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Jacquie D’Alessandro: Una Boda Imprevista

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Jacquie D’Alessandro Una Boda Imprevista

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Austin Randolph Jamison, flamante duque de Bradford, pasea por las espesuras de sus ajardinadas posesiones con la mirada cansada mientras dentro de la mansión familiar los invitados disfrutan de una animada fiesta. No parece existir la celebración capaz de devolverle el honor de su hermano William: un héroe caído en la guerra de Waterloo a quien un vergonzoso anónimo tilda de traidor. Cuando la advenediza Elizabeth Matthews, una norteamericana recién desembarcada en el Londres de 1816, aparece en los jardines de su opulenta residencia, Austin apenas sospecha que los labios escarlata de esa mujer contienen la respuesta a todos los secretos que el la moral de la época pretende disimular. Elizabeth y William emprenderán el ardiente camino de sus labios, perturbados por las visiones que convulsionan el frágil cuerpo de ella cada vez que acaricia una mano entre las suyas. Elizabeth ha nacido con el don de observar el futuro y antes de que Austin la desprecie por bruja, sus predicciones sembrarán de incógnitas y misterios el dulce camino de la pareja hacia exaltar. Pese a que Elizabeth distingue el resplandor de las guadañas bajo la luna, Austin no se amedrentará en su cruzada por averiguar el auténtico paradero de su presunto hermano muerto. Para entonces, Elizabeth habrá renunciado al amor de su príncipe, convencida de que después del matrimonio el destino sólo existe para depararle un hijo muerto. Sólo el yugo ardiente del deseo podrá desafiar el fatalismo de las premoniciones.

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– Miles. -Esa única palabra, pronunciada con brusquedad, interrumpió el flujo de palabras.

– ¿Sí?

– No me refiero a ese tipo de dama.

Una sonrisa de complicidad se dibujó en los labios de Miles.

– Ajá. No digas más. Necesitas información sobre alguien que no es precisamente… una candidata virtuosa apropiada para ti. Entiendo. -Le guiñó el ojo a Austin-. Ésas son las más divertidas.

La frustración comenzó a apoderarse de Austin, pero hizo un esfuerzo por mantener la compostura.

– La dama a quien quiero que investigues es la señorita Elizabeth Matthews.

Miles arqueó las cejas.

– ¿La sobrina americana de lady Penbroke?

Austin intentó mostrar una indiferencia que no sentía.

– ¿La conoces?

– He coincidido con ella en varias ocasiones. A diferencia de algunos insociales que todos conocemos, yo he asistido a varios bailes esta temporada…, bailes a los que también asistieron lady Penbroke y la señorita Matthews. ¿Quieres que te la presente?

– Nos hemos conocido hace un rato, en el jardín.

– Ah. -Aunque una docena de interrogantes brillaron en los ojos de Miles, se limitó a preguntar-: ¿Qué quieres saber sobre ella?

Austin quería saberlo todo sobre ella.

– Puesto que ya la conoces, dime qué impresión te causó.

Miles se tomó tiempo para contestar, arrellanándose en un mullido sillón de orejas al calor del fuego y removiendo su copa de brandy con tal parsimonia que a Austin le rechinaban los dientes de impaciencia.

– Opino -dijo Miles finalmente- que es una joven encantadora, inteligente e ingeniosa. Por desgracia, no se desenvuelve del todo bien en los actos sociales; tan pronto se muestra cohibida y tímida como parlanchina y descarada. A decir verdad, me pareció un soplo de aire fresco pero, a juzgar por los chismes que he oído, nadie comparte mi opinión.

– ¿Qué chismes? ¿Algo escandaloso?

Miles agitó la mano como para restar importancia al asunto.

– No, nada por el estilo. De hecho, no logro imaginar cómo podría esa buena muchacha enredarse en un escándalo, teniendo en cuenta que todo el mundo la rehúye.

A Austin le vino a la mente la imagen de una joven desmelenada y sonriente.

– ¿Por qué la rehúyen?

Miles se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe cómo empiezan esas cosas? Las mujeres cuchichean tras sus abanicos comentando su torpeza en la pista de baile y sus escasas dotes para la conversación. Algunos la tacharon de marisabidilla después de que se enzarzara en una discusión con un grupo de lores acerca de las propiedades curativas de las hierbas. Basta con que una sola persona la juzgue inaceptable para que todos los demás opinen lo mismo.

– ¿Y lady Penbroke no apoya a su sobrina?

– No he prestado demasiada atención al tema, pero sin duda los peores desaires se le hacen lejos de la aguda vista de la condesa. Sin embargo, ni siquiera el inapreciable apoyo de su tía es suficiente para asegurarle el favor de la gente de buen tono.

– ¿Sabes si lleva mucho tiempo en Inglaterra?

Miles se acarició la barbilla.

