Sir Bayard Dunham no salía de su estupor, y solo pudo acotar:
– Conocí a su padre.
– Todavía lo recuerdo, aunque era muy pequeña cuando murió -dijo Philippa.
– Era un buen hombre. Sabía cómo cumplir con su deber. ¿No tuvo hijos varones?
– El único que tuvo no sobrevivió.
El rebaño por fin terminó de cruzar la ruta y el pastor los saludó amistosamente agradeciéndoles la paciencia. La comitiva se dirigió hacia el norte y fuego hacia el oeste, rumbo a Cumbria, atravesando el condado de Cheshire y el boscoso Lancaster. Al cabalgar por unas desoladas e inhóspitas colinas, Philippa reconoció que estaban por atravesar Westmoreland.
– Mañana deberíamos llegar a Carlisle -aseguró-. Luego, nos quedará un día y medio de viaje para llegar a Friarsgate. Hemos tenido mucha suerte, sir Bayard, no ha llovido ni un solo día.
– Sí. Durante esta época del año, el tiempo suele ser seco.
– ¿Se reunirá con el rey en Esher cuando vuelva?
Sir Bayard sacudió la cabeza.
– Desde hace algunos años estoy al servicio de la reina. Ya no soy lo suficientemente joven para seguirle el ritmo al rey.
Al otro día, cuando arribaron a Carlisle, se alojaron en una posada que pertenecía al monasterio de St. Cuthbert. El tío abuelo de Philippa, el prior Richard Bolton, se hallaba allí cuando llegaron. En cuanto se enteró, corrió de la iglesia a la posada para saludarla. Era un hombre alto y distinguido, con brillantes ojos azules.
– ¡Philippa! Tu madre no me dijo que volverías a casa. ¡Bienvenida! -y la ayudó a bajar del caballo.
– Tío, me han enviado a casa. Pero solo sabré si he caído en desgracia o no, cuando mamá lea la carta que le envió la reina. De todas formas, me han dicho que puedo regresar a la corte para Navidad y retomar mis tareas habituales.
– Bueno, si te han vuelto a invitar, sospecho que la infracción no es demasiado grave. ¿Acaso tendrá que ver con Giles FitzHugh, pequeña? Los ojos de la joven se encendieron de furia.
– ¡Ese canalla!
– Querida, cuando se recibe el llamado de Dios, debe ser escuchado. No existe otra solución. Además, Roma tiene la propiedad de maravillar a ciertas personas sensibles y, según me informaron, Giles ocupará un puesto en el mismísimo Vaticano. Evidentemente, la Iglesia tiene grandes esperanzas depositadas en el joven FitzHugh. Lo siento, pequeña, pero el matrimonio no puede competir con la vocación divina.
– Lo sé -respondió Philippa con acritud-. Ya superé mi desilusión, querido tío, pero mi madre consideraba que el segundo hijo de un conde era un excelente candidato para la heredera de Friarsgate. Sin embargo, ya tengo más de quince años, creo que estoy condenada a ser una solterona.
– Estoy seguro de que Rosamund encontrará una solución a tu problema. SÍ es la voluntad del Señor que regreses a casa quiere decir que tiene otros planes para ti.
– Regresaré al palacio, tío -aseguró Philippa, inflexible-. No me casaré con un tonto pueblerino porque mi madre piense que administrará bien sus ovejas.
Los ojos azules de Richard Bolton traslucían preocupación. Philippa no amaba Friarsgate como Rosamund, pero era tan testaruda como ella. "No será un verano pacífico"-pensó el prior.
En lo alto de una de las colinas que rodeaban el valle de Friarsgate, Philippa se detuvo a contemplar el panorama. La luz de la tarde se reflejaba en el lago. Como siempre, los campos estaban perfectamente cuidados; ovejas, vacas y caballos pastaban en las praderas. Sin duda, su madre había engrosado los rebaños, pues jamás había visto tantas ovejas.
– Parece un lugar próspero y pacífico -comentó sir Bayard.
– Lo es -respondió la joven con sequedad, mientras Lucy reía por lo bajo. Philippa espoleó los flancos de la montura y comenzaron a descender la colina. Los campesinos que la vieron pasar se quedaron embelesados por su belleza. Muy pocos la reconocieron, ya no era la niña que habían visto tres años atrás sino toda una mujercita.
