India lo pensó durante dos días y aceptó el encargo. Necesitaba salir de la rutina. Conoció a la víctima y le cayó bien. Se trataba de una famosa top model, de veinticinco años. El violador le había hecho cortes en la cara la noche en que había puesto fin a su carrera en un montículo de hierba de Central Park, donde la condujo a punta de pistola cuando ella se apeó de un taxi en la Quinta Avenida.
El reportaje requirió dos días de trabajo y lo único que le desagradó fue que el encuentro tuvo lugar en el Carlyle, lo que le recordó a Paul. Por lo demás, todo marchó sobre ruedas. Publicadas una semana después, las fotos provocaron gran revuelo.
Hacía un mes que no tenía noticias de Paul pero se abstuvo de llamarlo. Ignoraba dónde estaba e intentaba no pensar en él. Un mes después de la ruptura seguía en medio de una nube de confusión. Había sido como conseguir cuanto había soñado y luego perderlo. La única diferencia con la modelo consistía en que ésta estaba físicamente afectada. Las cicatrices de India eran igualmente profundas pero no se veían. Sólo ella sabía de su existencia.
Le costaba creer que no volvería a tener noticias de Paul pero en mayo no le quedó otro remedio que aceptarlo. Se había alejado de su vida, cargado con sus penas, sus heridas y sus recuerdos de Serena. India sabía que jamás recuperaría algo muy íntimo que Paul le había arrebatado. Tenía qué aprender a vivir con esto y con su fracaso matrimonial. Por algún motivo la ruptura con Paul le dolía más que la pérdida de Doug. Le resultaba más lacerante que todo lo que había vivido, salvo la muerte de su padre. Se trataba de la pérdida de las esperanzas en un momento vulnerable de su vida y estaba decepcionada. Sabía que el tiempo lo cura todo, aunque ignoraba cuánto tardaría. Tal vez le llevaría toda la vida, pero no tenía alternativa. Su sueño se había esfumado con Paul, lo mismo que su corazón y el amor que le había prodigado. Lo único que le quedaba era la certeza de que éste la había amado. Paul la amaba. Por mucho empeño que él pusiese en negarlo, durante un tiempo la había amado.
A principios de mayo comió con Gail. Todos los años almorzaban juntas el día del cumpleaños de India. Era una tradición. La víspera, India había comprado una camioneta nueva. Gail la contemplaba cuando de repente miró a su amiga. Hacía dos meses que deseaba hacerle una pregunta y hasta entonces no se había atrevido. Se armó de valor al comprobar que India estaba muy recuperada; además, la curiosidad la azuzaba. Se sentaron a comer y Gail se lo preguntó. India desvió la vista, luego miró a su amiga con expresión afligida. No tenía sentido guardar el secreto, ahora carecía de importancia.
– Sí, se trata de Paul. Durante mucho tiempo, casi desde el verano, nos hablamos por teléfono. Si quieres que sea exacta, a partir de la muerte de Serena. Al cabo de unos días me llamaba diariamente. Se convirtió en mi mejor amigo, en una especie de hermano… Durante una época lo fue todo para mí. Era la luz al final del túnel, aunque él se negaba a admitirlo. – Sonrió -. Después, regresó a Nueva York y me declaró su amor. Creo que la primera vez que lo vi me enamoré de él. A él le ocurrió lo mismo, incluso en vida de Serena, aunque nunca lo reconoció y creo que, en realidad, no se dio cuenta. Entre nosotros existía algo muy poderoso que lo asustó. Era más de lo que podía asimilar. Todo acabó en una semana. Dijo que era por mis hijos, por su edad y por una serie de tonterías que no vienen a cuento. En realidad lo hizo por él. Se sentía demasiado culpable debido a Serena, seguía enamorado de ella. Sea como fuere, puso fin a la relación la noche del accidente.
Miró a Gail con lágrimas en los ojos.
– ¿Aquella noche intentaste quitarte la vida?
La cuestión obsesionaba a Gail. India le recordaba mucho a su hermana; por suerte, se había salvado y parecía muy repuesta.
