Eloise le apretó la mano.
– No creo que ese sentimiento sea malo. No eres un santo. Sólo eres un padre. Y creo que uno muy bueno.
La miró, extrañado, y meneó la cabeza.
– No -dijo-. No lo soy. Pero espero serlo.
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Phillip?
– Tenías razón -dijo él, apretando los labios-. Sobre la niñera. Quería que todo saliera bien, así que no le presté atención, pero tenías razón. Les pegaba.
– ¿Qué?
– Con un libro -continuó él, con una voz muy cansada, como si se hubiera quedado sin emociones-. Entré en la habitación de los niños y estaba golpeando a Amanda con un libro. Con Oliver ya había acabado.
– Oh, no -dijo Eloise, mientras lágrimas de pena y de rabia, le resbalaban por las mejillas-. No me imaginé. No me gustaba, de acuerdo, y les había pegado en los nudillos pero… a mí también me pegaron en los nudillos. Nos lo han hecho a todos. -Se hundió en el asiento, como si llevara un enorme peso de culpa en los hombros-. Debería haberme dado cuenta. Debería haberlo visto.
Phillip se rió.
– Apenas llevas quince días viviendo en casa. Yo llevo meses conviviendo con esa mujer. Si yo no lo vi, ¿por qué ibas a hacerlo tú?
Eloise no tenía nada que decir, al menos nada que evitara que su marido se sintiera todavía más culpable.
– Supongo que la has despedido -dijo, al final.
Phillip asintió.
– Les dije a los niños que nos ayudarías a encontrar una sustituta.
– Por supuesto -añadió ella, enseguida.
– Y yo… -Hizo una pausa, se aclaró la garganta y miró por la ventana antes de continuar-: Yo…
– Dilo, Phillip -le dijo ella, con dulzura.
Sin girarse, dijo:
– Voy a ser mejor padre. Los he ignorado durante demasiado tiempo. Tenía tanto miedo de convertirme en mi padre, de ser como él, que no…
– Phillip -susurró Eloise, cogiéndole la mano-. No eres como tu padre. Nunca podrías ser como él.
– No -dijo él, con la voz apagada-, pero pensé que sí. Una vez incluso cogí una fusta. Fui a los establos y la cogí. -Hundió la cabeza en las manos-. Estaba tan furioso. Tanto.
– Pero no la usaste -le susurró ella, sabiendo que esas palabras eran verdad. Tenían que serlo.
Él meneó la cabeza.
– Pero quería hacerlo.
– Pero no lo hiciste -repitió ella, con la voz tan firme como pudo.
– Estaba tan furioso -repitió él, y Eloise lo vio tan perdido en su propio mundo que no sabía si la había escuchado. Sin embargo, entonces se giró hacia ella y la miró a los ojos-. ¿Sabes qué es tener miedo de tu propia rabia?
Eloise negó con la cabeza.
– No soy un hombre pequeño, Eloise -dijo-. Podría hacerle mucho daño a alguien.
– Yo también -dijo ella y, ante la sarcástica mirada de él, añadió-. Está bien, quizás a ti no, pero a un niño sí.
– Serías incapaz -gruñó él y se dio la vuelta.
– Tú también -dijo ella.
Él se quedó en silencio.
Y, de repente, Eloise lo entendió todo.
– Phillip -dijo, con suavidad-, has dicho que estabas furioso pero… ¿con quién?
Él la miró, perplejo.
– Pegaron el pelo de la institutriz a la almohada, Eloise.
– Ya lo sé -dijo ella, agitando la mano en el aire-. Y seguro que, si hubiera estado presente, yo también habría querido darles una buena paliza. Pero no te he preguntado eso. -Esperó a que le diera una respuesta. Cuando él no dijo nada, ella añadió-: ¿Estabas furioso con ellos por lo de la cola o estabas furioso contigo mismo porque eras incapaz de controlarlos?
Phillip no dijo nada, pero ambos sabían la respuesta.
Eloise alargó el brazo y le acarició la mano.
– No te pareces a tu padre en nada, Phillip -dijo-. En nada.
