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Stephanie Laurens: La Prometida Perfecta

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Stephanie Laurens La Prometida Perfecta

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y… marido.

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– Es lamentable que nosotros, héroes de Inglaterra, tras haber sobrevivido a todo lo que los franceses nos han lanzado encima, regresemos a casa para enfrentarnos a una amenaza aún peor.

– Una amenaza para nuestro futuro como ninguna otra y con la que, debido a nuestra lealtad al rey y al país, no estamos tan familiarizados como muchos hombres más jóvenes, acostumbrados a enfrentarse a ella -añadió Jack.

Volvió a hacerse el silencio.

– Sabéis… -Charles St. Austell removió su jarra, trazando círculos-, nos hemos enfrentado a peores situaciones y hemos salido vencedores. -Alzó la mirada y los estudió-. Todos tenemos más o menos la misma edad… ¿Qué hay, cinco años de diferencia entre nosotros? Todos nos enfrentamos a una amenaza similar y tenemos un objetivo similar en mente, por motivos similares. ¿Por qué no nos unimos, entonces, y nos ayudamos mutuamente?

– ¿Uno para todos y todos para uno? -preguntó Gervase.

– ¿Por qué no? -Charles volvió a mirarlos a todos-. Tenemos bastante experiencia en temas de estrategia. Seguro que podemos plantear esto como cualquier otra misión.

Jack se irguió en su asiento.

– Sin competir los unos con los otros. -Él también los miró a todos a los ojos-. Somos parecidos hasta cierto punto, pero también muy distintos. Todos procedemos de familias diferentes, de condados diferentes y no es que haya pocas damas, sino, más bien, demasiadas compitiendo por nuestras atenciones, ése es nuestro problema.

– Creo que es una idea excelente. -Christian apoyó los antebrazos sobre la mesa y miró a Charles, luego a los demás-. Todos tenemos que casarnos. Aunque, no sé vosotros, pero yo lucharé hasta el último aliento por conservar el control de mi destino. Seré yo quien elija a mi esposa. De ninguna manera permitiré que me la endilguen. Gracias al fortuito reconocimiento del terreno de Tony, ahora sabemos que el enemigo nos estará esperando, listo para atacar en cuanto aparezcamos. -Volvió a mirarlos a todos-. Así que, ¿cuál será nuestro plan de acción?

– El mismo que siempre hemos usado -respondió Tristan-. La información es la clave. Compartiremos lo que descubramos. Disposiciones del enemigo, sus hábitos, sus estrategias preferidas.

Deverell asintió.

– Compartiremos las tácticas que funcionen y avisaremos de cualquier dificultad que percibamos.

– Pero lo que necesitamos primero, más que nada -intervino Tony-, es un refugio seguro. Siempre es lo primero que establecemos cuando nos adentramos en territorio enemigo.

Todos guardaron silencio mientras pensaban.

Charles hizo una mueca.

– Antes de escuchar lo que Tony nos ha explicado, habría imaginado que serían nuestros clubes, pero está claro que no servirán.

– No, y nuestras casas no son seguras por motivos similares. -Jack frunció el cejo-. Tony tiene razón. Necesitamos un refugio donde podamos estar seguros de que estamos a salvo, donde podamos reunirnos e intercambiar información. -Arqueó las cejas-. ¿Quién sabe? Quizá haya ocasiones en las que nos vaya bien ocultar la relación que hay entre nosotros, al menos socialmente.

Los demás asintieron mientras intercambiaban miradas.

Christian puso voz a sus pensamientos.

– Necesitamos un club propio. No para vivir en él, aunque seguramente querremos disponer de unas cuantas alcobas en caso de necesidad, sino un club donde podamos reunirnos y desde donde podamos planear y llevar a cabo nuestras campañas a salvo, sin tener que estar cubriéndonos las espaldas.

– No un escondite -caviló Charles-. Más bien un castillo…

– Un bastión en pleno corazón del territorio enemigo. -Deverell asintió con decisión-. Sin él, estaremos demasiado expuestos.