– Supongo que sí – reconoció ella con franqueza -. Tenía ganas de morir, pero me faltó valor. Sigo sin recordar qué ocurrió. Sólo sé que iba llorando y con la sensación de que mi vida estaba acabada. Cuando recobré el conocimiento ingresaba en el hospital. Recuerdo que después me llevaste a casa y me dolía mucho la cabeza. La verdad es que el corazón me dolía mucho más que la cabeza.
– ¿Has sabido algo más de Paul? – inquirió Gail con pesar, pues le parecía una historia terrible que había estado a punto de terminar en tragedia.
Su amiga negó con la cabeza.
– No sé nada ni creo que vuelva a tener noticias suyas. Se ha terminado. He tardado mucho en aceptarlo, pero ahora sé que es así. No le he llamado ni le llamaré. Estaba muy deprimido y sólo faltaría que yo lo torturara. Hemos pasado momentos realmente difíciles. Supongo que ha llegado la hora de olvidarlo.
Gail asintió con la cabeza, deseosa de que así fuera. Si Paul no la quería, a su amiga no le quedaba otra opción que aceptarlo. Por muy doloroso que hubiera sido, parecía que al fin lo reconocía.
Comieron en Fernando's Steak House y hablaron de otros temas: los hijos de India, el reportaje de la modelo violada y, por último, la novia de Doug. Aunque no demasiado, este último punto molestaba a India. Todavía se preocupaba por Doug, si bien la separación le producía alivio. Su vida actual era mucho más sencilla y tranquila. No le apetecía salir con nadie. Suponía que, después de la historia con Paul, tardaría mucho en volver a abrirse. Gail no mencionó el tema. India no estaba en condiciones de salir con un hombre, de asistir a citas a ciegas o encuentros casuales en un motel. Además, no era su estilo. Gail se percató de lo herida que estaba, mucho más de lo que demostraban las cicatrices, el brazo roto o el cuello resentido. Las verdaderas heridas eran profundas, se encontraban donde nadie podía verlas o tocarlas. Eran el regalo de despedida que Paul le había hecho e India estaba convencida de que recuperarse le llevaría toda la vida. Jamás había amado a nadie como a Paul y le resultaba imposible pensar en volver a vivir una historia parecida. Gail estaba segura de que algún día aparecería alguien, pero India jamás se abriría como lo había hecho con Paul Ward.
Raúl telefoneó al día siguiente de que le retiraran la escayola del brazo. India esperaba otro reportaje local, como el del juicio por violación, pues su representante estaba al tanto del accidente y suponía que le asignaría una labor tranquila.
– ¿Cómo te encuentras? – preguntó Raúl.
India sonrió.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Piensas invitarme a bailar? Diría que estoy bien, aunque todavía no podría bailar claqué. Pero me atrevería con la samba. ¿Qué quieres que bailemos?
– ¿Te van los ritmos africanos? – India sintió que algo se encendía en su interior y recordó el pasado -. ¿Qué te parece Ruanda?
– Está muy lejos – replicó.
Raúl fue franco con ella:
– Está muy lejos y el trabajo será agotador. En medio de la selva hay un hospital que se ocupa de niños huérfanos. Algunos padecen secuelas terribles y están muy afectados por enfermedades y problemas que ponen los pelos de punta. No disponen de mucha ayuda. Un grupo de estadounidenses colabora con los misioneros de Francia, Bélgica y Nueva Zelanda. Hay voluntarios de todo el mundo. La historia es interesantísima pero no quiero presionarte. Sé que has estado en fase de recuperación y que tienes que pensar en tus hijos. Así pues, depende de ti. No insistiré. La decisión es tuya.
– ¿Cuánto tiempo requiere?
– Tres semanas, tal vez cuatro. Supongo que tú podrías hacerlo en tres.
Si aceptaba tendría que buscar a alguien que cuidara de sus hijos.
– Me encantaría cubrir la noticia – reconoció. Era precisamente la clase de reportajes a que aspiraba cuando volvió a trabajar. Se trataba de una región candente, pero no había muchos riesgos salvo las habituales enfermedades tropicales. Además, sus fotos de esa zona del planeta estaban anticuadas -. ¿Me das un par de días para pensarlo?
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