– ¡Dios! Tampoco yo pienso hacerlo, Logan Hepburn.
Pero Rosamund se quedó pensativa. Antes de partir a la corte le había dicho que la amaba y que deseaba desposarla. ¡Y ahora tenía esta actitud! No había cambiado en absoluto. Probablemente era una manera de vengarse de su rechazo previo haciéndole creer que se casaría con ella cuando en realidad sólo pretendía engañarla con dulces promesas. Si alguna vez había conocido a un verdadero demonio, ese era Logan Hepburn.
– ¿Podrías prestarme a tus hombres un tiempo más? -dijo, pensando que, en realidad, no lo necesitaba a él sino a su escolta armada.
– Desde luego -replicó sin dejar de sonreír.
Había estado a punto de soltar una carcajada al ver su expresión de sorpresa cuando le dijo que no había venido a cortejarla. Thomas Bolton le había enviado un mensaje dándole instrucciones con respecto a su prima y él estaba dispuesto a seguirlas al pie de la letra. En primer lugar, no debía mostrar ningún interés en casarse con ella. A Rosamund le agradaban los desafíos e incluso lo respetaría más si tenía que esforzarse por recuperar su amor. En segundo lugar, no debía dejarse llevar por las emociones, sino seguir sus instintos. Logan así lo había hecho y los resultados no podían haber sido más satisfactorios.
Rosamund creía que ella iba a controlar la situación y que él la quería lo bastante para bailar al ritmo que le impusiera. Tom no se equivocaba al aconsejarle que se mostrara renuente y no tan accesible Ahora, la próxima jugada le correspondía a Rosamund y Logan estaba intrigado por saber qué demonios haría la muchacha.
– ¿Te quedarás esta noche?
– No, volveré a Claven's Carn, señora. Debo pensar en la mejor manera de provocar un enfrentamiento entre lord Dacre y tu primo. Regresaré cuando haya encontrado la respuesta a mis interrogantes.
– Muy bien, Logan -respondió. De modo que el muy canalla no se quedaría. ¿Acaso no podían idear un plan juntos?-. Quizá, si nos ocupamos los dos del asunto, hallaremos una solución más sencilla y expeditiva.
– ¿Te parece? -preguntó, feliz de saber que ella le estaba pidiendo que no se fuera.
Rosamund asintió.
– Claven's Carn estará bien protegido en tu ausencia, máxime cuando tu hijo vive allí. Además, te será más fácil cabalgar a la luz del día.
– Tal vez tengas razón -replicó en un tono displicente-. Me quedaré, si así lo deseas.
– Entonces pasemos al salón -lo invitó Rosamund.
Logan le guiñó un ojo a lord Cambridge y luego la siguió.
– Quisiera saber de qué se trata todo esto -dijo Maybel-. ¿Qué maldades estás tramando, Thomas Bolton?
– Simplemente le he aconsejado cómo ganarse su afecto. Basta con invertir los papeles. Él fingirá que su interés por ella ha comenzado a desvanecerse y Rosamund tratará de convencerlo de que se conviertan en marido y mujer.
– ¡Traidor! -exclamó Maybel y se echó a reír-. Si mi niña supiera hasta qué punto la conoces no se sentiría muy contenta, te lo aseguro. Pero tienes razón. Ahora bien, si realmente deseamos que se case y sea nuevamente feliz, debemos tomar en cuenta sus deseos y no los nuestros.
– ¿No pensarás delatarme? -dijo Tom, remedando la mirada aviesa de un conspirador.
– De ninguna manera. Desde que pisaste esta casa has sido su ángel guardián, Thomas Bolton, y le agradezco a la Virgen María por ello.
– Gracias. Pero también sabes que Rosamund ha sido una bendición para mí, Maybel. Y ahora ven. ¿No sientes curiosidad por saber qué están tramando en el salón?
– Si la curiosidad fuera un mosquito, estarías lleno de ronchas, Thomas Bolton.
Esa noche, después de haber terminado de cenar, Rosamund, Logan, el padre Mata, Maybel, Edmund y Tom se sentaron en el salón para planear el complot. Habían enviado a Philippa a la cama. Las ventanas de su dormitorio estaban herméticamente cerradas y Lucy dormía a su lado en un catre. La puerta del cuarto se hallaba custodiada por un hombre del clan Hepburn.
– La carnada debe resultar tentadora para ambos -planteó Rosamund.
