Los padres tenían que saber sobre su interés en ella. Había visitado Canby House casi todos los días desde el baile Hargreaves, y ninguno de ellos había intentando disuadirlo, pero también sabían de su amistad con Harry. Los Canby nunca rechazarían a un amigo de su hijo, y lady Canby en particular parecía disfrutar de su presencia. Le gustaba hablar con él acerca de Harry, escuchar historias de sus últimos días, especialmente cuando Peter le contaba cómo Harry podía hacer reír a cualquiera, aun mientras estaban rodeados de las peores degradaciones de la guerra.
De hecho, Peter estaba bastante seguro de que a lady Canby le gustaba tanto escuchar sobre Harry que le permitiría andar sin esperanzas tras Tillie, aunque él fuera, clarísimamente evidente, un prospecto totalmente inadecuado para el matrimonio.
Finalmente llegaría el momento en que los Canby se sentarían con él y tendrían una pequeña conversación, y dirían a Peter muy claramente que aunque era un tipo admirable, respetable, y ciertamente un excelente amigo para su hijo, era una cosa totalmente diferente formar una pareja con su hija.
Pero ese momento aún no había llegado, así que Peter había decidido sacar lo mejor de su situación y disfrutar el tiempo que le era permitido. Con ese fin, él y Tillie habían arreglado encontrarse esa mañana en Hyde Park. Ambos eran ávidos jinetes, y como el día lucía el primer trozo de sol en una semana, no pudieron resistirse a una salida.
El sentimiento parecía ser compartido por el resto de la alta sociedad. El parque era un tumulto, con jinetes retrasados al más reposado de los trotes para evitar enredos, y mientras Peter esperaba pacientemente a Tillie cerca del Serpentine, observaba distraídamente la multitud, preguntándose si habría algún otro tonto enamorado en sus filas.
Tal vez. Pero probablemente ninguno tan enamorado -o tan tonto- como él.
– ¡Señor Thompson! ¡Señor Thompson!
Él sonrió ante el sonido de la voz de Tillie. Ella siempre tenía cuidado de no dirigirse a él por su nombre de pila en público, pero cuando estaban solos, y especialmente cuando él le robaba un beso, siempre era Peter.
Nunca antes había pensado en la elección de nombres de sus padres, pero desde que Tillie había tomado la costumbre de susurrarlo en el calor de la pasión, él había llegado a adorar cómo sonaba, y había decidido que Peter era una elección espléndida, sin dudas.
Le sorprendió ver a Tillie a pie, moviéndose por el sendero con dos sirvientes, un hombre y una mujer, siguiéndola.
Peter desmontó inmediatamente.
– Lady Mathilda -le dijo con un asentimiento formal.
Había muchas personas cerca, y era difícil saber quién estaba lo bastante cerca para escuchar. Por lo que él sabía, la mismísima maldita lady Whistledown podía estar oculta detrás de un árbol.
Tillie hizo una mueca.
– Mi yegua pisa mal con una pata -le explicó-. No quería sacarla. ¿Le importa si caminamos? Traje a mi mozo de cuadra para que cuide de su caballo. -Peter entregó las riendas mientras Tillie le aseguraba-: John es muy bueno con los caballos. Roscoe estará más que bien con él. Y además -agregó en un susurro, una vez que se habían alejado algunos metros de los sirvientes-, él y mi doncella están bastante enamorados. Estaba esperando que pudieran distraerse fácilmente.
Peter se volvió hacia ella con una sonrisa divertida.
– Mathilda Howard, ¿planeaste esto?
Ella se retrajo como si estuviese ofendida, pero sus labios estaban estirados.
– No soñaría con mentir respecto a la lesión de mi yegua. -Él rió entre dientes-. Realmente estaba pisando mal con una pata -dijo Tillie.
– Seguro -dijo él.
– ¡De veras! -protestó ella-. En serio. Simplemente decidí aprovechar la situación. No hubieses querido que cancelara nuestra excursión, ¿verdad? -Ella miró sobre su hombro, a su doncella y el mozo de cuadra, que estaban parados uno junto al otro cerca de un pequeño grupo de árboles, conversando alegremente-. No creo que lo noten si desaparecemos -dijo Tillie-, siempre y cuando no vayamos lejos.
