– Estabas huyendo para salvar tu vida. Nadie va a reprocharte que no te fijaras en los detalles -dijo Hunter-. Además, tenemos el color del coche. Yo diría que eso es algo -fijó la mirada en el jefe de policía.
El hombre asintió con la cabeza.
– Y uno de los vecinos informó de un coche del mismo color, y nos proporcionó algunos datos nuevos.
– ¿Qué vio? -preguntaron todos al mismo tiempo.
Don Otter se echó a reír.
– La mejor amiga de tu madre, Ty, una señora que vive enfrente…
– ¿La señora Donelly? -preguntó Ty.
El otro asintió con la cabeza.
– Viola Donelly dice que estaba sentada en su estudio, que da a la calle, leyendo la última novela de John Grisham, cuando un coche de color tostado paró delante de su casa.
– ¿Vio al hombre que salió de él? ¿Vio quién disparó a Marc? -preguntó Molly.
– Por desgracia, no -contestó el jefe de policía-. Pero consiguió ver los primeros números de la matrícula -añadió, visiblemente complacido-. Y nos ha conducido hasta Anna Marie Constanza, nada menos.
Molly miró rápidamente a Hunter.
Lacey sabía que lo que estaba pensando. Hunter creía que Anna Marie le había hablado a su hermano del caso de Hunter en el juzgado, y que su hermano, el fideicomisario de su herencia, había convencido al juez para que cambiara la fecha de la vista con el fin de mantener a Hunter demasiado ocupado para encargarse de sus asuntos. Luego el hermano de Anna Marie, Paul Dunne, había hecho una visita a Dumont poco después de encontrarse con Lilly. Y no mucho después de eso, Marc Dumont había recibido un disparo mientras hacía a Lacey una visita inesperada.
Lacey dudaba de poder explicárselo todo a la policía, pero Ty consiguió de algún modo resumírselo al jefe de policía de manera concisa y clara.
Otter se rascó la cabeza.
– ¿Estás diciendo que creéis que Paul Dunne está implicado en el tiroteo? -preguntó, sorprendido.
– Y en los intentos contra la vida de Lilly -añadió Ty.
Molly se levantó de su asiento, más animada de lo que había estado en toda la mañana.
– ¿Os ha dicho Anna Marie si le prestó su coche a su hermano Paul?
El jefe de policía se metió las manos en los bolsillos delanteros del pantalón.
– ¿Por qué?
– Porque lo hace a menudo. Anna Marie casi nunca conduce, menos para ir al trabajo. Dice que le gusta que el motor funcione como la seda, así que hace que Paul conduzca el coche una vez a la semana.
Lo que significaba que Paul podía haber seguido a Marc Dumont hasta casa de Lacey. Pero ¿por qué iba a querer Dunne matar a su tío?, se preguntaba Lacey.
Otter sacudió la cabeza.
– Dijo que le habían robado el coche.
Hunter entornó la mirada.
– ¿Lo había denunciado?
– No.
– ¿Y no os pareció sospechoso? -preguntó Ty.
– Sí, claro. Pero no tenemos el coche, así que no podemos extraer las huellas dactilares. Y, aunque pudiéramos, ahora sabemos que encontrar las de Paul Dunne no serviría de nada. Hay una buena razón para que estén ahí -Otter se encogió de hombros-. Mirad, chicos, sé que tenéis vuestras teorías y confío en tu criterio, Ty, de verdad. Pero, en este caso, estás acusando a un ciudadano prominente del pueblo sin una sola prueba sólida. Y eso significa que debemos tener cuidado.
– Entonces registrad su casa o su despacho. Estoy segura de que encontraréis algo -Lacey se dio un puñetazo en el muslo-. No sé cuál es el vínculo entre el tío Marc y Paul Dunne, pero hay alguno. Estoy segura -se le quebró la voz y volvió la cabeza, avergonzada.
Ty se puso detrás de su silla y le rodeó los hombros con los brazos.
– Lo siento, no hay indicios suficientes para justificar un registro. Seguiremos investigando y el hospital sabe que debe avisarnos inmediatamente cuando Dumont recupere la consciencia. Puede que él nos revele algo de interés.
