– Bien. -Santo cielo, ¿cuando había llegado a ser tan incapaz de expresarse? Ella hacía posible las reuniones plenarias de médicos, por el amor de Dios. Enderezó sus hombros y le dirigió una mirada a su mismo nivel. -Me complace que tu…
– Sí. -Él le sonrió. -Sí, esto es exactamente a lo que me refiero por experiencia. No te encoges fácilmente. -Otra horquilla se deslizó fuera de su cabello. -Rona, es tu elección, pero me gustaría introducirte con cualquier elemento del BDSM que te interese.
El hombre era suave y peligroso, justo como ella había pensado. Pero, oh, tan tentador. Sus ojos bajaron a la bolsa de cuero de él llena de… cosas, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Dejarlo hacer… algo?
Sus labios se curvaron.
– Ah, ahora eso fue un sí. -Quitó la última horquilla, y su cabello rubio oscuro cayó sobre sus hombros en un lío ondulado. Metió sus horquillas en el bolsillo de su chaleco y pasó los dedos por su pelo. Cada pequeño tirón enviaba hormigueos por la espalda. -Hablaremos, y tú puedes decirme lo que te gusta.
– Uh-huh. -¿Contarle sus fantasías? No iba a pasar.
Se detuvo, y su dedo debajo del mentón le levantó la mirada a la de él.
– Rona, la primera regla en una relación de Dom-sub: compartes tus pensamientos, abierta y honestamente, sin esconder nada.
– Yo no te conozco.
– Es cierto. Pero has oído que soy de confianza. Te sientes atraída por mí. ¿Puedes confiar en mí lo suficiente como para compartir lo que encontraste interesante en el club hasta ahora? ¿Es eso mucho pedir?
Ella no se había sentido tan acorralada desde que las enfermeras habían irrumpido en su oficina con un lanzamiento de instrumentos de cirujano.
– No. Yo puedo hacer eso.
– Excelente. Teniendo en cuenta tu posición actual, obviamente, encuentras que el bondage y la escena pública son aceptables. -Puso la mano en su nuca, el pulgar curvado alrededor del lado de su cuello. Sus penetrantes ojos enfocados en su rostro. -El BDSM incluye otros placeres. Como la flagelación.
¿Cómo le había hecho a esa mujer?
La risa formó líneas al lado de su boca profundamente.
– Tu pulso se aceleró. Excelente.
– Flagelación.
Ella se acobardó. Anteriormente, ella había visto a un Dom usar un látigo largo para crear horribles rayas rojas en su víctima.
– No.
– Común y corriente, el culo al aire, azotes con las manos desnudas.
Ella tragó saliva ante la idea de estar sobre las rodillas de un hombre… del Maestro Simon.
Su lista de fantasías definitivamente necesitaba revisión.
– Um, tal vez.
– Así que todo, excepto el látigo. -Él asintió con la cabeza. -Luego está la cera caliente. -Hizo una pausa. -Perforaciones.
¿Agujas? ¿Para divertirse? Infierno, no . Ella trató de apartarse, y su mano se apretó en la parte posterior de su cuello con firmeza.
– Tranquila, muchacha. Yo diría que la cera es un tal vez, pero las perforaciones es un no rotundo. ¿Es eso correcto?
¿Él leía a todo el mundo tan fácilmente o sólo a ella? Asintió con la cabeza.
Sus ojos se arrugaron, y luego le rozó la boca con la suya. Sus labios se demoraron, firmes y aterciopelados, y sin ningún pensamiento por su parte, ella inclinó la cabeza hacia atrás por más.
– Eres una dulzura, -murmuró él y le tomó la cara entre las manos, sosteniéndola mientras su boca instó a la suya a abrirse. La besó despacio. Profundamente.
Minuciosamente.
Con las muñecas restringidas, ella estaba a su merced, y la comprensión envió expectativa zumbando a través de su sistema.
Él levantó la cabeza para mirarla durante un largo rato, luego sonrió y la besó de nuevo hasta que cada gota de sangre se acumuló en su mitad inferior. Su cuerpo palpitaba por más.
Él se movió una fracción de centímetro hacia atrás y le acarició la mejilla.
