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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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La campana sobre la puerta tintineó.

Tristan entró. La redonda figura de Stolemore no estaba detrás de su escritorio. La pequeña oficina estaba vacía. Una entrada frente a la puerta de la calle estaba oculta por una cortina; conducía a la pequeña casa de la cual la oficina era la habitación delantera. Cerrando la puerta, Tristan esperó, pero no hubo ningún sonido de pies arrastrándose, de los pasos cortos del corpulento agente.

– ¿Stolemore? -la voz de Tristan resonó, mucho más fuerte que la tintineante campana.

Otra vez esperó. Pasó un minuto y siguió sin haber ningún sonido.

Ninguno.

Tenía una cita, una a la que Stolemore no habría fallado. Tenía la letra bancaria para el pago final de la casa en el bolsillo; por el modo en que habían arreglado la venta, la comisión de Stolemore venía en este último pago.

Con las manos en los bolsillos del gabán, Tristan seguía de pie, de espaldas a la puerta, la mirada fija en la delgada cortina que tenía delante.

Definitivamente algo no iba bien.

Mantuvo la atención, concentrándose, después avanzó, despacio, en absoluto silencio, hacia la cortina. La agarró, bruscamente apartó los pliegues y simultáneamente dio un paso al lado de la entrada.

El tintineo de las argollas de la cortina cesó.

Delante se encontraba un corredor estrecho, débilmente iluminado. Entró, manteniendo los hombros angulados, la espalda hacia la pared. A unos pocos pasos había una escalera tan estrecha que se preguntó cómo la subía Stolemore; consideró subir pero, no oyendo ningún sonido arriba, no sintiendo ninguna presencia, continuó a lo largo del pasillo.

Éste terminaba en una pequeña cocina adosada construida en la parte posterior de la casa.

Había una figura caída, desplomada al otro lado de la desvencijada mesa que ocupaba la mayor parte del espacio.

A parte de eso la habitación estaba vacía.

La figura era Stolemore; había sido golpeado salvajemente.

No había nadie más en la casa; Tristan estaba lo bastante seguro como para prescindir de la precaución. Por la apariencia de las contusiones en la cara de Stolemore, había sido atacado hacía algunas horas.

Una silla se había caído. Tristan la levantó mientras rodeaba la mesa, después se agachó sobre una rodilla al lado del agente. Un breve examen le confirmó que Stolemore estaba vivo, pero inconsciente. Parecía que había estado dando tumbos intentando alcanzar la manija de la bomba en la plataforma al final de la pequeña cocina. Levantándose, Tristan encontró un tazón, lo colocó bajo el caño y accionó la manija.

Un pañuelo grande sobresalía del bolsillo del pulcro abrigo que vestía el agente; Tristan lo cogió y lo usó para lavar la cara de Stolemore.

El agente se removió, después abrió los ojos.

La tensión lo apuñaló a través de su gran constitución. El pánico llameó en los ojos de Stolemore, entonces se concentró y reconoció a Tristan.

– Oh. Argh … -Stolemore se estremeció, después luchó por levantarse. Tristan lo asió del brazo y lo levantó.

– No intente hablar aún -izó a Stolemore sobre la silla- ¿Tiene brandy?

Stolemore señaló un armario. Tristan lo abrió, encontró una botella y un vaso y vertió una generosa cantidad. Le acercó el vaso a Stolemore, puso el tapón en la botella y la colocó sobre la mesa delante del agente.

Deslizando las manos en los bolsillos del gabán, se recostó contra la estrecha encimera. Le dio a Stolemore un minuto para recobrar el juicio.

Pero sólo un minuto.

– ¿Quién lo hizo?

Stolemore bizqueó hacia él con un ojo entreabierto. El otro permanecía completamente cerrado. Tomó otro sorbo del brandy, dejando caer la mirada sobre el vaso, luego murmuró.

– Caí por las escaleras.

– Cayó por las escaleras, caminó hacia la puerta, se golpeó la cabeza con la mesa… ya veo.

