El padre Mata se persignó al escuchar esas palabras.
– Señora, debe de haber otra manera de resolver el asunto.
– Dígame cuál, señor cura. El joven Henry Bolton sabe que jamás se casará con Philippa. Se lo he repetido hasta el cansancio. ¿Qué más puedo hacer si no me escucha?
– En primer lugar, vigilar a su hija noche y día. Y en segundo, explicarle con claridad el peligro al que se halla expuesta.
– Ya es hora, sobrina -admitió Edmund, y los demás comensales se mostraron de acuerdo.
– ¿Ya es hora de que me expliquen qué cosa? -preguntó Philippa. Se había aburrido soberanamente durante el trayecto de Windsor a Friarsgate, sobre todo porque su tío y su madre no le habían prestado la menor atención.
– Mi primo Henry quiere secuestrarte, obligarte a ser su esposa y, de ese modo, apoderarse de Friarsgate. Por eso debemos protegerte.
– Pero yo me casaré algún día con Giles Fitz-Hugh y…
– ¡No es cierto! -la interrumpió su madre con voz tajante
¿Quién te dijo semejante cosa?
– Cecily. Dice que escuchó a sus padres hablar sobre el tema. Giles es muy buen mozo, mamá.
Rosamund meneó la cabeza, extenuada.
– Pero yo jamás discutí el asunto con el conde de Renfrew, Philippa. Tal vez Giles Fitz-Hugh sea un buen marido cuando crezca, o tal vez no. Y hay que considerar otras posibilidades antes de tomar una decisión con respecto a tu futuro.
– Pero me gusta Giles Fitz-Hugh -insistió Philippa-. ¡Es tan apuesto!
– Ya lo dijiste, Philippa -acotó su madre secamente-. No obstante, un esposo debe tener otras cualidades más importantes que bellos rasgos. Por lo demás, eres demasiado joven para pensar en casarte. Hasta que no cumplas catorce años, olvídate del tema.
– ¡Oh, mamá! A los catorce, ya te habías desposado tres veces -contraatacó Philippa.
– No estamos hablando de mí sino de tu futuro. Ahora retírate de la mesa, si has terminado de comer.
Philippa se alejó del comedor, seguida por uno de los hombres del clan Hepburn y Rosamund se preguntó qué ocurriría de ahora en adelante. Luego, miró al sacerdote.
– Padre Mata, mande buscar al señor de Claven's Carn en la mañana.
– Muy bien, milady -respondió, aunque ambos sabían que ya lo había hecho.
– Además de los extraños que observaban Friarsgate, ¿hay otras novedades, tío Edmund?
– No. Los campos están exuberantes y hemos comenzado la recolección. Será una buena cosecha, te lo aseguro. Los huertos darán frutos en abundancia, aunque no tan grandes como los del año pasado, pues este verano ha llovido menos que lo acostumbrado. Sin embargo, las peras y las manzanas serán más dulces, debido, precisamente, a la escasez de lluvia.
– ¿Y la lana?
– De excelente calidad. Las ovejas están gordas y satisfechas. Nunca hemos tenido tejidos tan maravillosos. Si nos quedamos con una parte de las existencias, estaremos listos para el año próximo. Los comerciantes de Carlisle ya se están quejando porque no hay suficientes tejidos en el mercado. Los he puesto al tanto de que venderemos la mercancía con cuentagotas y no están del todo felices.
Lord Cambridge asintió, sonriendo.
– ¿Ya comenzaron con el teñido?
– Una vez que terminemos con la cosecha, Tom. El teñido y el tejido son tareas que conviene realizar en invierno. Al menos la gente de Friarsgate siempre lo ha hecho así. Pero te prometo que para la primavera la bodega de tu navío contará con un excelente cargamento.
– El año que viene, para esta misma fecha, seremos muy ricos -dijo Tom, con una sonrisita codiciosa-. La famosa lana azul de Friarsgate nos aportará un montón de dinero, sobre todo si minimizamos la oferta. Debes guardar por lo menos la mitad de lo producido anualmente en el depósito, Edmund. Solamente nosotros regularemos las ventas de lana azul de Friarsgate.
