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Iris Johansen: El Tesoro

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Iris Johansen El Tesoro

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Una ex esclava de un harem… Un sicario arrepentido… Una carrera por encontrar el artefacto religioso más poderoso de todos los tiempos… Lady Selene Ware tan solo había sido una esclava de un harem cuando Kadar Ben Arnaud, un hombre entrenado en las artes oscuras de la muerte y la seducción, la ayudó a escapar y ponerse a salvo en su Escocia natal. Pero incluso con un mundo de por medio, continúa sin estar a salvo del jeque que la reclamó como su propiedad robada, y que ahora les obliga a ella y a Kadar a regresar con una oportunidad de recuperar su libertad. Lo cual, naturalmente, es una trampa. Primero deben encontrar la legendaria reliquia que los hombres de poder llevan buscando desde los tiempos del rey Arturo. Para Selene y el ex asesino, es una peligrosa odisea que comienza en una erótica cautividad y que les lleva a encontrarse con el misterioso y solitario Tarik, que ahora posee el tesoro. Pero la verdad es mucho más explosiva, el riesgo mucho más letal, y cuanto más cerca están de descubrir el secreto, mayor es la posibilidad de perderse el uno al otro… así como las vidas de ambos. Pues aunque Selene tiene la llave de este antiguo enigma, Kadar puede traspasar la fina línea que separa el camino del mal del de la luz para salvarla.

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– ¿Ves?

– Eso fue hace mucho tiempo. He crecido.

– ¿Y amas a Kadar?

– Sí… me importa mucho.

Thea asintió con la cabeza.

– Incluso temes demasiado pronunciar esas palabras. Creo que Kadar es un hombre muy inteligente.

– ¿Qué significan unas pocas palabras? -estalló aguijoneada-. Debes ser tan estúpida como Kadar.

– ¿En serio?

Sintió remordimiento al instante. Thea era pura lealtad y cariño.

– No, yo soy la estúpida. Perdóname. Deberías darme una bofetada.

Thea sonrió.

– No mientras estés tan triste. Aunque reconozco que antes te habría mandado fustigar.

Selene la miró estupefacta.

– ¿Por qué?

– No quería un derramamiento de sangre esta noche.

– Nunca habría llegado hasta ese punto. -Pero había estado tan concentrada en su plan para provocar a Kadar que no se percató de la preocupación de Thea, pensó sintiéndose culpable-. Sabes que nunca haría nada que te hiciera daño.

Thea se encogió de hombros.

– Lo sé. A veces no piensas las cosas.

– Es cierto. Soy una persona horrible, horrible. He sido una egoísta. -Se puso en pie-. Vamos. Bajemos, y te prometo portarme muy, muy bien. Kadar pensará que es por él, aunque solo tú sabrás la verdadera razón. Y mañana te levantarás tarde y pasarás el día jugando con mi ahijado. Yo atenderé a los invitados y haré la ronda por las barracas para inspeccionar el tejido yo misma.

– Debes estar muy arrepentida. -Thea sonrió divertida mientras se dirigía hacia la puerta-. Ya veremos.

Pero lo más seguro es que no se acostara hasta el amanecer, como de costumbre, pensó Selene. Puede que comentara con Ware lo cansada que parecía Thea. Una sola palabra bastaría para que se preocupara de verdad. Cuando Thea cayó enferma con fiebre tras el nacimiento de Niall, Ware estaba destrozado. Selene nunca había visto un hombre tan perdidamente enamorado de su mujer.

¿Pero seguiría tan embelesado cuando Thea no fuera tan joven y encantadora? Nicolás solía mostrarse apasionado con las esclavas más jóvenes y atractivas, mientras que las mayores recibían poca atención. Y los hombres a los que Nicolás permitía usar sus mujeres elegían solamente las que rebosaban juventud y belleza. Sabía que Thea pensaba que Ware no la amaría para siempre, pero ¿cómo podía estar tan segura…?

– ¿Selene? -Thea se encontraba en la puerta, mirándola inquisitivamente.

– Ya voy. -Atravesó la estancia con rapidez. Ya pensaría en ello más tarde. Ahora le quedaba el resto de la velada por delante, y debía ayudar a Thea a compensar ese lapso.

Confianza…

CAPÍTULO 02

Dios mío, cómo la deseaba.

La mano de Kadar se aferraba a la copa, seguía a Selene con la mirada mientras ésta se movía por el salón.

Se comportaba de manera sumisa y educada, como un ángel enviado del cielo hablando con las señoras mayores que estaban sentadas en un lado de la sala, siguiendo los pasos de Thea y ayudando a los criados.

Ella no lo había mirado ni una sola vez desde que regresó al salón con Thea, pero sabía que él estaba pendiente de ella igual que ella lo estaba de él.

