– ¿Y conmigo sí? -preguntó Lacey con incredulidad-. ¿Cómo es posible, si es precisamente mi existencia la que tiene a todo el mundo desquiciado?
Molly echó la cabeza hacia atrás y se rió. Entendía perfectamente la pregunta de Lilly. Cerró la tapa de la lavadora, entró en la cocina y se sentó en una silla.
– Creo que la respuesta es que, si vivieras aquí, creo que podríamos ser amigas. Pero no tengo ningún vínculo emocional contigo. Así que puedo hablar contigo y podemos estar en desacuerdo y no por ello me siento traicionada o dolida. Y tampoco espero que te pongas de mi parte, ni me llevo una desilusión cuando no lo haces -lo cual parecía suceder cada vez más con Hunter, en lo concerniente a Marc Dumont-. ¿Me entiendes o estoy diciendo tonterías? -preguntó.
– Te entiendo -Lacey se rió-. Pero me gustaría que las cosas fueran distintas para ti y para Hunter.
Molly sonrió.
– Gracias. Bueno, ahora que hemos hablado de mis problemas, ¿qué puedo hacer por ti?
Lacey hizo una pausa tan larga que Molly comprendió cuál iba a ser el tema de su conversación y se armó de valor.
– Bueno, me resulta violento hablar de esto -dijo Lacey al fin, confirmando sus sospechas-. Pero, como tú dices, parece que podemos hablar la una con la otra. Así que ahí va. Tengo un par de preguntas sobre mi tío y el fondo fiduciario. Me gustaría que las contestaras, si no te molesta.
– Veré qué puedo hacer -contestó Molly, a pesar de que cada vez se sentía más tensa.
– Sabes que sólo puedo heredar el fondo fiduciario cuando cumpla veintisiete años, ¿verdad?
– En realidad, no he visto la escritura. Sólo me reuní con Marc para hablar de la posibilidad de que reclamara la herencia. Pero apareciste viva antes de que pudiera echarle un vistazo.
– Bueno, el caso es que heredaré en mi próximo cumpleaños, que da la casualidad de que es dentro de unas semanas. Por eso la persona que quiere matarme tiene que hacerlo antes de mi cumpleaños y de que yo pueda reclamar el dinero. Después de eso, no tendría sentido.
Lacey había dicho diplomáticamente «la persona que quiere matarme» y no había mencionado directamente a Marc. Molly agradeció su intento de ser imparcial.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó.
– Sólo quiero saber qué relación tienen actualmente Marc Dumont y Paul Dunne. Tengo entendido que se vieron ayer, poco después de que nos reuniéramos con Paul en su despacho. Necesito saber por qué. ¿Fue una coincidencia? ¿O están compinchados de algún modo?
– Hunter me preguntó lo mismo anoche y le hice callar -Molly cerró los ojos con fuerza-. Lo averiguaré -le prometió a Lacey.
Porque no podía seguir escondiéndose eternamente de la verdad.
– No sabes cuánto te lo agradezco -dijo Lacey con evidente gratitud.
Molly tragó saliva.
– Una cosa más.
– Claro.
– Dile a Hunter que Anna Marie y yo tomamos café esta mañana y que le pregunté por el caso en el que está trabajando Fred Mercer. Me puso al corriente de todo. Yo no tengo ninguna relación con Fred, ni tenía motivos para preguntar, pero Anna Marie me contó todos los detalles que quise saber -después de lo que le había pedido Hunter, Molly había sonsacado a su casera acerca de un extraño, simplemente por comprobar que estaba dispuesta a dársela-. Dile que, si Anna Mane me dio toda esa información a mí, no creo que tenga reparos en hablar de los casos de Hunter con su hermano -Molly apretó con fuerza el teléfono, consciente de que cada paso que daba la acercaba a alguna revelación que o bien limpiaría la reputación del hombre que le había ofrecido una familia, o destruiría sus esperanzas de tener una.
– ¿Molly? -preguntó Lacey.
– ¿Si?
– Eres la mejor -dijo Lacey-. Y sé que Hunter piensa lo mismo.
Molly no supo qué contestar, así que dijo adiós en voz baja y colgó.