– Entonces la trampa tendrá dos carnadas. Una para el joven Henry y otra para lord Dacre -respondió Logan.
– Bastará con que Dacre piense que Henry y sus hombres son escoceses. Pero ¿cómo lograr que se encuentren en el mismo lugar y a la misma hora? -preguntó Rosamund.
– Hay una abadía abandonada cerca de Lochmaben -intervino el padre Mata-. Si lord Dacre se entera de que el oro escondido allí será transportado a Edimburgo para uso exclusivo del pequeño rey, querrá apoderarse de él. Y lo mismo pensará Henry. La abadía está en una zona desierta y ambos darán por sentado que será fácil alzarse con el botín. Se le advertirá a lord Dacre de la existencia de una banda de renegados escoceses en las inmediaciones, pero a Henry no se le dirá una palabra sobre el lord inglés. Cuando ambos bandos se encuentren, se desencadenará una batalla.
– Mi hermano Richard dijo, en una ocasión, que harías una brillante carrera en la Iglesia. Es una lástima que desperdicies tu talento en el campo -comentó Edmund.
El joven sacerdote sonrió, abochornado.
– El problema -sentenció Rosamund-reside en lograr que estén en el mismo lugar a la misma hora.
– No si Henry cree que el oro sólo habrá de transportarse sin custodia las primeras cinco millas del trayecto y que será entregado a los hombres del rey donde se juntan el camino de la abadía y el camino a Edimburgo. Eso significa que debe atacar antes de que el oro llegue a manos de los guardias. Si es listo, esperará hasta que el cargamento se halle a mitad de camino de la encrucijada. Por nuestra parte, nos aseguraremos de que lo haga y de que lord Dacre lo sepa -dijo Logan-. Tu primo es un cobarde. No le interesa pelear, sino hacerse rico.
– Pero ¿cómo se enterarán? -insistió Rosamund.
– Yo hablaré con lord Dacre -dijo Tom-. Soy inglés y me creerá, sobre todo cuando me queje de ese bandido que amenaza mis propiedades en Otterly y las de mi prima, la dama de Friarsgate, la amiga íntima de la reina que acaba de regresar de la corte, donde dentro de dos años su hija servirá a Su Alteza Catalina en calidad de dama de honor y tal vez se case con el hijo del conde de Renfrew y así sucesivamente. Lord Dacre es un perfecto esnob. Me escuchará con suma atención y querrá ganarse el favor del rey robando el oro para Su Majestad y protegiendo, de paso, a la amiga de la reina.
– ¿Y quién le referirá al joven Henry el cuento del oro?
– Lo haré yo -dijo Edmund alzando la voz.
– ¿Tú, maldita pasa de uva? ¿Estás loco, marido? ¿Piensas dejarme viuda en plena senectud? No harás tal cosa, Edmund Bolton -exclamó Maybel.
Todos se echaron a reír.
– No enviudarán, vieja cabeza dura -replicó Edmund-. Le diré a Henry que un vecino, el señor de Claven's Carn, me habló del oro escondido en una abadía y yo pensé que si él lo robaba, dejaría en paz a Philippa Meredith y a Friarsgate, pues tendría la oportunidad de comenzar una nueva vida en otra parte. Soy su tío, tenemos la misma sangre y sabe cuánto quiero a Friarsgate y a la familia. Me creerá, pues no le entrará en la cabeza que me comporte como un hipócrita cuando está en juego la seguridad de Friarsgate y de sus habitantes.
– Tiene razón -opinó lord Cambridge.
– Y además es valiente -señaló Logan-. Pero te acompañarán mis guardias armados, Edmund, por si a tu sobrino se le ocurre cometer alguna tontería.
– ¿Y de dónde sacarán el oro? ¿Y cómo convencerán a los monjes de que cooperen en semejante farsa? -inquirió Maybel.
– La abadía está desierta, Maybel, pero ni Henry ni lord Dacre lo sabrán -dijo el sacerdote-. Algunos de los hombres de Claven's Carn se disfrazarán de monjes para que crean que está habitada. Es fácil conseguir ropas monacales. Luego, dos monjes conducirán el carro con los supuestos lingotes hasta el camino. En caso de haber problemas, abandonarán el carro y huirán a los bosques. Nadie se molestará en perseguirlos, pues les interesa el oro, no un par de monjes cobardes.
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