– ¿Dónde me detuve? Ah, hay una variedad de juguetes para divertirse… como un consolador. Un vibrador. Un tapón anal.
Sólo la idea de que alguien utilice esas cosas sobre ella la hizo estremecerse.
– Tal vez.
Uno de los lados de la boca de él se curvó hacia arriba en una sonrisa.
– Eso fue más que un “tal vez”, muchacha. ¿Alguna vez has utilizado un tapón anal?
Su parte trasera se tensó, pero con las manos encadenados sobre su cabeza, no podía cubrir… nada.
– No.
– Estoy ansioso por ver tu reacción. ¿Has visto el cupping [6] antes?
Oh, ella definitivamente había visto eso.
– Sí. -Su voz salió ronca.
Él levantó una ceja.
– Interesante. ¿Y donde más crees que un Maestro puede aplicar esas tazas?
El Dom las había puesto sobre el trasero de su sub, pero ella las había imaginado en los pezones o incluso… en su clítoris. Una ola de calor rodó en su rostro, tan inevitable como el sol de verano.
Él se rió entre dientes.
– Disfrutaré de eso casi tanto como tú.
– Yo no he dicho que sí. -No lo hizo, maldita sea.
– No tenías que hacerlo. -Él agarró la cinta de la parte superior de su camisa y la abrió. Sus pezones se fruncieron.
– ¿Qué tal los juguetes electrónicos?
Demasiado consciente de la calidez de su mano justo por encima de sus pechos, ella trató de concentrarse en lo que él había preguntado.
– ¿Juguetes electrónicos? -Negó con la cabeza, luego recordó que la unidad TENS [7] había utilizado un quiropráctico en su dolor de espalda. ¿Podrían esos electrodos colocarse en otro lugar? Su vagina se apretó, haciéndola consciente de lo húmeda que se había puesto.
– Oh, sí. -El brillo en sus ojos hizo que su estómago se retuerza incómodo.
Tragó saliva.
– ¿Por qué tantas preguntas para una sola vez?
– Siempre hay otra vez, mascota. Una pregunta más. -Él estudió su cara mientras corría los nudillos hacia abajo de la división de su camisa ahora expuesta, y cuanto más cerca su mano llegaba a sus pechos, los pezones más se apretaban. -¿Y el sexo?
¿Sexo? Se quedó sin aliento. ¿Sexo con él? Cada célula de su cuerpo saltó a la vida, agitando pompones, y animándose. Ella bajó la mirada hacia su cintura, a… Levantó la vista hacia arriba a toda prisa. ¿En qué estaba pensando?
– Oh no. No lo creo.
– Entonces, por esta noche, utilizaré sólo mis manos. -No hizo una pregunta.
– Uh… -Ella asintió con la cabeza. Las manos parecían lo suficientemente seguro. La idea de que él la tomara, que estuviera dentro de ella… No estaba preparada para esa intimidad. No podría estar lista para esto tampoco.
– Muy bien, -dijo suavemente. -Vamos a comenzar. -Él caminó a su alrededor, y ella realmente podía sentir su mirada acariciando sobre su cuerpo apenas vestido. -Te ves hermosa en ropa interior victoriana, mascota, pero están en mi camino. -Sin pedirle permiso, le desabrochó el corsé, ganchito a ganchito, y lo arrojó sobre una mesa cercana, dejándola con la camisa y las bragas.
Para su sorpresa, corrió sus fuertes manos sobre sus costillas y luego masajeó los dolorosos surcos del corsé. Ella gimió por el alivio.
– Gracias.
Su sonrisa brilló, un momento de sol en la rigidez de su rostro.
– He oído que son incómodos. -Estirándose hacia arriba, desenganchó su muñeca derecha y le bajó el brazo.
Cuando recogió su camisa hacia arriba, se dio cuenta de que él pensaba sacársela por la cabeza, dejando sus pechos al descubierto.
Tenía un brazo aún encadenado, y su instintivo retroceso no llegó a ninguna parte.
Él arqueó las cejas.
Con el otro Dom, David, ella se había sentido a cargo. No con el Maestro Simon. Señor, ni siquiera hablaba, se limitaba a mirarla, y su desafío rezumaba a la distancia. Dejó escapar un bajo suspiro.
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