Sir Bayard Dunham había pasado la mayor parte de su vida en la corte. El paisaje le resultaba encantador y la gente parecía muy feliz. Sin embargo, no duraría mucho tiempo en un sitio tan tranquilo. Sintió cierta compasión por la muchacha que estaba a su cargo: Philippa pertenecía a la corte y no al campo.
Cuando llegaron a la casa, los mozos de cuadra saludaron a los visitantes y se hicieron cargo de los caballos. La puerta principal se abrió de par en par y apareció Maybel Bolton. La esposa de Edmund cumplía ahora la función de capataz de Friarsgate.
Edmund y su hermano, el prior Richard, eran los hijos del bisabuelo de Philippa, pero ambos eran ilegítimos. Habían nacido antes del matrimonio de su padre, que tuvo, además, dos hijos legítimos: Guy Bolton, el mayor, y Henry Bolton. Guy era el abuelo de Philippa; al morir junto con su esposa e hijo, dejó a Rosamund como heredera y al tío Henry, como su tutor.
Maybel gritó de alegría. Estaba tan excitada que no sabía si entrar o salir de la casa. Finalmente salió y abrazó a Philippa.
– ¡Has vuelto, angelito mío! -exclamó llorando-. ¿Por qué no avisaste que vendrías, pequeña bandida?
– Porque yo misma no lo sabía hasta hace unos días. Me mandaron a casa para recuperarme de la puñalada que me dieron en el corazón, aunque la herida ya cicatrizó, Maybel.
– ¡Pobrecita, mi bebé! Rechazada por un sujeto repugnante como ese Giles FitzHugh. ¡Ojalá caiga sobre él la peor de las desgracias!
– Maybel, te presento a sir Bayard Dunham, mi escolta y hombre de confianza de la reina. Además de ocuparte de nosotros dos, tendrás que dar comida y alojamiento a los guardias armados por unos días. ¿Dónde están mamá y mis hermanas?
– Tu madre está en Claven's Carn con los Hepburn. Banon está en Otterly. Y Bessie debe de andar por algún lado. Entra, pequeña; usted también, sir Bayard. -La anciana se quedó observando a los doce hombres armados-. Ustedes también, ¡adentro! -indicó haciendo un gesto con la mano.
La vieja nodriza ordenó a los sirvientes que instalaran mesas y bancos para los guardias.
– Aliméntenlos. Es tarde, han de estar muertos de hambre. -Luego se dirigió a sir Bayard-: Hace bastante calor, sir, de seguro no tendrán problema en dormir en los establos. No me parece apropiado meterlos en la casa en ausencia de la señora y el señor.
– Tiene mucha razón. Cuando terminen de comer, los llevaré yo mismo.
– Usted puede quedarse aquí. Ordenaré a uno de los criados que le prepare una cama mullida. Ya no está en la flor de la juventud, sir Bayard, dormirá mejor al abrigo del fuego del salón.
– Gracias, señora. -Definitivamente, la anciana no tenía pelos en la lengua, pero era muy amable. No recordaba la última vez que alguien se había preocupado por su bienestar. La idea de dormir en un sitio cálido y cómodo le resultaba de lo más reconfortante.
– Tal vez deberías enviar por mi madre -sugirió Philippa-. Quiero olvidar este asunto de una vez por todas, y seguro tendrá muchas cosas que decirme. No podré permanecer mucho tiempo en Friarsgate, me han pedido que retome mi antiguo puesto. La reina necesitará muchachas que ya tengan experiencia en servirla. Este verano muchas de sus damas de honor se fueron del palacio para contraer matrimonio. Tal vez inviten a Banon a la corte, Maybel. Creo que le gustará la idea.
– ¿Banon también servirá a la reina? ¡Oh, qué inmenso honor! Y todo gracias a la amistad que tu madre ha sabido cultivar con Catalina -replicó Maybel con gran efusividad.
En ese momento entró en el salón una niña. Era flaca, alta y su larga cabellera rubia parecía ingobernable, llevaba un vestido harapiento que caía recto sobre el cuerpo sin curvas. Miró asombrada a Philippa y a sir Bayard.
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