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Carly Phillips: Una semana en el paraíso

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Carly Phillips Una semana en el paraíso

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Después de acceder a casarse sin estar enamorada, Samantha Reed necesitaba probar, al menos una vez en la vida, el verdadero deseo, así que decidió tomarse una semana de vacaciones en la que experimentar todo lo que no iba a tener después: lujuria, pasión, éxtasis… y todo ello, con un extraño. Un camarero sexy como el mismo pecado parecía el hombre ideal con quien disfrutar y a quien poder abandonar después sin mirar atrás. Ryan Mackenzie, Mac, no era en realidad un camarero, sino el dueño de un complejo hotelero, aunque no estaba dispuesto a reconocerlo, sobre todo porque Samantha parecía desearle tal y como era. Había disfrutado con ella una deliciosa semana… y había llegado a la conclusión de que necesitaba tenerla para siempre. Aunque descubrir que Samantha ya estaba prometida no iba a ayudar a su propósito.

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Sin previo aviso, la puerta se abrió de par en par y tuvo compañía.

– ¿Qué demonios ha sido eso?

Inmediatamente se cubrió con la toalla, pero aun así era ya demasiado tarde porque su amor imaginario estaba en la puerta contemplándola casi desnuda, porque el pequeño triángulo de tela que la cubría dejaba al descubierto más de lo que quería que él viera en aquel momento.

– ¿Y bien?

Ella no contestó. No podía. Estaba mucho más preocupada por taparse. Intentó descolgar la toalla de la percha, pero el temblor de las manos se lo impedía.

– Esas cosas deberían estar prohibidas -le oyó decir.

Sus manos volaron a su trasero, apenas cubierto por otro triángulo de fino encaje, y descubrió en aquel momento que no era tan valiente como creía ser. Porque se estaba muriendo de vergüenza.

¿Cómo podía haber pensado tan siquiera en seducir a un hombre? Nada se nota más que la inexperiencia, y aunque había mantenido relaciones en otras ocasiones, nunca tan fugaces como pretendía que fuese aquélla. Y después de la impresión que debía estarle causando, había echado a perder las posibilidades que hubiera podido tener, además de su orgullo. Buen trabajo.

Él pasó a su lado y descolgó sin dificultad la toalla.

– Cúbrete -masculló.

Sorprendida por su tono, se volvió a mirarlo. Los ojos se le habían oscurecido, el gris transformado en negro.

– Ahora -añadió, agitando la toalla delante de ella-. O no seré responsable de mis actos.

– Ahora mismo -contestó, y bajó la mirada para descubrir un abultamiento inconfundible en sus vaqueros. Un placer intenso y únicamente femenino se despertó en su interior. Necesitaba mejorar su técnica, pero no lo había echado todo a perder. Aquel hombre la deseaba, y se negó a cuestionar su buena suerte.

Aceptó la toalla y se tomó su tiempo para envolverse con ella.

– Hecho -declaró con una sonrisa que esperaba resultase provocadora.

Un gemido ahogado se escapó de labios de su acompañante.

– Se te ha acabado el tiempo -murmuró.

Samantha tragó saliva con dificultad.

– ¿Ah, sí? -la voz le tembló-. ¿Ahora mismo?

Le había dado la situación del coche y las llaves, y esperaba tener ropa limpia que ponerse para seducirlo. Pero en sus planes no había tenido en cuenta su fuerte personalidad. Las diferencias entre fantasía y realidad volvieron a asediarla. No estaba preparada.

Le habría gustado poder charlar antes un poco. También le habría gustado darse una ducha. Obviamente él no necesitaba tanto requisito, y el nerviosismo volvió a reemplazar a su seguridad.

Aun así, cuando él le tendió una mano, ella puso la suya en su palma. Tocarle le proporcionó un placer que no habría podido imaginar. Si se dejaba llevar y empezaba a pensar en lo que iba a ocurrir, se desmayaría allí mismo.

– ¿Y bien? -preguntó él.

– ¿Bien qué?

No podía esperar que fuese ella la primera en actuar. Se humedeció los labios, incómoda con el espacio tan reducido de aquel cuarto de baño y de su sobrecogedora presencia.

– ¿Podemos terminar con esto antes de que el baño se convierta en una sauna?

Al parecer, a aquel hombre no le gustaban los preliminares. Esperaba que por lo menos sí que le gustara disfrutar un rato después, porque tal y como iban las cosas, no iba a ser la experiencia lenta y sensual que se había imaginado.