– Yo no pienso contener el aliento esperando a que así sea -masculló Lacey.
Ty la apretó con fuerza. Sabía desde el principio que pedir una orden de registro era imposible.
El jefe de policía se disculpó y fue a preguntar por el estado de su tío, dejándolos solos.
Lacey se levantó y comenzó a alejarse, incapaz de hablar sin ponerse a gritar. No podía creer que hubieran dado contra una pared de ladrillo. De nuevo. Tres incidentes y no se hallaban más cerca de averiguar quién quería matarles a su tío y a ella.
– Tengo una idea -dijo Molly, y Lacey se detuvo en seco y se dio la vuelta.
– Te escucho.
– Anna Marie no hablaría con la policía, pero puede que hable con nosotras -Molly señaló a Lacey y luego a sí misma-. Es una buena mujer. Puede que esté protegiendo a su hermano, pero es imposible que sepa que con ello está perjudicando a alguien. Creo de veras que, si hablamos con ella, tal vez se derrumbe y nos dé algo con lo que seguir adelante.
Lacey asintió con la cabeza mientras sopesaba lentamente la idea.
– Me gusta cómo piensas.
– A mí no -dijo Ty-. No quiero que vayáis a interrogar a Anna Marie. Si su hermano está implicado, os pondríais en la línea de fuego.
– Entonces ven con nosotras, si quieres. Pero la idea de Molly es buena y vamos a ir a hablar con Anna Marie -repuso Lacey, cuyo tono no dejaba lugar a discusiones.
No podía consentir que el miedo de Ty, o incluso el suyo, la detuviera. Tenían que acabar con aquello de una vez por todas.
Antes de reunirse con Anna Marie, Ty quería pasar algún tiempo con su madre. Dado que Anna Marie tardaría aún en volver del juzgado, podía pasar la tarde en el hospital. Hunter había vuelto al trabajo, aunque había prometido encontrarse con Molly para cenar. Molly había intentado evitar volver a verlo ese día, pero Hunter había insistido. Las cosas no presentaban buen cariz para ellos, a juzgar por la reserva de Molly. Ty se sentía fatal por su amigo. Y confiaba en no encontrarse en una situación parecida poco tiempo después.
Había convencido al jefe de policía para que destinara a un agente de paisano al hospital para vigilar a Lilly, que podía muy bien haber sido el objetivo del tiroteo de ese día. El individuo que había disparado podía pensar que Lilly sería capaz de identificarlo y quizá fuera tras ella para protegerse. Ty no quería correr riesgos con su seguridad.
Las mujeres se fueron a la cafetería a tomar un café, pero llevaban escolta. Entre tanto, él asaltó el carrito del servicio de comidas, que estaba en el pasillo, y tomó la bandeja de su madre. Llamó una vez a la puerta y entró.
Para su alivio, Flo se incorporó sobre las almohadas. Aunque tenía una vía conectada al brazo, el color había vuelto a sus mejillas y tenía una sonrisa en los labios. Una rápida mirada a la silla de las visitas desveló el motivo.
– Hola, doctor Sanford -dijo Ty mientras ponía la bandeja en el carrito móvil, junto a la cama.
– Llámame Andrew, por favor -Sanford se levantó y le tendió la mano.
Ty se la estrechó. Se alegraba de que su madre no estuviera sola y tuviera a alguien que obviamente la hacía feliz. Llevaba demasiado tiempo sola, pensó Ty.
– Andrew, me gustaría hablar un momento a solas con mi hijo -dijo su madre.
El doctor se acercó a la cama, se inclinó y la besó en la mejilla.
– Voy a ir a visitar a unos pacientes y enseguida vuelvo.
Ty esperó hasta que estuvieron solos para acercar una silla a la cama.
– Me has dado un buen susto -admitió.
– Yo también me he asustado -ella se recostó en las almohadas-. Pero los médicos dicen que puedo hacer vida normal. Esto no tendrá repercusiones.
Él asintió con la cabeza y luego se detuvo a pensar. Tenían que hablar de la relación de su madre con el doctor Sanford, entre otras cosas, se dijo.
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