Stolemore lo miró fugazmente, y luego bajó la mirada hacia el vaso y la mantuvo allí.

– Fue un accidente.

Tristan dejó pasar un momento, entonces dijo quedamente, -Si usted lo dice.

Ante la nota de su voz, una de amenaza que erizaba la piel, Stolemore alzó la vista, los labios separados, el ojo ahora abierto, y se precipitó a hablar.

– No puedo decirle nada, estoy atado por la confidencialidad. Y esto no le afecta caballero, en nada. Se lo juro.

Tristan leyó lo que pudo en la cara del agente, difícil dadas las hinchazones y las contusiones.

– Ya veo.

Quienquiera que hubiese castigado a Stolemore había sido un aficionado; él o cualquiera de sus antiguos colegas podían haberle infligido mucho mayor daño dejando muchas menos evidencias.

Pero no tenía sentido, considerando la condición presente de Stolemore, ir más lejos por ese camino. Simplemente perdería la conciencia otra vez.

Metiendo la mano en el bolsillo, Tristan retiró el cheque del banquero.

– He traído el pago final como acordamos -los ojos de Stolemore se aferraron a la hojita de papel cuando él la movió hacia delante y hacia atrás entre sus dedos-. Asumo que tiene el título de propiedad.

Stolemore gruñó.

– En un lugar seguro -despacio, se levantó de la mesa-. Si se queda aquí un minuto, lo traeré.

Tristan asintió con la cabeza. Miró a Stolemore andar con dificultad hacia la puerta.

– No hay necesidad de precipitarse.

Una pequeña parte de su mente le siguió la pista al torpe agente mientras se movía por la casa, identificando la posición de su "lugar seguro” bajo el tercer peldaño. En su mayor parte, sin embargo, se quedó apoyado contra la encimera, silenciosamente sumando dos más dos.

Y no le gustó el número al que llegó.

Cuando Stolemore cojeó de regreso, con el título en la mano, atada con una cinta, Tristan se enderezó. Le tendió la mano con gesto dominante; Stolemore le dio el título. Desatando la cinta, desenrolló el título, comprobándolo rápidamente, luego lo enrolló de nuevo y se lo deslizó en el bolsillo.

Stolemore, resollando, se había dejado caer en la silla.

Tristan encontró sus ojos. Levantó el cheque, sosteniéndolo entre dos dedos.

– Una pregunta y luego lo dejaré.

Stolemore, con la mirada casi en blanco, esperó.

– Puedo adivinar que quienquiera que le hizo esto es la misma persona o personas que el año pasado lo contrataron para negociar la compra del Número 14 de Montrose Place. ¿Me equivoco?

El agente no tenía que contestar; la verdad estaba allí, en su cara hinchada mientras seguía las palabras cuidadosamente espaciadas. Sólo cuando tuvo que decidir como contestar dejó de pensar.

Parpadeó, con mucho dolor, después encontró la mirada de Tristan. La suya propia permaneció inexpresiva.

– Estoy atado por la confidencialidad.

Tristan dejó pasar medio minuto, luego inclinó la cabeza. Chasqueó los dedos y el cheque bancario flotó hacia la mesa, deslizándose hacia Stolemore. Éste sacó una gran mano y lo atrapó.

Tristan se apartó de la encimera.

– Le dejaré con sus asuntos.

Media hora después de volver a casa, Leonora se escapó de las exigencias domésticas y se refugió en el invernadero. El recinto de paredes y techo de cristal era su propio lugar especial dentro de la gran casa, su retiro.

Los tacones sonaron sobre el embaldosado mientras caminaba hacia la mesa de hierro forjado y el juego de sillas en el mirador. Las uñas de Henrietta sonaron en suave contrapunto mientras la seguía.

En ese momento cálido frente al frío exterior, el espacio estaba lleno de una multitud de helechos, de exóticas enredaderas y hierbas de extraños perfumes. Combinado con esencias, el débil pero penetrante aroma de la tierra y de las cosas creciendo la sosegó y confortó.

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