– Y tened en cuenta que hemos estado fuera mucho tiempo -gruñó Gervase-. Las arpías se abalanzarán sobre nosotros y nos atarán de pies y manos si entramos en la alta sociedad sin ir preparados. Hemos olvidado cómo es… si es que alguna vez lo supimos realmente.

Tácitamente, todos estaban de acuerdo en que navegarían por aguas desconocidas y, por lo tanto, peligrosas. Ninguno de ellos había pasado un tiempo significativo en sociedad después de cumplir los veinte años.

Christian miró a sus compañeros.

– Contamos con cinco meses completos antes de que necesitemos nuestro refugio; si lo tenemos para finales de febrero, podremos regresar a la ciudad y deslizarnos más allá de los piquetes, desaparecer siempre que queramos…

– Mi casa está en Surrey. -Tristan miró a los otros a los ojos-. Si podemos decidir lo que queremos como fortaleza, podré introducirme en la ciudad y arreglarlo todo sin crear alboroto.

Charles entornó los ojos; su mirada se volvió distante.

– Algún lugar cerca de todas partes, pero no demasiado cerca.

– Tiene que estar en una zona de fácil acceso, pero no evidente. -Deverell dio unos golpecitos en la mesa mientras pensaba-. Cuanto menos gente nos reconozca en el vecindario, mejor.

– Una casa, tal vez…

Estudiaron los requisitos y rápidamente acordaron que lo que les iría mejor sería una casa en una de las zonas más tranquilas, fuera pero próxima a Mayfair y, sin embargo, que no estuviera lejos del centro de la ciudad. Una casa con salas de visita y espacio suficiente para que todos ellos se reunieran, con una habitación en la que pudieran recibir a damas si era necesario, pero que les permitiera no tener ninguna presencia femenina en el resto de la casa, con tres dormitorios como mínimo, y cocinas y aposentos para el personal, un personal que comprendiera sus requisitos…

– Eso es. -Jack golpeó la mesa-. ¡Brindemos! -Cogió la jarra y la levantó-. Por Prinny y su impopularidad. Si no fuera por él, no estaríamos hoy aquí y no habríamos tenido la oportunidad de hacer que nuestro futuro, el de todos nosotros, fuera mucho más seguro.

Con amplias sonrisas, bebieron. Luego, Charles empujó su silla hacia atrás, se puso en pie y levantó la jarra.

– ¡Caballeros, brindo por nuestro club! ¡Nuestro último bastión contra las casamenteras de la buena sociedad, nuestra base segura desde la que nos infiltraremos, identificaremos y aislaremos a la dama que cada uno desee, luego, tomaremos la alta sociedad por asalto y la conquistaremos!

Los otros brindaron, golpearon la mesa y se levantaron.

Charles inclinó la cabeza hacia Christian.

– Brindo por el bastión que nos permitirá hacernos cargo de nuestro destino y gobernar nuestros hogares. ¡Caballeros! -Levantó la jarra bien alto-. ¡Brindo por el club Bastion!

Todos bramaron su aprobación y bebieron.

Y así nació el club Bastion.

CAPÍTULO 01

Lujuria y una mujer virtuosa, sólo un estúpido combinaría ambas cosas. A Tristan Wemyss, cuarto conde de Trentham, difícilmente se lo podría llamar estúpido. Y, sin embargo, allí estaba, mirando por la ventana a una dama indudablemente virtuosa, mientras se dejaba llevar por toda clase de pensamientos lujuriosos.

Comprensible quizá, ya que la dama era alta, de pelo oscuro y poseía una figura esbelta de sutiles curvas que se ponían de relieve cuando se detenía aquí y allá para inclinarse a examinar alguna planta o flor del jardín trasero, en la casa vecina.

Era febrero; aunque el tiempo era tan deprimente y frío como de costumbre en esa época del año, el jardín de la casa de al lado se veía exuberante, con gran cantidad de plantas inusuales en tonos de verde oscuro y bronce, que parecían crecer con fuerza a pesar de las heladas. Había que admitir que, aunque había árboles y arbustos pelados y secos esparcidos por los parterres, el jardín exudaba un aire de vida del que carecían la mayoría de los jardines de Londres en esa época del año.

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