– Creo que llegó poco después del día de Navidad, así que debe de llevar unos seis meses.

– Quiero que averigües exactamente cuándo llegó y en qué barco. También me interesa saber si se trata de su primer viaje a Inglaterra.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo?

– Se lo he preguntado. Asegura que llegó hace seis meses y que es su primera visita a las islas.

Miles achicó los ojos, intrigado.

– ¿Y tú no la crees? ¿Puedo preguntarte por qué?

– Es posible que haya tenido tratos con William -contestó Austin en tono despreocupado-. Quiero saberlo con certeza. Si se conocieron, quiero saber cómo, cuándo y dónde.

– Tal vez deberías contratar a un alguacil de Bow Street. Ellos…

– No. -La palabra, cortante como navaja de afeitar, truncó la sugerencia de Miles. Hacía quince días ya le había encargado a un agente que localizara al francés llamado Gaspard, el hombre al que había visto con William aquella última vez…, el hombre que Austin sospechaba que sabía algo de la carta que ahora estaba guardada bajo llave en un cajón de su escritorio. No tenía el menor deseo de implicar a Bow Street en ese asunto-. Necesito discreción total por parte de alguien en quien pueda confiar. Bueno, ¿harás las indagaciones que te pido? Con toda seguridad tendrás que viajar a Londres.

Miles lo escrutó durante largo rato.

– Veo que esto es importante para ti.

Una imagen de William acudió a la mente de Austin.

– Sí.

En silencio intercambiaron una larga mirada que reflejaba los años de amistad que los unían.

– Me marcharé por la mañana -dijo Miles-. Mientras tanto, me pondré a investigar inmediatamente tanteando a algunos de los invitados a la fiesta respecto a la dama en cuestión.

– Excelente idea. Huelga decir que quiero que me transmitas cuanto antes toda la información que logres recabar.

– Entendido. -Miles apuró la copa de brandy y se puso de pie-. Supongo que sabes que la señorita Matthews y lady Penbroke se alojarán aquí durante las siguientes semanas en calidad de invitadas de tu madre.

– Sí. Enviarte a ti a Londres me deja las manos libres para quedarme aquí y no quitarle el ojo de encima a la señorita Matthews.

Miles enarcó una ceja.

– ¿Es eso lo único que quieres ponerle encima? ¿El ojo?

Austin endureció más aún su gélido semblante y le preguntó con severidad:

– ¿Has terminado?

Miles, sabiamente, tomó nota de los aires árticos que empezaban a soplar.

– He terminado del todo. -Su expresión se serenó y, en un gesto amigable, puso una mano sobre el hombro de Austin-. No te preocupes, amigo mío. Entre los dos lo averiguaremos todo sobre la señorita Elizabeth Matthews.

Una vez que la puerta se hubo cerrado a la espalda de Miles, Austin sacó una llave plateada del bolsillo del chaleco y abrió con ella el cajón inferior de su escritorio. Extrajo la carta que había recibido hacía dos semanas y releyó las palabras que ya tenía grabadas a fuego en el cerebro:

Vuestro hermano William fue un traidor a Inglaterra. Tengo en mi poder la prueba, firmada de su puño y letra. Guardaré silencio, pero eso os costará dinero. Debéis viajar a Londres el día primero de julio. Allí recibiréis nuevas instrucciones.

3

Poco antes del amanecer del día siguiente, Elizabeth salió de puntillas de su habitación con una bolsa.

– ¿Adónde vas tan temprano, Elizabeth?

Ésta por poco se desmaya del sobresalto.

– Cielo santo, tía. Joanna, me has asustado. -Le sonrió a la mujer que le había abierto sin reservas su corazón y su hogar-. Pensaba dar un paseo por los jardines y hacer algunos bosquejos. ¿Quieres acompañarme?

Una expresión de horror asomó al rostro rechoncho de su tía.

– No, gracias, querida. El rocío de la madrugada me arrugaría las plumas. -Y acarició tiernamente las plumas de avestruz que sobresalían de su turbante de color verde pálido-. Me iré a leer a la biblioteca hasta la hora del desayuno. -Tía Joanna ladeó la cabeza y Elizabeth se inclinó hacia atrás para evitar el roce de las plumas-. ¿Te encuentras mejor?

– ¿Cómo dices?

– Su excelencia me informó anoche de que te habías retirado debido a un dolor de cabeza.

Elizabeth notó que se ruborizaba.

– ¡Ah, sí! Me siento mucho mejor.

Su tía la observó con franca curiosidad.

– Obviamente tuviste oportunidad de hablar con el duque. ¿Qué impresión te causó?

«Que es arrebatadoramente atractivo. Y solitario. Y cree que soy una mentirosa.»

– Me pareció… encantador. ¿Te divertiste en la fiesta, tía Joanna?

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