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Ana Veloso: La Fragancia De La Flor Del Café

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Ana Veloso La Fragancia De La Flor Del Café

La Fragancia De La Flor Del Café: краткое содержание, описание и аннотация

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Brasil, año 1884. En el valle del río Paraíba, los terratenientes y sus familias llevan una vida lujosa y despreocupada gracias al trabajo de sus esclavos en las plantaciones de café. Vitória aspira a más, a mucho más. Vita, como todo el mundo la llama, es hija de uno de los más ricos «barones del café». Posee una belleza extraordinaria, es inteligente, hábil en los negocios, con un carácter fuerte e independiente, y es considerada el mejor partido del valle. Cuando Vita conoce a León Castro, un periodista atractivo y enigmático, su vida cambia. León es abolicionista y lucha fervientemente contra la esclavitud y por lo tanto contra los intereses de la familia de Vita. A pesar de estas diferencias insuperables se enamoran perdidamente. Desde un inicio su amor está marcado por desencuentros. Una y otra vez los caminos de Vita y León se cruzan y se separan, pero ni el tiempo ni los reveses de la fortuna pueden con su pasión. Ante el trasfondo del paradisíaco valle del río Paraíba y del pintoresco emporio de Río de Janeiro, de la época dorada de las plantaciones de café y de su ruina después de la abolición de la esclavitud, tienen lugar la saga de una familia de hacenderos y la historia de un gran amor…

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– Sólo en la provincia de Río de Janeiro viven cientos de miles de esclavos. Que se escapen diez al día es una insignificancia. El sábado a lo mejor aparecen cincuenta anuncios en el periódico; parecen muchos, pero no lo son.

Aaron no parecía estar de acuerdo con el cálculo, pero dejó el tema.

– ¿Sabes cuántos de los negros que escapan son encontrados? -preguntó Joao Henrique.

– No -respondió Pedro-. Supongo que no muchos. Las características de muchos de ellos coinciden. Si en un anuncio pone “de mediana estatura, unos treinta años, responde al nombre de José”, no habrá muchas posibilidades de encontrarle. Otra cosa es cuando el huido tiene algún rasgo especial, alguna cicatriz, una deformidad o algo similar.

– A mí me dan pena -dijo Aaron-. Cuando alguien arriesga tanto, pasa tantas privaciones y cambia conscientemente un presente medio soportable por un futuro no precisamente de color rosa, es que valora mucho su libertad. Y si son suficientemente valientes y listos para escapar, entonces ya cuentan con las principales cualidades que necesita un hombre libre… y se han ganado su libertad.

– ¡Otra vez! -Joao Henrique miró a Aaron como a un niño que no entiende algo muy sencillo después de explicárselo mil veces-. Los negros no son como nosotros. Tú los has visto en Río. En cuanto son libres aprovechan esa libertad para beber, pelearse, mentir. Tienen las cabañas sucias, sus numerosos hijos corren por ahí desnudos, sus mujeres trabajan como prostitutas. Realmente, no son mejores que los animales.

Pedro confió en que el viejo cochero no hubiera oído su conversación. Joao tenía razón en parte, pero él sabía que muchos esclavos eran personas formales y fieles a las que no se podía comparar con la chusma de la ciudad y que se ofenderían si les metieran a todos en el mismo saco, como había hecho Joao Henrique.

Por fin llegaron a la entrada de Boavista. La puerta de hierro forjado con el escudo de la familia estaba abierta en espera de su llegada. Tras ella se extendía una larga avenida flanqueada por altas y elegantes palmeiras imperiais, palmeras reales, que llevaba a la mansión. Desde esa perspectiva se veía sólo la fachada de la casa grande, una amplia casa de dos pisos. Era blanca, con un tejado de tejas rojas y las contraventanas pintadas de azul. Cinco escalones conducían a la gran puerta principal. A derecha e izquierda había siete grandes ventanas y, también a ambos lados de la puerta, dos grandes bancos de madera pintados en el mismo azul que las contraventanas. Totalmente simétrico y a primera vista sencillo y austero, el edificio recordaba a un monasterio. Pero esa impresión se desvanecía cuando se contemplaba la casa más de cerca. Una alegre fuente chapoteaba ante ella. Los adornos de cerámica azul a ambos lados de la escalera y las glicinias que trepaban junto a la puerta principal le hacían perder su aspecto severo. Tras las ventanas se veían acogedoras cortinas y bajo el tejado una delicada moldura de madera propia de una casa de muñecas que parecía no encajar demasiado con aquella severa arquitectura.

