Rosamund rompió el sello de la carta, y comenzó a leerla. Una o dos veces levantó la ceja izquierda, luego esbozó una ligera sonrisa. La releyó para asegurarse de haber comprendido bien la posición de Catalina. Luego, dijo con voz calma:
– Si no fueses mi hija, Philippa, habrías caído en la desgracia más absoluta. Te habrían expulsado del servicio de la reina y enviado a casa sin posibilidades de retornar jamás al palacio.
– ¡Pero me pidieron que volviera! En Navidad retomaré mi puesto de dama de honor de la reina -se apresuró a decir Philippa.
– Porque Catalina valora nuestra amistad, querida.
– El rey salió a defenderme. Fue muy gentil. Dicen que Inés de Salinas una vez te pilló en una situación comprometedora con Enrique Tudor, y que te las ingeniaste para que la despidieran de la corte cuando la reina te perdonó.
– Eso es mentira -replicó Rosamund. No le revelaría sus secretos a su hija; no eran de su incumbencia-. Conocí al rey cuando era un muchacho y yo estaba bajo la custodia de su abuela. Ya sabes de memoria la historia. No debes prestar atención a los rumores y menos a uno tan antiguo, pero no quiero hablar de mi vida en la corte, sino de tu censurable conducta. ¿Qué demonio te poseyó? Bebes en exceso, haces apuestas y te quitas las prendas cada vez que pierdes a los dados. ¿Cómo piensas que te conseguiré un esposo respetable si llevas una vida desenfrenada? Así que el rey fue muy amable contigo. Me alegro, es lo menos que podía hacer. Enrique recuerda muy bien a tu padre y su lealtad a la Casa Tudor. Ojalá su hija mayor demostrara ser tan honorable como Owein Meredith. La reina espera que vuelvas a la corte en Navidad, pero dice que la decisión ha de ser mía y solo mía, Philippa. Estoy muy enfadada contigo, no sé si permitiré que regreses al palacio.
La muchacha saltó de la silla.
– ¡Moriré si me obligas a vivir en este cementerio! ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué muera? ¡Debo regresar al palacio! ¡Y lo haré! -gritó con los ojos desorbitados por la angustia.
– Siéntate, Philippa. Ahora comprendo por qué la reina estaba tan preocupada. Has perdido el control y el sentido de la mesura. Admito que la conducta de FitzHugh fue infantil, egoísta y descortés. Debió escribirle a su padre comunicándole su decisión, en lugar de esperar hasta regresar a Inglaterra para anunciarla a todo el mundo.
– ¡Yo lo amaba! -Philippa empezó a llorar.
– Pero si apenas lo conocías -replicó su madre con franqueza-. Lo viste por primera vez a los diez años, cuando te llevé a la corte y te presenté a los reyes. En ese momento, hubo una propuesta matrimonial que si bien no decliné, tampoco acepté. Le dije a su padre que volveríamos a hablar del tema cuando ustedes fueran más grandes. Cuando regresaste a la corte, Giles ya estaba estudiando en Europa. Te inventaste toda una fantasía romántica alrededor de ese muchacho, Philippa. Sinceramente, creo que es una suerte que Giles no sea tu esposo, pues dudo que pudiera competir con ese amante soñado y perfecto.
– ¡No, mamá, yo no pensaba en Giles en esos términos!
– ¿Ah, no? Entonces, decididamente no era para ti. Una mujer debe desear al hombre con quien ha de casarse. Pese a ser una muchacha tímida, estaba ansiosa por ser la mujer de tu padre. Y no sabes cuánto deseé a Patrick Leslie y a Logan Hepburn. ¿Acaso no recuerdas la pasión que sentíamos el conde de Glenkirk y yo?
– Sí, y me parecía algo maravilloso, pero excepcional. La mayoría de las personas no se ama de ese modo, mamá. Se supone que el propósito del matrimonio es establecer alianzas familiares, aumentar la riqueza y procrear. Es lo que la reina enseña a sus damas de honor.
– ¿De veras? Pues bien, esos requisitos tal vez basten para una princesa de Aragón que se desposa con un rey de Inglaterra, pero no para la gente como tú y yo. -Rosamund extendió la mano y enjugó las lágrimas de su hija-. Giles te ha lastimado, pequeña. Acéptalo, y cuando retorne la alegría a tu corazón, encontraremos un joven a quien ames como yo amé a los hombres de mi vida. No eres una reina, Philippa, sino simplemente la heredera de Friarsgate.