– Ahora lo sé -dijo Phillip, suavemente-. No tienes ni idea de las ganas que tenía de partir por la mitad a esa maldita niñera Edwards.
– Me lo imagino -dijo Eloise, riéndose mientras se apoyaba en el respaldo.
Phillip sonrió. No sabía por qué pero había algo gracioso en el tono de su mujer, algo que era incluso agradable. De alguna forma, habían conseguido encontrar el lado divertido a una situación que no lo era. Y era maravilloso.
– Es lo que se merecía -dijo Eloise, encogiéndose de hombros. Se giró hacia Phillip-. Pero no le has hecho nada, ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
– No. Y si he podido controlarme con ella, con mis hijos también podré hacerlo.
– Claro que sí -dijo Eloise, como si estuvieran hablando de algo obvio. Le dio unos golpecitos en la mano y luego se giró hacia la ventana, muy tranquila.
Phillip se dio cuenta que Eloise tenía mucha fe en él. Tenía fe en su bondad interior y en la calidad de su alma, cuando él había vivido atormentado por las dudas tantos años.
Y entonces supo que tenía que ser sincero y, antes de saber lo que iba a hacer, dijo:
– Creí que me habías dejado.
– ¿Anoche? -preguntó ella, mirándolo muy sorprendida-. ¿Cómo pudiste pensar algo así?
Él se encogió de hombros, en un gesto de desprecio hacia sí mismo.
– Pues no sé. Quizá porque te fuiste a casa de tu hermano y no volviste.
Eloise ignoró el toque de sarcasmo.
– Bueno, ya has visto lo que me entretuvo y, además, nunca te abandonaría. Deberías saberlo.
Phillip arqueó una ceja.
– ¿Ah, sí?
– Claro que sí -dijo ella, que lo miraba como si estuviera enfadada con él-. Hice un juramento en la iglesia y te aseguro que no me lo tomo a la ligera. Además, asumí el compromiso de ser una madre para Oliver y Amanda y jamás lo rompería.
Phillip la miró, muy serio, y luego dijo:
– No, no, claro. No lo harías. Fui un estúpido al no pensar en eso.
Ella se sentó con la espalda recta y se cruzó de brazos.
– Deberías haberlo hecho. Me conoces y sabes que nunca lo haría. -Y entonces, cuando él no dijo nada, añadió-: Esos pobres niños. Ya han perdido a su madre biológica. Desde luego que no me voy a marchar y obligarlos a pasar por lo mismo otra vez. -Se giró hacia él con una expresión muy irritada-. No puedo creerme que pensaras que había hecho algo así.
Phillip se estaba empezando a preguntar lo mismo. Sólo hacía… Santo Dios, ¿era posible que sólo hiciera dos semanas que conocía a Eloise? A veces, parecía que hacía una vida entera. Porque tenía la sensación de conocerla perfectamente. Siempre tendría sus secretos, claro, como todos, y estaba convencido de que nunca la entendería porque no se imaginaba llegar a entender a ninguna mujer en la vida.
Sin embargo, la conocía. Estaba seguro. Y por eso no debería ni haberse planteado la posibilidad de que lo hubiera abandonado.
Debió de ser el pánico, puro y duro. Y también, quizá, porque era mejor pensar que lo había abandonado a imaginársela muerta en alguna cuneta. En el primer caso, al menos podía ir a casa de su hermano y llevársela a casa.
Si hubiera muerto…
No estaba preparado para la punzada de dolor tan intensa que sintió con sólo pensarlo.
¿Desde cuándo Eloise significaba tanto para él? ¿Y qué iba a hacer para que fuera feliz?
Porque necesitaba que fuera feliz. Y no sólo, como había estado intentando convencerse a sí mismo, porque una Eloise feliz significaba que Phillip podría seguir disfrutando de su vida sin preocupaciones. Necesitaba que fuera feliz porque la idea de que no fuera así era como clavarle un cuchillo en el corazón.
Aunque todo aquello resultaba de lo más irónico. Se había dicho, una y otra vez, que se había casado con ella para darles una madre a sus hijos y ahora, cuando ella había reconocido que jamás lo abandonaría porque el compromiso con los niños era demasiado fuerte…
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