– No, es de mi amiga de Estados Unidos, Alberta.
– ¿La joven a la que advertiste que no se casara?
– Sí. Por desgracia, mis premoniciones se cumplieron. -Fijó en él una mirada triste-. David le fue infiel. Murió en un duelo a manos del marido de su amante.
– Cuánto lo siento, Elizabeth.
– Yo también. En su carta Alberta me suplica que la perdone, y lo haré con gusto, además de enviarle una invitación para que nos visite.
El sonido de risas atrajo su atención, y los dos se acercaron a la ventana. Austin vio que Elizabeth sonreía cuando Robert, al reparar en ellos desde la terraza, los saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo y luego se quedó quieta, mirando alternadamente la carta que sostenía y el rostro alegre de Austin.
– Oh, no -dijo Austin-. ¿Qué estás viendo ahora?
Ella titubeó y una sonrisa jugueteó en sus labios.
– Sólo estaba pensando que le escribiré a Alberta hoy mismo. Creo que un viaje a Inglaterra es justo lo que necesita. Y, bueno, tal vez a Robert también le parezca buena idea.
Austin captó de inmediato la intención de sus palabras y se le escapó una sonrisa.
– Entiendo. ¿Debo poner a mi querido hermano sobre aviso?
– Oh, no creo que eso sirva para nada -dijo ella, y aparecieron sus hoyuelos a cada lado de la boca. Se guardó la carta en el bolsillo y luego respiró hondo-. No te he contado todo lo que ha dicho el médico, Austin.
La sonrisa se borró al instante de la cara de su marido.
– Pero si has dicho que estás bien…
– Y lo estoy. Soy de naturaleza robusta, ¿recuerdas? Puedo volver a mis actividades normales, pero me ha advertido que no realice tareas demasiado pesadas, dado mi… delicado estado.
– ¿Delicado?
Ella asintió con la cabeza, con un destello de alegría en los ojos.
– Sí, es una palabra que usamos en América para decir: «Voy a tener un hijo».
El corazón de Austin dejó de latir un momento, y luego comenzó a palpitar aceleradamente. Iba a tener un hijo. El hijo de los dos. Cerró los ojos, absorbiendo la dicha, saboreando el milagro.
– Dame la mano -susurró ella.
Austin se la tendió. Ella la tomó entre las suyas y se la puso contra el vientre, apretándola con suavidad sobre el vestido.
– ¿Ves algo? -preguntó él, mirándola atentamente.
Una sonrisa iluminó su bello rostro.
– Mmm… Al parecer estás haciendo planes que tienen que ver contigo, conmigo y con ese sofá frente a la chimenea.
Él soltó una carcajada.
– Eres una mujer difícil de sorprender, amor mío.
De pronto, ella abrió mucho los ojos y la diversión de Austin se desvaneció al momento.
– Y ahora ¿qué ves?
– Veo un bebé… Un hermoso varón -dijo ella, maravillada-. Va a ser como tú…, con tu cabello negro, tu barbilla enérgica y tu noble porte.
– Te equivocas -replicó Austin en voz baja. La miró a los ojos, unos ojos que irradiaban amor, cariño y bondad, y el corazón le brincó en el pecho-. Va a ser como tú…, como su madre: una visión. Una visión de amor.
Quisiera mostrar mi agradecimiento a las siguientes personas por su ayuda y su apoyo:
Mi editora, Maggie Crawford, por sus palabras de ánimo y su asesoramiento.
Caroline Sincerbeaux, ayudante de redacción, por su paciencia y comprensión.
Mi agente, Damaris Rowland, por su fe y su sabiduría.
Mamá y papá, Kay y Jim Johnson, por ofrecerme su amor y apoyo durante toda una vida… y por presumir de mí.
Mi hermana, Kathy Guse, por todas las risas y los buenos momentos… y por presumir de mí.
Mis suegros, Lea y Art D' Alessandro, por el valiosísimo regalo de su hijo… y por presumir de mí.
Mis tíos Bill y Gwen Johnson, y mi tía Eve Johnson, por sus postales y cartas… y por presumir de mí.
(Si se topan con alguna de estas personas que tanto presumen, ¡prepárense!)
Asimismo, quisiera dar las gracias a toda la gente maravillosa de Bantam/Dell, en especial a Amy Farley, Kara Cesare, Marietta Anastassatos y Adrian Wood.
Gracias también a todos los miembros de la asociación Georgia Romance Writers, principalmente a Martha Kirkland, mi mejor fuente de documentación.
Y dedico un agradecimiento muy especial a Wendy Etherington, Jenni Grizzle, Shari Griffin, Deborah Dahlmann, Steve y Michelle Grossman, Jennie y Ken Pierannunzi, Cherie Imam, Sheryl Brothers, Christine McGinty y todos mis maravillosos amigos y vecinos, por su increíble apoyo.
Y, por último, gracias a todos los lectores que han dedicado unos minutos de su tiempo a escribirme cartas o mensajes de correo electrónico. Me encanta recibir comentarios de ustedes, y sus muestras de apoyo significan mucho para mí. Pueden hacerme una visita en
www.JacquieD.com
o mandarme saludos a
JacquieD@MCIWorld.com
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