– No lo entiendes -se quejó la muchacha, apartándose de su madre-. No me interesa Friarsgate, mamá. No quiero pasar el resto de mi vida aquí. Ese era tu sueño, tu deseo, no el mío. A mí me gusta la vida de la corte. Me encantan la excitación, la pompa, las intrigas, los colores del palacio. ¡Es el centro del mundo, mamá, y quiero vivir allí por siempre!
– Estás muy disgustada, no sabes lo que dices -dijo Rosamund con serenidad. ¿Que no le interesaba Friarsgate? ¡Patrañas! Pero estaba demasiado dolorida y no era el mejor momento para discutir el asunto-. Enviaré un mensaje a Otterly pidiendo a Tom y a tu hermana Banon que vengan a casa -agregó, derivando la conversación hacia un tema menos ríspido.
– Espero que Banon sea más limpia que Bessie, y más civilizada -dijo Philippa con aspereza-. No deberías permitir que tu hija corra por el campo descalza y mugrienta, mamá. Se pasa todo el día con las ovejas, ¿qué gracia le ve a esos tontos animales? No lo entiendo. ¿Ha dejado de tomar las lecciones del padre Mata?
– Es bastante más instruida que tú, Philippa. Tiene una aptitud extraordinaria para los idiomas. Además de latín y griego, sabe hablar alemán y holandés.
– ¿Y para qué cuernos le sirve hablar alemán y holandés? El francés es una lengua mucho más culta. Mi francés ha mejorado notablemente desde que estoy en la corte. Papá estaría orgulloso de mí; recuerdo las lecciones que te daba, ¿Quién le enseña lenguas tan toscas?
– Bessie está muy interesada en el comercio de la lana y me acompañó a Holanda dos veces. Nuestro representante en Ámsterdam está adiestrando a su hijo en el oficio. El joven se llama Hans Steen y le está enseñando a tu hermana todo lo relacionado con la cría y el comercio de ovejas. Allí, Bessie aprendió las lenguas nórdicas. Creo que ella nunca querrá ir al palacio.
Philippa parecía escandalizada.
– ¿Bessie prefiere actuar como un hombre de negocios? ¡¿Cómo se lo permites?! No somos vulgares comerciantes. Si alguien se entera de que mi hermana se comporta de una manera tan indigna, caeré en la ruina total. Me asombra que apruebes sus inclinaciones, mamá. No pertenecemos a la nobleza, pero hemos logrado un lugar en la corte desde que tú naciste.
– Tu hermanita carece de tierras, pero Tom le proporcionará una generosa dote, así que no tendrá que conformarse con ser la esposa de un granjero. Podría ser un excelente partido para el heredero de un comerciante exitoso. Además, es muy inteligente y por nada del mundo aceptaría convertirse en la muñequita de un hombre.
– ¡Debes impedir que mi hermana caiga tan bajo!
– ¡No seas necia, Philippa! ¿De dónde crees que proviene tu fortuna, cabeza hueca?
– El tío Tom es muy rico -respondió con ingenuidad. Rosamund se echó a reír.
– ¿Y cómo crees que amasó esa fortuna? El bisabuelo de Tom y el mío eran primos hermanos. Martin Bolton fue enviado a Londres para desposar a la hija de un mercader de quien había sido aprendiz. Se casaron y tuvieron un hijo. La muchacha era muy bonita, y fue seducida por el rey Eduardo IV. La pobre terminó suicidándose de la vergüenza. Eduardo se sintió culpable de la desgracia, sobre todo porque Martin Bolton y su consuegro eran acérrimos defensores del rey y lo habían ayudado financieramente en varias oportunidades. Para resarcirse, otorgó a Martin un título de nobleza, que nosotras hemos heredado, Philippa. Pero, de una u otra manera, lo que mantuvo próspera a esta familia fue siempre el comercio. Lamento que consideres bochornoso ganarse el propio pan. Has perdido el respeto por los valores morales durante tu estadía en la corte, Philippa; y no permitiré que regreses hasta que hayas recobrado el sentido. No frunzas el ceño, hija. La decisión está tomada.
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