Era rápida; siempre había sido rápida, y reía al correr, con una mano bombeando al costado y la otra sosteniendo su falda a pocos centímetros de la hierba. Podía oír a Peter detrás suyo, riendo mientras sus pasos retumbaban cada vez más cerca. Ella iba a ganar; estaba segura de eso. O ganaba en buena ley, o él perdería a propósito y se lo recordaría durante toda la eternidad, pero no le importaba demasiado.
Una victoria era una victoria, y ahora mismo Tillie se sentía invencible.
– ¡Atrápame si puedes! -se burló, mirando sobre su hombro para evaluar el progreso de Peter-. ¡Nunca… Uff!
La respiración escapó de su cuerpo con contundente velocidad, y antes de que Tillie pudiera hacer otro sonido, estaba extendida sobre la hierba, enredada con -¡gracias al cielo!- otra mujer.
– ¡Charlotte! -jadeó, reconociendo a su amiga Charlotte Birling-. ¡Lo siento tanto!
– ¿Qué estabas haciendo? -exigió saber Charlotte, enderezando su sombrero, que había quedado tambaleadamente torcido.
– Una carrera, en realidad -murmuró Tillie-. No se lo digas a mi madre.
– No tendré que hacerlo -replicó Charlotte-. Si crees que no se enterará de esto…
– Lo sé, lo sé -dijo Tillie con un suspiro-. Espero que lo apunte a demencia inducida por el sol.
– ¿O tal vez ceguera por el sol? -dijo una voz masculina.
Tillie levantó la mirada para ver a un hombre alto, de cabello color arena, a quien no conocía. Miró a Charlotte, que rápidamente hizo las presentaciones.
– Lady Mathilda -dijo Charlotte, poniéndose de pie con ayuda del extraño-, este es el conde Matson.
Tillie murmuró su saludo justo cuando Peter se detenía resbalando a su lado.
– Tillie, ¿se encuentra bien? -exigió saber.
– Estoy bien. Mi vestido podrá estar arruinado, pero el resto de mí no está nada maltratado. -Aceptó su servicial mano y se puso de pie-. ¿Conoce a la señorita Birling?
Peter sacudió la cabeza en negativa, y Tillie los presentó. Pero cuando se volvió para presentarlo al conde, él asintió y dijo:
– Matson.
– ¿Ya se conocen? -preguntó Tillie.
– Del ejército -informó Matson.
– ¡Oh! -Los ojos de Tillie se ensancharon-. ¿Conocía usted a mi hermano? ¿Harry Howard?
– Era un buen tipo -dijo Matson-. Nos agradaba mucho a todos.
– Sí -dijo Tillie-, a todos les agradaba Harry. Era bastante especial en ese sentido.
Matson asintió, de acuerdo con ella.
– Lamento mucho su pérdida.
– Todos lo lamentamos. Agradezco su sentimiento.
– ¿Estaban en el mismo regimiento? -preguntó Charlotte, mirando del conde a Peter.
– Sí, así era -dijo Matson-, aunque Thompson aquí fue afortunado de permanecer durante la acción.
– ¿No estuvo usted en Waterloo? -preguntó Tillie.
– No. Fui llamado a casa por razones familiares.
– Lo siento tanto -murmuró Tillie.
– Hablando de Waterloo -dijo Charlotte-, ¿tiene intenciones de ir a la reconstrucción la semana próxima? Lord Matson estaba quejándose de haberse perdido la diversión.
– Yo no lo llamaría diversión -masculló Peter.
– Bueno -dijo Tillie alegremente, ansiosa de evitar un encuentro desagradable.
Sabía que Peter detestaba la glorificación de la guerra, y pensaba que él no sería capaz de seguir siendo amable con alguien que realmente lamentaba haberse perdido semejante escena de muerte y destrucción.
– ¡La reconstrucción de Prinny! Ya casi lo había olvidado. Será en Vauxhall, ¿verdad?
– Dentro de una semana -confirmó Charlotte-. En el aniversario de Waterloo. He oído que Prinny no cabe en sí de emoción. Habrá fuegos artificiales.
– Porque queremos que sea una fiel representación de la guerra -dijo Peter con mordacidad.
– O la idea de Prinny de lo que es fiel, al menos -dijo Matson, su tono era notablemente frío.