Pedro habría podido describir de memoria cada detalle de la casa grande y del resto de las construcciones de Boavista. Allí había crecido, lo conocía todo perfectamente. Pero ahora, después de casi un año de ausencia y con invitados que nunca habían estado allí, veía la casa con otros ojos. Con los ojos de sus amigos. Notó de pronto lo femenina que resultaba la moldura del tejado en un edificio por lo demás tan masculino. Vio que el felpudo con el escudo del visconde resultaba un tanto ostentoso. Pero también pudo apreciar que la casa, veinticinco años después de su construcción, estaba en perfecto estado e irradiaba dignidad. Pedro se movía entre el orgullo del propietario y la sensación de ser responsable de todo, incluso de aquello que quedaba fuera de su alcance.

Mientras Joao Henrique y Aaron se desperezaban y estiraban tras el fatigoso viaje, a Pedro le entró una extraña prisa. Descargó el equipaje, con el cochero, sin dejar de hablar.

– Este calor no es normal en esta época del año, pero esperad a que entremos, dentro se está muy fresco. Lamento que el viaje haya sido tan largo, pero no se puede evitar. Cuando se lleva el ganado por los caminos tras las lluvias se forma mucho barro. Y, claro, siempre salpica algo, pero no os preocupéis, aquí en el campo es normal. La sirvienta limpiará enseguida vuestras maletas y vuestros trajes. Bien, ¿y? ¿Qué opináis de la casa? Os vais a quedar boquiabiertos cuando veáis el resto, esto es sólo una cuarta parte del complejo.

En ese momento se abrió la puerta principal. Tras ella apareció Vitória. Pedro pensó que se había arreglado demasiado, pero cuando iba a esbozar una disculpa se fijó en el rostro de Aaron. Su amigo estaba petrificado. Acababa de ver a la muchacha más hermosa del mundo.

Capítulo tres

– ¡Pedro! -Vitória voló hasta los brazos de su hermano-. ¡Deja que te vea, Pedrinho, hermano del alma! ¡Cielos, cómo has cambiado!

– ¡Y tú, Vita! ¡Estás cada día más guapa! -Miró con admiración a su hermana, que, en un inusual alarde de coquetería, dio una vuelta ante él. Quizás se debió a la excitación del momento.

– ¿Te gusta mi vestido? No quería que te avergonzaras de mí ante tus amigos.

– ¡Qué tonterías dices, Vita! Incluso con harapos parecerías una reina. Pero, bueno, te voy a presentar a nuestros invitados. Éste es mi compañero de estudios Joao Henrique de Barros, el médico más prometedor bajo nuestro sol tropical.

El hombre tomó la mano que Vitória le tendió y la besó con una elegante reverencia.

– Mis respetos, senhorita Vitória. Su hermano nos ha hablado mucho de usted. Pero olvidó mencionar su arrebatadora belleza.

Vitória calculó que tendría unos veinticinco años, sería algo mayor que su hermano. Joao Henrique de Barros llevaba barba inglesa y vestía a la moda. Adulador y presumido. A Vitória no le resultó simpático. Su voz tenía un cierto tono pedante y, aunque no se le pudiera considerar feo, a Vitória no le gustó su aspecto. Tenía la frente algo echada hacia atrás y sus pequeños ojos se hundían en unas profundas y arrugadas órbitas. A lo mejor ese horrible inglés, Charles Darwin, tenía razón con su novedosa teoría. Joao Henrique de Barros descendía realmente del mono.

– Y éste -continuó Pedro, empujando hacia delante a un pequeño pelirrojo-, éste es Aaron Nogueira, que acaba de terminar la carrera de Derecho. ¡Un abogadillo, pero de los listos!

– ¡Senhorita! -Aaron Nogueira besó la mano a Vitória. La agitación le impidió decir una palabra más. Le habría gustado decir mil cosas, innumerables cumplidos y piropos se agolparon en su cabeza, pero en el momento decisivo no se le ocurrió nada mejor que callar.

– ¿Qué te ocurre, Aaron? ¿Te has quedado mudo? -Y dirigiéndose a Vitória explicó-: Ante el juez no es tan tímido. Al revés, allí habla hasta marear a cualquiera.

El rostro de Aaron Nogueira se iluminó con una leve sonrisa que acentuó sus hoyuelos y le dio un aspecto malicioso. Enseguida recuperó el control:

– ¡Precisamente! ¡No querréis que una dama tan encantadora se maree!

A Vitória le gustó aquel hombre.

– Puede estar tranquilo. No suelo desconcertar a los hombres con desmayos, sino con mi presencia de ánimo.

– ¡Qué gusto da ver a una sinhazinha capaz de pensar! -observó Joao Henrique.

– Casi tanto como encontrar a un médico sincero -respondió Vitória sin inmutarse-. O a un abogado tímido -añadió sonriendo amablemente a Aaron. Éste estaba maravillado.

Pedro parecía estar al margen de esta conversación. Siguió hablando alegremente:

– A nuestro héroe de los oprimidos y los esclavos lo has debido de conocer ya. Se iba a reunir aquí con nosotros. ¿Dónde se esconde?

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