– Creo que no…

– Vamos, mujer. Si no quieres empezar tú, lo haré yo. Me llamo Mac -dijo, estrechando su mano con firmeza-. ¿Y tú, cómo te llamas?

Capítulo 2

Mac se quedó de pie en la puerta del baño, incapaz de creer que hubiera sido capaz de irrumpir sin llamar. Al oír el ruido de cristales rotos, pensó que algo había ocurrido. Quizás un roedor que hubiese entrado en el baño… Pero lo único que se había encontrado era a aquella desconocida medio desnuda.

– ¿Mi nombre? -parpadeó, sorprendida.

– Sí. Casi lo he visto todo, preciosa, y dudo que el que me digas tu nombre pueda ser a estas alturas una falta de etiqueta.

Ella enrojeció.

– Sam… -hizo una pausa-. Sólo Sam.

No había quitado la mano de la suya y él le acarició con el pulgar.

– Sam -repitió. Un nombre masculino no le parecía lo más apropiado para una mujer así-. No me cuadra. ¿Abreviatura de Samantha?

– Sí -suspiró-. Pero a mí se me cuadra.

Él sonrió, a pesar de no comprender nada.

– ¿Te molesta si te pregunto por qué?

– Pues porque estoy de vacaciones y querría olvidarme de la gente que me llama así… al menos durante esta semana.

Así que había huido como él. Comprendía perfectamente la necesidad que de vez en cuando le asaltaba a uno de escapar del trabajo y la gente que ocupaban el mundo de cada cual. Para él, la familia solía ser su primer lugar de refugio, pero debido al trabajo del marido de su hermana, se habían tenido que mudar a una ciudad que quedaba a algo más de dos horas, y como además acababa de tener un bebé, su madre había dejado el hotel para estar más cerca de Kate. Con su única familia a kilómetros de distancia, incluyendo a un sobrino que no podía ver tanto como deseaba, se sentía inquieto. Incluso podía dar la impresión de que estaba deseoso de establecer su propio nido.

Como segundo lugar de evasión, estaba Bear y su bar.

Miró entonces a la mujer cuya mano aún sostenía y se preguntó si vendría huyendo desde muy lejos, y de qué.

– ¿Y cuando la semana se termine? -preguntó.

Ella se encogió de hombros.

– Pues volveré a mi vida.

– A ser Samantha.

– Exacto -apartó la mano y se apretó la toalla contra el cuerpo-. Hace años que no me tomo unas vacaciones, así que decidí disfrutar de unos días de descanso antes de participar en una conferencia el próximo fin de semana.

– Lo difícil sería encontrar a alguien en Arizona que no tenga que participar en una conferencia. Antes todo eso lo capitalizaba Florida, pero ahora es Arizona.

Su padre había comprado tierra desértica muy barata a mediados de los años cincuenta. Tras su muerte, Mac vendió una pequeña porción por mucho más dinero del que había podido imaginar, y transformó lo que antes era una pensión familiar en un destino para turistas y conferenciantes. The Resort había resultado ser una mina de oro, y los ingresos medios de la familia Mackenzie eran ahora millonarios.

Un hecho que no tenía intención de revelar a Samantha hasta que la conociera mejor.

– De acuerdo, Sam. Ahora que ya sabemos nuestros nombres, podemos pasar a otra cosa.

Y dejándose llevar por un impulso, acercó su mano a los labios y la besó en la parte interior de la muñeca. Su pulso latía con rapidez.

De un tirón, retiró la mano.

– No, de eso nada. Acabo de conocerte y no pienso acostarme contigo.

No hablaba con demasiada convicción, pero él parecía no darse cuenta.

– Eso está bien, porque no recuerdo haberte invitado a hacerlo -contestó, echándose a reír-. Pero créeme: cuando quiera invitarte… te lo haré saber.

– Ah…

Sam le miró con los ojos abiertos de par en par y las mejillas rojas como la grana.

Mac nunca había percibido señales tan contradictorias. Antes la había visto examinar su cuerpo como si fuese un buen solomillo en una tienda de especialidades gastronómicas. Llevaba ropa interior muy sexy, de esa que sólo había visto en los catálogos, una ropa sensual y provocadora y, sin embargo, se aferraba a aquella toalla como si fuera una tabla de salvación.

Inocente o seductora. ¿Qué mujer era en realidad? Tras sufrir el acoso de demasiadas mujeres a la caza de un marido rico, le intrigaba la honestidad de sus respuestas. Pero antes de seducirla tenía que estar seguro.

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