– Tal vez están destinados imitar los disparos -dijo Tillie rápidamente-. ¿Irá usted, señor Thompson? Agradecería su compañía. -Él se quedó callado un momento, y ella supo sin dudas que él no quería hacerlo. Pero, aun así, no pudo acallar su egoísmo y dijo-: Por favor. Quiero ver lo que Harry vio.
– Harry no… -Él se detuvo y tosió-. No verá lo que Harry vio.
– Lo sé, pero igualmente, será lo más cercano que veré. Por favor, diga que me acompañará.
Los labios de él se tensaron, pero dijo:
– Muy bien.
Ella sonrió abiertamente.
– Gracias. Es muy generoso de su parte, especialmente porque…
Tillie se quedó callada. No necesitaba informar a Charlotte y al conde que Peter no deseaba asistir. Podían haberlo deducido solos, pero Tillie no tenía que explicarlo con detalle.
– Bueno, debemos marcharnos -dijo Charlotte-, eh, antes de que alguien…
– Tenemos que marcharnos -dijo el conde suavemente.
– Lamento muchísimo lo de la carrera -dijo Tillie, acercándose y apretando la mano de Charlotte.
– No te preocupes -respondió Charlotte, devolviendo el gesto-. Imagina que soy la línea de llegada, así que ganaste.
– Una idea excelente. Debería haberlo pensado.
– Sabía que encontrarías la manera de ganar -murmuró Peter una vez que Charlotte y el conde se habían alejado.
– ¿Alguna vez estuvo en duda? -bromeó Tillie.
Él sacudió la cabeza lentamente, sus ojos nunca abandonaron el rostro de ella. La observaba con una extraña intensidad, y de pronto ella se dio cuenta de que su corazón estaba latiendo demasiado rápido, y su piel cosquilleaba, y…
– ¿Qué sucede? -preguntó, porque si no hablaba, estaba segura de que olvidaría respirar.
Algo había cambiado en el último minuto; algo había cambiado dentro de Peter, y ella tenía la sensación de que, fuera lo que fuera, cambiaría su vida también.
– Tengo que hacerte una pregunta -dijo él.
El corazón de Tillie se elevó. ¡Oh, sí, sí, sí! Esto podía ser una sola cosa. Toda la semana había estado conduciendo a esto, y Tillie supo que sus sentimientos por este hombre no eran unilaterales. Asintió, sabiendo que su corazón estaba en sus ojos.
– Yo… -Él se detuvo y se aclaró la garganta-. Debes saber que me importas mucho.
Ella asintió.
– Eso esperaba -murmuró.
– ¿Y creo que respondes a mis sentimientos?
Peter lo dijo como una pregunta, lo cual ella encontró absurdamente conmovedor. Así que asintió nuevamente, y luego se despojó de la cautela y agregó:
– Mucho.
– Pero también debes saber que una unión entre nosotros dos no es nada que tu familia o, de hecho, cualquiera, hubiese esperado.
– No -dijo Tillie prudentemente, no muy segura adónde iba él con esto-. Pero no logro ver…
– Por favor -le dijo él, interrumpiéndola-, permíteme terminar.
Ella permaneció callada, pero esto no se sentía correcto, y su humor, que había estado lanzándose hacia las estrellas, tuvo una caída brutal de regreso a la tierra.
– Quiero que me esperes -dijo Peter.
Ella parpadeó, insegura de cómo interpretar eso.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero casarme contigo, Tillie -dijo él, su voz era insoportablemente solemne-. Pero no puedo. No ahora.
– ¿Cuándo? -susurró ella, esperando que dijera dos semanas, dos meses o incluso dos años.
Cualquier cosa, siempre y cuando él pusiera una fecha.
Pero lo único que Peter dijo fue:
– No lo sé.
Y lo único que ella pudo hacer fue quedarse mirándolo. Y preguntarse por qué. Y preguntarse cuándo. Y preguntarse… y preguntarse… Y…
– ¿Tillie? -Ella sacudió la cabeza-. Tillie, yo…
– No, no lo hagas.
– Que no haga… ¿qué?
– No lo sé.
La voz de ella era desolada y herida, y atravesó a Peter como un cuchillo.
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