Peter levantó una ceja.
– Desaparecer es desaparecer. Si estamos fuera de su vista, ¿realmente importa qué tan lejos nos aventuramos?
– Claro que sí -contestó Tillie-. Es el principio del asunto. No quiero meterlos en problemas después de todo, especialmente cuando están haciéndose los tontos tan atentamente.
– Muy bien -dijo Peter, decidiendo que no tenía sentido seguir la lógica de ella-. ¿Ese árbol servirá?
Él señaló un enorme olmo, a mitad de camino entre Rotten Row y Serpentine Drive.
– ¿Justo en medio de las dos vías principales? -dijo ella, frunciendo la nariz-. Es una idea terrible. Vayamos allí, al otro lado del Serpentine.
Así que pasearon, sólo un poquito fuera de vista de los sirvientes de Tillie pero, para simultáneo alivio y consternación de Peter, no fuera de vista de todos los demás.
Caminaron varios minutos en silencio, y entonces Tillie dijo, en un tono bastante casual:
– Escuché un rumor sobre ti esta mañana.
– No algo que habrás leído en el Whistledown, espero.
– No -dijo ella pensativamente-, fue mencionado esta mañana. Por otro de mis pretendientes. -Y entonces, cuando él no picó su cebo, agregó-: Cuando no me visitaste.
– No puedo visitarte todos los días -dijo él-. Se comentaría, y además, ya habíamos hecho planes para reunirnos esta tarde.
– Tus visitas a mi hogar ya han sido comentadas. No creo que una más atrajera atención adicional.
Él se sintió sonriendo… una sonrisa lenta, perezosa, que lo calentó de adentro hacia afuera.
– Bien, Tillie Howard, ¿estás celosa?
– No -respondió ella-, pero, ¿tú no lo estás?
– ¿Debería?
– No -admitió ella-, pero ya que estamos en el tema, ¿por qué yo debería estar celosa?
– Te aseguro que no tengo idea. Pasé la mañana en Tattersall's, mirando caballos que no puedo comprar.
– Eso suena bastante frustrante -comentó ella-, ¿y no quieres saber cuál fue el rumor que escuché?
– Casi tanto -dijo él lentamente-, como sospecho que deseas decírmelo.
Tillie le hizo una mueca y luego dijo:
– No soy de chismosear… mucho, pero escuché que llevaste una vida algo desenfrenada cuando regresaste a Inglaterra el año pasado.
– ¿Y quién te dijo eso?
– Oh, nadie en particular -dijo ella-, pero sí surge la pregunta…
– Surgen muchas preguntas -masculló él.
– ¿Cómo es que -continuó ella, ignorando sus gruñidos-, nunca escuché sobre este libertinaje?
– Probablemente -dijo él con bastante rigidez-, porque no es adecuado para tus oídos.
– Se vuelve más interesante a cada segundo.
– No, se volvió menos interesante a cada segundo -declaró él, en un tono destinado a acabar con más discusiones-. Y por eso es que he reformado mis costumbres.
– Lo haces sonar enormemente excitante -dijo ella con una sonrisa.
– No lo era.
– ¿Qué sucedió? -preguntó Tillie, probando de una vez por todas que cualquier intento que él hiciera para intimidarla a rendirse sería infructuoso.
Peter dejó de caminar, incapaz de pensar con claridad y moverse al mismo tiempo. Uno pensaría que había dominado ese arte en la batalla, pero no, no parecía visible. No aquí en Hyde Park, de cualquier modo.
Y no con Tillie.
Era gracioso… había logrado olvidar a Harry gran parte de la semana pasada. Habían estado las conversaciones con lady Canby, seguro, y la innegable punzada que sentía cada vez que veía a un soldado con uniforme, cada vez que reconocía la sombra vacía en sus ojos.
La misma sombra que había visto tantas veces en el espejo.
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