– No ha perdido un segundo.
De todos modos se alegró, pues significaba que Doug ya no molestaría a India.
– ¿Qué tal la reunión de la junta? – preguntó ella.
– Muy estimulante. He hablado con mi hijo. Esperan otro crío. Es una señal positiva. Siempre he pensado que un bebé es una apuesta de futuro. Claro que a su edad no reflexionan tanto.
India se dijo que no tenía pinta de abuelo. Era muy apuesto y no aparentaba la edad que tenía, aunque esa noche él aseguró que le pesaban los años. India comentó que tal vez se debía al jet-lag . Paul repuso que la noche anterior lo había dejado muy perturbado.
– Creo que trasladarte al hotel te sentará bien.
– Ya. Resulta absurdo porque el apartamento está muy cerca, pero soy incapaz de pasar otra noche allí. He vuelto a tener las mismas pesadillas… en las que Serena me dice que tendría que haber muerto con ella.
– Sabes que ella jamás habría dicho semejante desatino – declaró India con firmeza.
Se tomó la libertad de opinar como lo habría hecho por teléfono ya que cada vez se acostumbraba más a su presencia. Le agradaba verlo al final del día, arreglados para salir a cenar. Hacía mucho que no lo hacía y cuando bebió un sorbo de su copa notó que Paul le sonreía.
– Casi has hablado como Serena – dijo él. Desde luego India era muy suya. Detestaba que se autocompadeciera y no se privaba de decírselo con toda claridad -. Como de costumbre, tus palabras son atinadas. Tienes razón en muchas cosas.
Sólo se había equivocado en su matrimonio. Tendría que haberse plantado mucho antes sin importarle que Doug se fuese. Paul sabía que, sin su apoyo, India jamás lo habría conseguido.
Cuando terminaron las copas fueron a Daniel, donde les asignaron una de las mejores mesas. El maître celebró la aparición de Paul y a India le quedó claro que había acudido con frecuencia al restaurante. El maître sentía curiosidad por ella.
– Todos se preguntan quién eres – comentó Paul sonriente -. El traje te queda muy bien, pareces una top model. Además, el peinado te sienta de maravilla.
Pero echaba de menos la trenza y el aspecto de su amiga cuando estuvo en el Sea Star . Ella se había sentido totalmente a sus anchas en el velero y se habían divertido mucho con Sam. Paul ansiaba volver a navegar con él. En ese instante decidió trasladar el barco a Antigua y proponer a India que llevase a sus hijos por las vacaciones de Pascua.
Encargaron la cena: de primero, sopa de langosta; de segundo, pichones para ella, bistec a la pimienta para él, ensalada de endivias y, de postre, soufflé .
Cuando el camarero escanció el vino, Paul comentó que le gustaría que en Pascua se trasladara a Antigua con sus hijos para pasar las vacaciones.
– ¿No prefieres otro invitado? Somos muchos y los chicos te volverán loco.
– Todo lo contrario, si son como Sam. Acomodaremos a los cuatro en dos camarotes y, si nos apetece, tendremos más invitados. Será divertido tenerlos a bordo. Me gustaría invitar a Sean, pero navegar no es una de sus pasiones y como su esposa está embarazada no creo que acepten. De todos modos, puedo consultárselo. Los niños se divertirán mucho. Sam y yo saldremos en el bote mientras los demás jugáis, veis vídeos o hacéis lo que os dé la gana.
A India le encantó la idea. Además, Doug ya le había comunicado sus planes para las vacaciones. Visitaría Disney World con su novia y los hijos de ésta. A sus hijos les había afectado que no los invitaran. Como había repetido Gail, era lo que solía ocurrir con los divorciados. Muchos padres se despreocupan de sus hijos en cuanto tienen una nueva novia…
– Paul, ¿lo de Antigua va en serio? – preguntó India mientras tomaban la sopa -. No estás obligado.
– Claro que no, pero me apetece. Si te pone nerviosa puedes quedarte en tu camarote y llamarme por teléfono a la cabina de mando. Así recordarás quién soy.
