Miró el teléfono y vio que Derek había llamado más de una vez. Marcó su número.
– ¿Qué ocurre? -preguntó en cuanto su ayudante contestó.
– La policía ha venido a interrogarme. Parece que Dumont los llamó y denunció que había un individuo sospechoso frente a su casa -Derek hizo una pausa y luego añadió-: Creo que tiene algún amigo dentro del cuerpo, porque me están haciendo perder mucho tiempo.
– ¿Me estás diciendo que aún no te has ido a recoger a Lilly?
– No, pero apuesto a que Dumont sí.
– Voy para allá -Ty cerró el teléfono y entró a decirle al doctor Sanford que volvería en cuanto pudiera y que le mantuviera informado de los progresos de su madre por teléfono.
Luego se dirigió a casa de su madre, donde había dejado sola a Lilly.
Lacey se paseaba por el salón y de cuando en cuando miraba por la ventana por si veía el coche de Derek. Derek le había prometido a Ty que estaría allí en quince minutos. Habían pasado casi veinte desde que Ty se había ido al hospital, que sólo estaba a cinco de allí. La casa de su tío Marc se hallaba a diez minutos en coche. Derek ya debería haber llegado. Cinco minutos más y ella agarraría las llaves del coche que había sobre la encimera de la cocina y se iría al hospital en el coche de Flo.
Dio unos golpecitos en el suelo con el pie y después, incapaz de estarse quieta sin hacer nada, llamó a Digger, que saltó del sofá y corrió hacia ella meneando la cola.
– Vamos, pequeña. Tienes que irte a la cocina -Lacey se dirigió a la cocina, encerró allí a la perra por su propia seguridad y tomó las llaves del coche de Flo.
Dio una última palmada en la cabeza a Digger, recogió su bolso, abrió la puerta de la calle y se encontró cara a cara con su tío Marc. El miedo se alojó de golpe en su garganta. Intentó cerrar la puerta, pero su pie se lo impidió.
– Márchate -empujó de nuevo la puerta, pero él era más fuerte.
– Lilly, tenemos que hablar. Necesito hablar contigo. Es importante.
Ella sacudió la cabeza.
– Ya sé lo que significa para ti hablar. Atropellarme y huir, o provocar un incendio. Gracias, pero no -su corazón volvió a acelerarse y sintió náuseas con sólo mirarlo.
– No fui yo.
– ¿Hay alguien más que quiera mi fondo fiduciario hasta el punto de meterme en un hogar de acogida para asustarme y que volviera suplicando tu ayuda y te cediera mi herencia? ¿Hay alguien más que vaya a heredar si yo muero? -Lacey comenzó a dar patadas a su pie, que seguía sujetando la puerta.
¿Dónde demonios estaba Derek?, se preguntaba, aterrorizada.
Él apoyó el brazo contra el quicio de la puerta.
– Lilly, por favor, escúchame. Da la impresión de que quiero que mueras y entiendo por qué crees que estoy detrás de lo ocurrido, pero no fui yo. Puedo explicártelo. Déjame entrar…
– ¿Para que puedas matarme en la casa y no en la calle?
Él negó con la cabeza.
– Siempre fuiste terca -masculló-. Está bien, hablaremos aquí.
Antes de que pudiera decir otra palabra, un coche apareció derrapando por la calle. Su tío se volvió y un estruendo resonó alrededor de Lacey semejante al petardeo de un coche.
– ¿Qué era…?
Su tío se convulsionó y al caer de espaldas hacia ella estuvo a punto de derribarla.
– ¿Tío Marc? -preguntó Lacey.
Entonces vio la sangre.
Lacey gritó y levantó la vista del cuerpo de su tío. Vio abrirse la puerta del coche. No esperó a ver quién salía de él. Incapaz de encerrarse en la casa porque el cuerpo de su tío bloqueaba la puerta, pasó encima de él y corrió dentro.
Digger ladraba desde dentro de la cocina y Lacey corrió hacia ella y estuvo a punto de tropezar en sus prisas por llegar hasta la perra. Al fondo de la cocina había una puerta que daba al jardín trasero. Justo cuando abría la puerta para dejar salir a Digger, oyó pasos dentro de la casa. Fuera sería un blanco fácil, pero dentro tenía una oportunidad y lo sabía.
