– Cariño, pareces enfermo.
Paul se sintió como un asesino en serie. Tras tantos meses de hablar por teléfono la conocía muy bien, sabía qué pensaba, qué sentía y en qué creía. India creía en la esperanza, los sueños, la sinceridad, la fidelidad y las demás emociones humanas positivas. También creía en los finales felices… pero en este caso no lo había. En los dos días que no se habían visto Paul se había dado cuenta de que seguía enamorado de Serena y estaba convencido de que siempre lo estaría.
Se sentó en el sofá junto a India y la miró. A ella se le cayó el alma a los pies. Paul sólo vio la melena dorada, los ojos azules que a cada minuto que pasaba parecían más grandes y un rostro tan pálido que se asustó.
– Creo que sabes lo que voy a decir – murmuró con toda la tristeza del mundo.
– No quiero oírlo – repuso ella con voz quebrada -. ¿Qué ha pasado?
– India, me he despertado, he recobrado el juicio.
– No, no es cierto. Te has vuelto loco.
Ella sabía de antemano lo que él le diría, y el corazón le dio un vuelco. Perderlo le daba terror. Llevaba toda la vida esperándolo.
– Estaba loco cuando te dije que te amaba. Fue un error. Me excitabas… Quería que nuestra relación fuese todo lo que pensaba que debía ser. Eres la mujer más maravillosa que he conocido, pero estoy enamorado de Serena y siempre lo estaré. Sé que es así. No puedo seguir adelante.
– Te has asustado, eso es todo. El pánico te ha dominado – aseguró desesperada.
– Es ahora cuando el pánico me domina – reconoció él sinceramente y la miró a los ojos. No quería hacerse responsable de ella; mejor dicho, no podía. Sabía que no podía. Sean no se había equivocado: estaba senil -. India, tienes cuatro hijos y una casa en Westport.
– ¿Y qué tiene que ver? Los daré en adopción – bromeó, pero se le llenaron los ojos de lágrimas. Paul hablaba en serio. Ella luchaba por el amor que compartían pero el magnate no quería saber nada -. Te quiero.
– Ni siquiera me conoces. Sólo soy una voz por teléfono un sueño, una ilusión.
– Claro que te conozco – afirmó a la desesperada -. Te conozco tanto como tú a mí. No es justo.
Rompió a llorar desconsoladamente.
Paul la estrechó entre sus brazos. Se sintió un canalla pero sabía que, para sobrevivir, tenía que escapar.
– Será mejor dejarlo, más adelante resultaría más doloroso. Nos uniremos más y ¿qué pasará? No puedo seguir adelante, Serena me lo impide.
– Serena ha muerto – puntualizó ella con delicadeza en medio de las lágrimas, pues no quería hacerle daño pese al dolor que Paul le causaba -. Ella no querría que fueras desgraciado.
– Sí lo querría, jamás me permitirá estar con otra mujer.
– Era inteligente y te quería… No puedo creer que me hagas esto. – Habían compartido una semana, siete días, India se había entregado totalmente y ahora Paul le decía que era el fin. Hacía una semana, hacía sólo dos días, le había dicho lo mucho que la amaba. Quería que se fuese a vivir a la ciudad y le gustaban sus hijos -. ¿No estás dispuesto a dar, una oportunidad a nuestra relación?
– No, no puedo. Por tu bien y por el mío. Volveré al velero. Mi hijo tiene razón, soy demasiado viejo. Necesitas un hombre más joven. No puedo asumir cuatro críos, es demasiado. A las edades que tienen tus hijos Sean estuvo a punto de volverme loco. Lo había olvidado. Han pasado veinte años, yo tenía treinta y siete. Y ahora tengo cien. No, India, es imposible – dijo severamente y la contempló llorar. Lo hacía por Serena, se lo debía por haber permitido que perdiera la vida en aquel accidente aéreo. No tendría que haber ocurrido, él debería haber muerto a su lado -. Será mejor que te vayas.