Era una broma y Paul reparó en que la fotógrafa se estaba adaptando a la nueva situación. Ambos tenían que introducir muchos ajustes en sus vidas. La víspera, Paul se había dado de narices con la realidad en el apartamento. India se echó a reír.
– Pues podría funcionar. Creo que saldré del restaurante y te llamaré desde la cabina más cercana.
– No pienso responderte – repuso él con fingida seriedad.
– ¿Por qué?
Paul le dirigió una mirada significativa.
– Porque tengo una cita. Es mi primera cita en muchos años. Tengo que aprender muchas cosas. No recuerdo bien lo que se hace en una cita.
Su expresión denotaba tanta vulnerabilidad que India musitó:
– ¿Es una cita? Creí que sólo éramos amigos.
Paul la había dejado confundida.
– Una cosa no excluye la otra.
Paul le clavó la mirada. Aunque no se lo había dicho, su traslado a Nueva York era para algo más que por una reunión de junta. Después de las conferencias telefónicas de los últimos meses necesitaba verla.
– Creo que tienes razón – admitió ella, y de pronto se puso muy nerviosa.
– Derramarás la sopa – advirtió Paul y ella sonrió desconcertada -. India, cuando salgas a cenar conmigo no puedes derramar la sopa sobre la mesa.
El magnate se reclinó y la contempló dejar la cuchara.
– Me parece que no entiendo lo que dices.
India no quería entenderlo. No quería que Paul cambiase nada. Por Navidad, antes de que Doug la dejara, Paul ya había aclarado que sólo eran amigos. Estaba muerta de frío en una cabina telefónica cuando le comunicó que él no sería la luz que encontraría al final del túnel. Si era así, ¿por qué decía ahora que tenían una cita? ¿A qué se refería? ¿Qué había cambiado?
– Creo que sólo intentas intimidarme – aseguró India.
A Paul se le escapó una sonrisa. Encontraba muy bella, juvenil e ingenua a India, que llevaba más tiempo que él sin tener una cita. Habían transcurrido más de veinte años desde que conociera a Doug en el Cuerpo de Paz.
– India, ¿te he asustado? – Súbitamente se inquietó -. Lo siento, no pretendía… ¿Lo dices en serio?
– Hasta cierto punto, sí. Pienso que sólo somos amigos. Al menos es lo que dijiste en Navidad…
– ¿De verdad? Desde entonces ha pasado mucho tiempo. – De repente se acordó de sus palabras. Hablaba en serio. Habían transcurrido tres meses y la angustia por la pérdida de Serena ya no lo obnubilaba -. No sé muy bien qué dije, aunque probablemente fue una sarta de tonterías. – A India le dio un vuelco el corazón -. Me parece que hice un comentario de muy mal gusto acerca de que no sería la luz al final del túnel. – Ella no entendía qué había cambiado. Paul la miró, suspiró y le cogió la mano -. A veces me asusto, me entristezco, añoro a Serena, y digo cosas que no debería…
India se preguntó cuándo hablaba en serio, ahora o entonces. Las lágrimas afloraron a sus ojos. No quería hacer nada que pusiese en peligro esa relación. No quería perderlo. Si seguían adelante, Paul podría arrepentirse y refugiarse nuevamente en la seguridad del velero. Y tal vez en este caso huiría para siempre.
– Creo que no sabes lo que haces – comentó mientras él le enjugaba las lágrimas con la servilleta.
– Puede que tengas razón, pero déjame que lo averigüe y no te preocupes demasiado. India, confía en mí. Descubrámoslo juntos.
Ella cerró los ojos unos segundos, asumió la situación y asintió con la cabeza. Al mirarlo esbozó una amplia sonrisa. A Paul le agradaba lo que ocurría y lo que sentía. En lugar de llorar por el fin de algo, ahora saboreaba la ternura del comienzo.
A partir de ese momento hablaron de muchas cosas. Paul contó anécdotas divertidas ocurridas en el velero, personas que habían bebido más de la cuenta o hecho trastadas. Se refirió a una mujer que se había liado con el capitán y a otra que, al dejar abiertas las portillas del camarote, estuvieron a punto de hundirse. Al oír la última historia India se estremeció.
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