Le dolía la garganta de aguantar las lágrimas. De saber que, al prometerle a Lacey que conseguiría la información que necesitaba, le había ofrecido más de lo que le había dado nunca a Hunter. En ese momento, no culparía a Hunter si decidía olvidarse de ella. Aquella idea le dolía, sin embargo. Sabía que estaba tirando piedras contra su propio tejado, pero en ese momento tenía la impresión de no poder hacer otra cosa.
Ty acompañó a la puerta a su nueva clienta, una señora mayor que quería encontrar a la hija que había dado en adopción muchos años atrás. Le prometió que emprendería al menos una búsqueda preliminar y que se pondría en contacto con ella en cuanto tuviera alguna pista. Ty sabía que tendría que delegar parte del trabajo en Frank Mosca hasta que tuviera tiempo para retomar su horario normal. Su vida y la de Lilly estarían en suspenso hasta que ella reclamara su herencia. Después, quién sabía qué pasaría.
Irónicamente, mientras se hallaban en aquella especie de limbo, estaban volviendo a conocerse.
Ty se sentía en parte exultante y en parte cauteloso y desconfiado. Porque, mientras permanecieran en Hawken's Cove, vivían la vida que llevaba él. Ignoraba qué pensaba Lacey del futuro y, con el embrollo en que se había convertido su vida de momento, no habría sido justo preguntárselo.
Si alguna vez llegaban a tener esa conversación, no tendría que haber nada que los atara, salvo el deseo mutuo. Ni fondos fiduciarios, ni amenazas de muerte, ni Alex, pensó Ty, y se preguntó si aquel tipo era de verdad agua pasada o si los sentimientos de Lilly por él retornarían cuando volviera a Nueva York. Pero se negaba a pensar en ello mientras la tuviera allí, con él.
Entró en el dormitorio que ella usaba en casa de su madre y la encontró ensimismada, con la cama llena de papeles. Digger levantó perezosamente la cabeza del colchón, miró a Ty con aire aburrido y volvió a bajar la cabeza. Ya no saltaba a su alrededor como si fuera una golosina nueva y apetitosa. Al parecer, Ty había dejado de ser una novedad para la perra. Confiaba en que Lilly no se cansara de él tan pronto.
Ella llevaba puesto un albornoz blanco que había comprado durante su rápida visita al centro comercial para comprar lo básico. En el tiempo que llevaba allí, Ty había descubierto que le encantaba tumbarse cubierta con un albornoz, lo cual a él le permitía contemplar sus largas piernas. El cinturón de la bata ceñía su cintura y el amplio escote de pico dejaba ver un canalillo que lo volvía loco. El hecho de que se hubiera acostumbrado a aquella imagen no significaba que hubiera dejado de afectarle.
Cada vez que veía a Lilly, tan tierna y accesible, con aquella bata afelpada, se excitaba inmediatamente. Su deseo por ella nunca dejaba de asombrarlo, junto con los hondos sentimientos que ella extraía de lugares de su interior que Ty creía cerrados para el resto del mundo desde hacía mucho tiempo.
– Hola -dijo para que Lilly se diera cuenta de que estaba allí.
Ella lo miró y sonrió alegremente.
– Hola. ¿Ha ido bien la reunión? -preguntó.
Ty entró en la habitación y cerró la puerta.
– Pues sí. Tengo una nueva clienta.
Ella asintió con la cabeza.
– ¡Estupendo! -sus ojos brillaban, llenos de excitación. Luego, de pronto, se apagaron sin previo aviso-. Espera. No puedes dedicarte a un nuevo caso si te preocupas por mí todo el tiempo. Ninguno de los dos había previsto que me quedara tanto tiempo, y tampoco contábamos con que destrozaran tu apartamento por mi culpa, claro -empezó a recoger sus papeles frenéticamente mientras continuaba-. Voy a volver a Nueva York hasta mi cumpleaños. Mi tío no me seguirá hasta allí. Ahora que el departamento de bomberos ha declarado oficialmente que el incendio fue provocado y no un accidente, debe de saber que la policía lo está vigilando. Sería un estúpido si fuera a por mí.
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