había dejado sola.

Se quitó la ropa, incluyendo los boxers, y se deslizó en la cama junto a ella para estrecharla contra su cuerpo.

– ¿Sam? -murmuró ella medio dormida.

– Mm-hmm -respondió él. Interpretó como una buena señal que incluso en sueños lo reconociera y no lo confundiera con Dagwood. Por lo visto, su ex no jugaba ningún papel en los miedos o dudas que Regan pudiera albergar respecto a Sam y ella-. Soy yo. Sigue durmiendo.

– Está bien -dijo ella, apretándose más contra él. Su trasero encajó a la perfección en la ingle de Sam.

Él enterró el rostro en sus cabellos y dejó que su fragancia femenina lo impregnara. También sirvió para excitarlo, pero, sorprendentemente, no era eso lo que más necesitaba de ella en esos momentos.

Sam tal vez no renunciara a su trabajo como había hecho Bill, pero maldito fuera si no había envidiado la intimidad que había visto en los novios y el futuro en común que tenían por delante. Él también quería esas cosas, y las quería con una sola mujer. La mujer que dormía entre sus brazos.

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