La conciencia siempre estaba ahí. Había estado ahí desde el principio. Desde la primera vez que la vio en la Casa de Nicolás, con la espalda llena de cicatrices del látigo de ese bastardo, sintió un vínculo que nunca había sentido antes por nadie.

¿Por qué seguía aquí? La pequeña diablesa no lo miraba, y era evidente que había decidido no provocarlo más.

Al menos esa noche.

No estaba seguro de que ella se hubiera dado por vencida. Era tan testaruda y decidida como Thea, y mucho más resuelta. Lo mejor sería marcharse de Montdhu durante una temporada. Quizá a su regreso ella le diera lo que él quería.

A lo mejor tiraba por la borda esa detestable prudencia y se olvidaba de todo menos de llevársela a la cama. ¿Por qué no hacerlo ahora? No debería darle tanta importancia. Nada era perfecto. Su vida había estado llena de compromisos. Se había criado en las calles de Damasco, el hijo bastardo de un franco que había tomado a su madre armenia y la abandonó a su suerte y encinta. Había satisfecho todo tipo de infamias y oscuros placeres, desde los burdeles de Damasco hasta la banda de asesinos capitaneada por Sinan, el Anciano de la Montaña.

Sabía todo sobre la obscenidad, la muerte y los escasos preciosos momentos que hacen que la vida valga la pena.

Entonces Selene entró en su vida, era solo una niña, pero lo tocó en el corazón, atándolo y frenando obstinadamente la oscuridad. Era un regalo más allá de lo que jamás había esperado poseer. Debería aceptar lo que Selene le daba y conformarse. Pero, maldita sea, quería tener por lo menos una cosa intachable en su vida.

Ella se había parado bajo una antorcha; le brillaba el cabello bajo la luz parpadeante. Nunca tendría la belleza de Thea, pero su espíritu iluminaba ese ahumado salón más que mil antorchas. Deseaba calentarse las manos en ese fuego, abrazarla, enseñarla…

Dios, se estaba excitando con solo mirarla.

No podía aguantar más. Cruzaría el salón y le tendería la mano, la sacaría de aquel lugar y le haría…

Murmuró una maldición y salió a grandes zancadas del salón.

El aire fresco no hizo nada por refrescarlo, aunque bien sabe Dios que lo necesitaba. Seguramente no pegaría un ojo esa noche. Le estaba bien empleado. Siempre había creído que los mártires merecían su destino, y él estaba siendo repugnantemente noble.

– ¿Lord Kadar?

Se dio la vuelta y vio al joven Haroun, el paje de Ware, corriendo hacia él.

– ¿Qué ocurre?

– Acaba de atracar un barco en el puerto.

Se puso tenso.

– ¿Nuestro puerto?

– No, el puerto de Dalkeith, donde desembarcamos la primera vez cuando vinimos a estas tierras, Robert lo ha avistado y cabalgó para alertarnos.

Ya había llegado. Siempre temió que los Templarios se enterasen de que Ware no estaba muerto y lo persiguieran.

– ¿Solamente un barco?

Haroun asintió. Solamente un barco, podría ser peor.

El castillo estaba fortificado y Ware había mantenido a sus hombres de batalla preparados.

– ¿Dijo Robert quién capitaneaba el barco?

– Alí Balkir. -Haroun se humedeció los labios-, Es el Estrella oscura , lord Kadar. El barco que nos trajo aquí.

Sinan.

Kadar sintió cómo se apoderaba de él ese escalofrío tan conocido. En algunas ocasiones había llegado a olvidar a Sinan. No, eso no era verdad. Había enterrado su memoria, pero el Anciano era como un río subterráneo, siempre presente, un eterno peligro. Dirigente de una banda de asesinos cuya habilidad y poder había intimidado incluso al mismísimo Saladino, era imposible deshacerse de Sinan tan fácilmente.

– El capitán ha enviado un mensaje. Desea que vayáis a reuniros con él.

Era lo que se imaginaba. Asintió.

– Iré inmediatamente. Ensilla mi caballo.

– ¿Queréis que os acompañe?

El chico tenía miedo. Y no era para menos. Balkir era la mano derecha de Sinan, y toda la cristiandad temía al Anciano de la Montaña.

– No, iré solo.

Haroun sintió un profundo alivio.

– Iré a decírselo a lord Ware. Quizá desee acompañaros.

– No.

– Pero debo hacerlo. Querrá saber lo del barco.

– El Estrella oscura no constituye una amenaza para él. ¿Por qué molestarlo cuando está con sus invitados? Se lo diré yo mismo… más tarde. Dile a Robert que regrese al puerto de inmediato.

– ¿Seguro que no hay ningún peligro?

– Lord Ware no está en peligro, ni tampoco Montdhu -repitió Kadar.

Haroun lo miró preocupado, pero se apresuró a los establos.

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