Paul se levantó y la ayudó a incorporarse. La fotógrafa sollozaba desconsoladamente. No esperaba que le hiciera algo así ni estaba preparada para asimilarlo. Jamás había imaginado que ocurriría. Paul la amaba y ella lo sabía.
– ¿Y las vacaciones en Antigua? – preguntó en medio del llanto, como si tuvieran importancia.
Sólo era un pretexto al que aferrarse. Paul también se lo arrebató. Quería recuperarlo todo: su corazón, su vida, su futuro.
– Olvídalas – replicó con frialdad -. Vete a otra parte. Vete con un buen hombre. Yo no soy la persona adecuada, lo mejor de mí murió con Serena.
– No es verdad. Amo lo mejor y lo peor de ti.
Paul ya no estaba dispuesto a oírla. No quería nada de India. Se había acabado. La fotógrafa lo miró con una expresión que le desgarró el corazón.
– ¿Qué le diré a mis hijos?
– Diles que soy un cabrón. Te creerán.
– No me creerán. Yo tampoco te creo. Simplemente estás asustado. Tienes miedo de ser feliz.
Aquello era más cierto de lo que India podía imaginar y de lo que Paul estaba dispuesto a reconocer.
– Vuelve a tu casa – dijo él y le abrió la puerta -. Regresa con tus hijos. Te necesitan.
– Tú también me necesitas – insistió convencida, ya que lo conocía a fondo -. Me necesitas más que mis hijos. – Se entretuvo en la puerta, sollozó lastimeramente y antes de partir dijo -: Te quiero.
Cuando India se marchó, Paul cerró la puerta y se dirigió al dormitorio. Se tumbó en la cama que habían compartido, pensó en ella y lloró amargamente. Deseaba que volviese y que formara parte de su vida, pero era imposible. Había aparecido demasiado tarde. Estaba muerto. Serena se lo había llevado consigo, por no haber muerto a su lado, por haberla dejado en la estacada. Él la había traicionado y no podía volver a hacerlo. No tenía derecho a coger lo que India quería darle.
Mientras Paul permanecía tumbado en la cama y lloraba, India conducía histérica y cegada por las lágrimas. No daba crédito a lo ocurrido ni a lo que Paul le había hecho. Era mucho peor que Doug. La diferencia radicaba en que se amaban. Estaba tan angustiada y afectada por la pena que no vio el coche que se salió del carril y se cruzó por delante. Chocó sin reparar en lo que ocurría. Rebotó contra la valla, se desvió a otro carril, dio una vuelta de campana y se golpeó la cabeza con el volante. Finalmente el vehículo se detuvo. Notó un gusto salado en la boca y vio manchas de sangre por todas partes. Alguien abrió la portezuela. India lo miró y se desmayó.
Era más de medianoche cuando India telefoneó a Gail. Le habían dado catorce puntos en la cabeza y tenía un brazo roto, conmoción cerebral leve y contusión cervical. La camioneta había quedado para el desguace. El accidente podría haber sido mucho más grave. En total había chocado con tres coches pero, por suerte, no hubo más heridos. La habían llevado al hospital de Westport. Lloró mientras explicaba a Gail lo que había pasado. En un primer momento había pensado en llamar a Paul pero, a pesar de lo aturdida que estaba, optó por no hacerlo. No quería que se sintiese culpable ni la compadeciera. Era ella la que se había equivocado y era injusto responsabilizarlo del accidente.
Sollozaba y hablaba incoherentemente cuando telefoneó a Gail y le pidió que fuera a buscarla al hospital. Gail se asustó y se presentó media hora después, con zapatillas de deporte y el abrigo echado sobre el camisón. Sus hijos se habían quedado con Jeff.
– India, ¿qué ha ocurrido?
– Nada… Estoy bien.
La fotógrafa no dejaba de sollozar y estaba muy afectada.
– Tienes muy mal aspecto – dijo Gail y se dio cuenta de que, por si fuera poco, India acabaría con un ojo a la funerala. Era el primer accidente de coche que sufría y se la veía conmocionada -. ¿Habías bebido? – preguntó.
La policía ya la había interrogado y en urgencias las enfermeras iban y venían a su alrededor.
Читать дальше