A partir del viernes India pasaría el fin de semana con él en Nueva York.
Desayunaron y se vistieron. Salieron juntos del hotel, ella rumbo a Westport y él al despacho.
Paul sonrió cuando India se sentó al volante y lo contempló con su cautivadora belleza rubia.
– Creo que estoy loco, pero te amo – declaró el magnate, y hablaba absolutamente en serio.
Paul la vio alejarse y se obligó a no pensar en Serena. Su peor momento llegaba cuando se separaba de India. Si estaba a su lado no pensaba en Serena: se había comprometido en cuerpo y alma en esta relación y no se arrepentía.
Por la noche, durante la cena con Sean, habló de India y le contó la relación que mantenían. Sean mostró poco entusiasrno y se expresó con cautela.
– Papá, ¿no es demasiado pronto?
– ¿Para salir con una mujer?
La reacción del hijo desconcertó a Paul. Aunque finalmente se hicieron amigos, Sean nunca había tenido debilidad por Serena. La consideraba demasiado ostentosa. India era todo lo contrario; se trataba de una mujer reservada, discreta, elegante y sin pretensiones, pero Sean no la conocía.
– Tal vez – repuso Sean -. Sólo han pasado seis meses y estabas muy enamorado de Serena.
– Lo estaba y lo estoy. ¿Crees que no tengo derecho a relacionarme con otra mujer?
Se trataba de una pregunta directa que merecía una respuesta ecuánime.
– ¿Para qué? A tu edad no es necesario que vuelvas a casarte.
– ¿Quién ha hablado de matrimonio?
Paul dio un respingo al oír las palabras de su hijo y reparar en su aguda capacidad de percepción. Por la mañana había pensado en casarse mientras evaluaba la posibilidad de ir y volver cada día de Westport, práctica que no podían mantener eternamente.
– Si no estás dispuesto a casarte, ¿para qué sales con una mujer? Tienes el Sea Star .
A Sean le parecía un trueque sensato y a Paul le hizo muy poca gracia que su hijo pensase que, con cincuenta y siete años, era demasiado viejo para citarse con una mujer.
– ¿Desde cuándo te interesan los barcos? Supuse que te gustaría saber qué hago. Un día de éstos te la presentaré.
– No es necesario, salvo que quieras casarte con ella – replicó Sean a bocajarro.
Paul pensó que si le presentaba a India estaría obligado a casarse con ella. Para cambiar de tema habló de su trabajo como fotógrafa y de su extraordinario talento.
– Muy interesante – dijo Sean por cortesía -. ¿Tiene hijos? – Paul pensó que era otra genialidad de su parte. Asintió discretamente con la cabeza y Sean fue al grano -: ¿Cuántos?
– Más de uno.
El pánico se apoderó de Paul y Sean lo percibió.
– ¿Cuántos? – insistió.
– Cuatro.
– ¿Pequeños?
– De los nueve a los catorce años.
El magnate pensó que ocultarlo no conducía a nada.
– ¿Es una broma?
– No.
– ¿Te has vuelto loco?
– Tal vez.
A esas alturas Paul dudaba de todo.
– Pero si no soportas más de diez minutos a mis hijos.
– Tus hijos son más pequeños y no paran de berrear. Los de ella son distintos.
– No vayas tan rápido. Acabarán en la cárcel, se emborracharán, tomarán drogas o dejarán preñadas a sus novias. Tal vez ella quede embarazada. Te encantará.
– No seas tan pesimista. Tú no hiciste nada de eso.
– Qué sabes tú. Además, me lo impediste. Papá, a tu edad lo que menos necesitas es una mujer con cuatro hijos. ¿Por qué no buscas una mujer más madura?
– ¿Qué te parece Georgia O'Keeffe? ¿Te parece lo bastante madura? Creo recordar que supera los noventa.
– Me parece que ha muerto – comentó Sean -. Venga, serénate. Regresa al velero y relájate. Creo que sufres la crisis de la edad madura.