Más allá del cuartito donde antes había estado su cama solía haber una despensa con puerta que Lacey había usado como armario cuando vivía allí. No era del todo un armario, pero había espacio suficiente para que se agazapara dentro y el intruso no la viera. En cuestión de segundos, se metió en el cuartito, saltó tras el sofá y se deslizó dentro del pequeño armario.
Si aquel individuo la había visto o no, estaba por ver.
Lacey odiaba los espacios pequeños y oscuros porque le recordaban los lugares sórdidos donde había dormido en sus primeros días en Nueva York. Los bichos, las ratas, los olores fétidos. Se estremeció, se abrazó las rodillas y esperó.
Más allá de la puerta sonaban golpes. Quienquiera que hubiera disparado a su tío la estaba buscando. Temblando, Lacey se abrazó con más fuerza las piernas. Se llevó la mano al colgante de su cuello, pensó en el hombre que se lo había regalado y rezó por que al sujeto de allá fuera no se le ocurriera buscarla allí.
Mientras permanecía agazapada, recordó de nuevo los viejos tiempos. Esta vez, se acordó de su primer apartamento en Nueva York. El de la cerradura rota. Llevaba a rastras la cómoda hasta la puerta para impedir que el borracho de al lado cumpliera su promesa de hacerle una visita nocturna. Se sentaba agazapada en la cama y lo oía merodear por su apartamento dando golpes. Sólo cuando perdía la consciencia y se hacía el silencio, ella era capaz de conciliar el sueño un par de horas cada noche.
El mismo miedo y el mismo asco la llenaban ahora, sólo que eran peores, porque en vez de un borracho que le decía groserías, fuera había un hombre con una pistola que quería matarla. Y ella no sabía por qué.
El ruido de pasos se hizo más intenso. Obviamente, aquel individuo había salido de la cocina, y Lacey comprendió que se estaba acercando al sofá que bloqueaba su escondite.
Temblando, contuvo el aliento al oír que los pasos se aproximaban.
Y se aproximaban.
Esperó a que la puerta se abriera con un chirrido para cerrar los ojos; después lanzó una patada con la esperanza de golpear dolorosamente cualquier parte del cuerpo de aquel extraño, y soltó un grito.
La patada en la espinilla pilló a Ty desprevenido. Inhaló bruscamente.
– ¡Lilly! -exclamó.
Ella no lo reconoció. Tenía los ojos dilatados y desenfocados, y parecía lista para salir corriendo del armario y derribarlo. A Ty le dolía la pierna y no estaba dispuesto a recibir un golpe en el estómago o en la entrepierna.
– ¡Lilly! -repitió y, agarrándola por los hombros, la zarandeó hasta que abrió los ojos y los fijó en él.
– ¿Ty? Ty. Oh, Dios mío -se arrojó en sus brazos, trémula, y comenzó a sollozar histéricamente-. Creía que eras él. Cuando abriste la puerta, creí que eras él.
– Sss -él pasó la mano por su pelo. Temblaba tanto como ella.
– ¡Tío Marc! -Lacey se apartó de él y corrió hacia la puerta de la calle.
Ty la agarró de la mano y tiró de ella.
– Está vivo. Lo comprobé al llegar. La policía y la ambulancia vienen de camino.
– ¿Y el otro? ¿Adonde ha ido? ¿El tipo que disparó al tío Marc? -Lacey sintió una náusea al recordar lo sucedido, pero consiguió dominarse.
Ty exhaló un largo suspiro.
– Derek ha llegado al mismo tiempo que yo. Ese tipo acababa de salir por la puerta trasera. Seguramente nos oyó llegar, se asustó y huyó.
– No entiendo cómo sabías que tenías que volver -ella se limpió las lágrimas de la cara con las manos.
– Derek consiguió hablar conmigo por el móvil cuando estaba en el hospital. Dumont llamó a la policía y los informó de que había un individuo sospechoso vigilando su casa. Está claro que era una treta para entretener a Derek y poder venir a buscarte.
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