– ¿No deberíamos ser más generosos el primer año y luego acaparar la mercadería a fin de subir su precio? -preguntó Rosamund.
– No -replicó Tom-. Puede haber entre nosotros algunos merceros más inteligentes que otros, quienes no dudarán en reducir las ventas con el propósito de enriquecerse. No podemos correr ese riesgo, pues nuestras ganancias mermarían. Cualquier mercero que no venda todas sus existencias no recibirá ninguna el año próximo. Sabremos cuánto venden basándonos en lo que les hemos vendido, y les exigiremos pruebas de la venta de toda la provisión.
– Lo mejor será que tú te encargues de las estrategias, primo. Yo me limitaré a cuidar de Friarsgate y todo lo que ello implica.
Logan Hepburn llegó al atardecer del día siguiente. Por primera vez en muchos años, Rosamund lo miró como a un hombre. Todavía era un bello ejemplar masculino, pese a cierta rusticidad. Sus ojos aún conservaban ese color tan azul que le había quitado el aliento y aflojado las rodillas cada vez que los miraba. Se preguntó si ahora le causarían el mismo efecto. En las sienes, entremezclados con el cabello grueso y negro como el ébano, se veían algunos hilos de plata.
Logan se deslizó con agilidad de la cabalgadura y se acercó a saludarla, sonriente.
– Bienvenida a casa, Rosamund.
– ¿Por qué no trajiste a Banon y a Bessie? -preguntó extrañada.
– Porque hasta que no resolvamos el problema con tu primo estarán más seguras en Claven's Carn. Sus hombres han estado espiando Friarsgate y nosotros los hemos vigilado, pero ellos no lo saben -respondió con una sonrisa.
Seguramente, el padre Mata lo había puesto al tanto de lo que ocurría en Friarsgate. Al fin y al cabo era su pariente.
– No sé qué hacer -dijo la joven con toda honestidad-. No puedo pasarme la vida mirando por encima del hombro para comprobar si alguien me sigue o si corro peligro. Ni tampoco permitir que Philippa viva en constante zozobra.
– Entonces debemos encontrar la manera de librarnos del joven Henry de una vez por todas.
– ¿Pero cómo?
– Si somos listos, poniendo a lord Dacre en su contra. Henry comete sus fechorías en ambos lados de la frontera. Lord Dacre, por su parte, se limita a atacar a los escoceses, aunque el rey le ha dicho que no lo hiciera. Sin embargo, Enrique Tudor no hace ningún esfuerzo por imponer su edicto, e infiero que sus desmanes en las zonas limítrofes cuentan con su aprobación implícita, aunque el rey proclame lo contrario.
– ¿Cuál es tu propuesta, Logan?
– Las incursiones de tu primo están motivadas por la codicia. Él no es leal a nada ni a nadie, excepto a sí mismo, pues nunca le enseñaron otra cosa. Lord Dacre, en cambio, es leal a su rey y a Inglaterra. Odia a su antiguo enemigo y luchará a muerte contra él. ¿Qué pasaría si creyera que tu primo y su banda de rufianes son escoceses renegados… y por casualidad se encontrasen? -preguntó Logan con una astuta sonrisa.
– Se matarían unos a otros y ambos nos libraríamos de un enemigo. Ya veo que no haces esto sólo por mí.
– No he dicho que lo hiciera sólo por ti. Hasta el momento, nadie ha puesto los ojos en mis tierras. Pero supongamos que lord Dacre llegase inesperadamente a Claven's Carn. ¿Crees que preguntaría si alguno de los habitantes es inglés? No. Sencillamente pasaría a degüello a cuantos se le cruzasen en el camino, señora.
– Entonces trae a las niñas a casa -replicó, nerviosa.
– Tus hijas están más seguras conmigo. A Dacre no le interesa la parte occidental de la frontera, o al menos no ha mirado en esa dirección.
– ¿Así es como pensabas cortejarme? -preguntó de pronto la joven.
– No he venido a cortejarte, Rosamund Bolton, sino a planear estrategias para nuestro mutuo beneficio. Quizás algún día, si estás dispuesta, vendré a cortejarte. Por ahora no pienso contraer un nuevo matrimonio -replicó sonriendo.
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