– Agradezco tu optimismo – ironizó Paul, afectado. Era difícil que su hijo aceptara a India -. Si consideras que tengo esa crisis de que hablas, significa que esperas que viva el doble de mi edad actual, hasta los ciento catorce. Haré cuanto esté en mi mano para darte el gusto. Te garantizo que no estoy senil. Es una buena amiga, una mujer encantadora y me gusta mucho. Pensé que te agradaría saberlo, pero más vale que lo olvides.
– No – dijo Sean severamente y se desquitó de las peroratas que Paul le había dado a lo largo de su vida -. Será mejor que seas tú quien la olvide.
Abordaron otros temas y, cuando salieron del restaurante, Sean seguía preocupado. Dijo que durante el fin de semana lo llamaría para que viese a sus nietos y Paul no tuvo valor para responder que tenía otros planes. Se limitó a comentar que telefonearía si el fin de semana se quedaba en la ciudad. Sean comprendió en el acto a qué se refería.
Cuando llegó a casa, Sean comentó con su esposa, acosada por los mareos del embarazo y con mal semblante, que su padre había perdido la chaveta. Dicho sea en su honor, su mujer le aconsejó que no fuese tan envarado. Paul tenía derecho a hacer lo que le viniera en gana. Sean replicó que se ocupara de sus asuntos.
Las pesadillas que padeció aquella noche fueron terribles. Soñó con Serena y con aviones que estallaban en pleno vuelo. En dos ocasiones la oyó preguntar a gritos qué le había hecho y sollozar porque le había sido infiel. Al despertar se sentía como un anciano de noventa años. Sean había hecho un comentario inquietante: ¿Y si India quedaba embarazada? La mera idea le provocaba escalofríos.
Cuando por la tarde India telefoneó al despacho y dejó dicho que llegaría al hotel a las cinco y media, Paul pidió a su secretaria que le avisase que allí estaría.
En cuanto la vio olvidó sus pesadillas y las advertencias de Sean. Le bastó besarla para derretirse. Terminaron en la cama antes de cenar y a medianoche solicitaron el servicio de habitaciones. Era la mujer más cautivadora que conocía¡ y, por muchos hijos que tuviera, Paul sabía que la amaba. Mejor dicho, estaba colado por ella. Pasaron un fin de semana realmente mágico.
Pasearon por Central Park cogidos de la mano, visitaron el Metropolitan y fueron al cine. Vieron una historia de amor trágica y lloraron. Compraron libros, leyeron y escucharon música. Compartían los gustos e India habló entusiasmada del crucero que realizarían a bordo del Sea Star . Hablaron de sus sueños y temores, como en el pasado habían hecho por teléfono.
El domingo por la tarde Paul se entristeció pues India tenía que irse, debía recoger a los chicos después de la cena. Cuando su amada se marchó le resultó insoportable la perspectiva de pasar la noche sin ella.
La noche del domingo fue peor que la del jueves. Soñó que estaba en brazos de Serena, quien le suplicaba que no la dejase morir y decía que deseaba permanecer siempre a su lado. A las tres de la madrugada despertó y lloró una hora seguida, acosado por los remordimientos. No consiguió conciliar nuevamente el sueño y por la mañana tuvo la certeza de que no debería haber sobrevivido a Serena. La situación se le tornó insoportable. Habló con India, que se mostró complaciente y preocupada por lo que le ocurría.
Cuando salió del hotel hacia el despacho se sentía como muerto. Había quedado en ir a Westport por la noche, pero a las seis telefoneó a India y le explicó que no podía. Era incapaz de mirarla a la cara. Necesitaba otra noche en solitario para pensar en Serena y en lo que estaba haciendo. Supuso que a la mañana siguiente se encontraría mejor e India quedó en desplazarse a la ciudad. Le había pedido a la canguro que pasase la noche en su casa y explicó a sus hijos que iba a visitar a una amiga enferma. ¿Cuánto tiempo podría mantener la farsa?
Cuando por la noche llegó al hotel, Paul la estaba esperando. Tenía mal aspecto e India se preocupó. Quiso saber si había comido y si tenía fiebre. Muy abatido, el magnate respondió que no.
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