—No es culpa de Clary.
El rostro de Isabelle enrojeció.
—Mantente al margen, Simon. No sabes nada.
Simon entró en la cocina, cerrando la puerta tras él.
—He oído la mayor parte de lo que habéis estado diciendo —les dijo con total naturalidad—. Incluso a través de la pared. Has dicho que no sabes lo que Clary siente porque no la has conocido el tiempo suficiente. Bueno, yo sí la conozco bien,. Si crees que Jace es el único que ha sufrido, te equivocas.
Hubo un silencio; la ferocidad en la expresión de Isabelle se desvaneció levemente. A lo lejos, a Clary le pareció oír el sonido de alguien que llamaba a la puerta de la calle: Luke, probablemente, o Maia, con más sangre para Simon.
—No se ha ido por mí —dijo Clary, y su corazón empezó a latir con violencia.
«¿Puedo contarles el secreto de Jace, ahora que él se ha ido? ¿Puedo contarles la auténtica razón por la que se ha marchado, la auténtica razón por la que no le importa morir?» Las palabras empezaron a brotas de ella, casi en contra de su voluntad.
—Cuando Jace y yo fuimos a la casa solariega de los Wayland… cuando fuimos en busca del Libro de lo Blanco…
Se interrumpió al abrirse de par en par la puerta de la cocina. Amatis apareció allí de pie, con la más extraña de las expresiones en la cara. Por un momento Clary pensó que estaba asustada, y el corazón le dio un vuelco. Pero no era miedo lo que había en el rostro de la mujer. Reflejaba la misma expresión que había tenido cuando Clary y Luke habían aparecido de improviso en la puerta de su casa. Parecía como si hubiese visto un fantasma.
—Clary —dijo despacio—. Alguien ha venido a verte…
Antes de que pudiese terminar, alguien se abrió paso a su lado para entrar en la cocina. Amatis se echó hacia atrás, y Clary pudo observar bien al intruso: una mujer esbelta, vestida de negro. En un principio, todo lo que Clary vio fue el equipo de cazador de sombras. Casi no la reconoció, al menos hasta que sus ojos alcanzaron el rostro de la mujer y sintió que el estómago le daba un vuelco tal y como lo había hecho cuando Jace había conducido la motocicleta en la que iban por encima del borde del tejado del Dumort, en una caída de diez pisos.
Era su madre.
TERCERA PARTE
El camino al cielo
Oh, sí, ya sé que el camino al cielo era fácil.
Encontramos el pequeño reino de nuestra pasión
que pueden compartir todos los que siguen el camino de los amantes.
Con salvaje y secreta felicidad dimos;
y dioses y demonios clamaron en nuestros sentidos.
SIEGFRIED SASSOON, El amante imperfecto
Desde la noche en que llegó a casa y vio que su madre había desaparecido, Clary había imaginado volverla a ver, bien y en perfecto estado de salud. Lo imaginaba tan a menudo que había adquirido la cualidad de una fotografía que había ido perdiendo color de tanto sacarla y contemplarla. Aquellas imágenes se alzaron ante ella ahora, a la vez que abría enormemente los ojos con incredulidad: imágenes en las que su madre, con aspecto saludable y feliz, la abrazaba, le contaba lo mucho que la había echado de menos, y le aseguraba que todo iba a ir bien a partir de entonces.
La mujer de su imaginación se parecía muy poco a la mujer que tenía ante ella en aquel momento. Había recordado a Jocelyn en su faceta dulce y artística, un poco bohemia, con su mono salpicado de pintura, los cabellos rojos recogidos en coletas o sujetos en alto con un lápiz en un moño desmadejado. La Jocelyn que tenía delante aparecía tan radiante y aguda como un cuchillo, los cabellos recogidos atrás con severidad, ni un mechó fuera de lugar; el negro intenso de la vestimenta hacía que el rostro luciera pálido y duro. Tampoco mostraba la expresión que Clary había imaginado: en lugar de placer, había algo muy parecido al horror en el modo en que miró a Clary con aquellos ojos verdes tan abiertos.
—Clary —musitó—. Tu ropa.
Clary bajó los ojos para mirarse. Llevaba puesto el equipo de cazadora de sombras de Amatis, exactamente lo que su madre se había pasado toda la vida intentando evitar. Clary tragó saliva con fuerza y se levantó, aferrando el borde de la mesa con las manos. Podía ver lo blancos que estaban los nudillos, pero sus manos parecían desconectadas del cuerpo de algún modo, como si perteneciesen a otra persona.
Jocelyn avanzó hacia ella, alargando los brazos.
—Clary…
Y Clary se encontró retrocediendo tan precipitadamente que golpeó la encimera con la parte baja de la espalda. El dolor llameó a través de ella, pero apenas lo advirtió; miraba fijamente a su madre. Lo mismo hacía Simon, con la boca levemente abierta; también Amatis parecía acongojada.
Isabelle se puso en pie, colocándose entre Clary y su madre. Deslizó la mano bajo el delantal, y Clary tuvo la impresión de que cuando la sacara empuñaría el delgado látigo de electro.
—¿Qué pasa aquí? —inquirió Isabelle—. ¿Quién es usted?
Su voz recia titubeó ligeramente a medida que parecía advertir la expresión del rostro del Jocelyn; ésta la miraba fijamente, con la mano sobre el corazón.
—Maryse. —La voz de Jocelyn fue apenas un susurro.
Isabelle pareció sobresaltada.
—¿Cómo sabe el nombre de mi madre?
El rostro de Jocelyn se ruborizó de golpe.
—Desde luego. Eres la hija de Maryse. Es sólo… que te pareces tanto a ella. —Bajó la mano despacio—. Soy Jocelyn Fr… Fairchild. Soy la madre de Clary.
Isabelle sacó la mano de debajo del delantal y miró a Clary, confusa.
—Pero usted estaba en el hospital… en Nueva York…
—Sí —dijo Jocelyn con voz firme—. Pero, gracias a mi hija, estoy perfectamente ahora. Y me gustaría estar un momento a solas con ella.
—No estoy segura —dijo Amatis —de que ella quiera estar un momento a solas contigo. —Alargó el brazo para posar la mano sobre el hombro de Jocelyn—. Se ha llevado una buena impresión…
Jocelyn se desasió de Amatis y avanzó hacia Clary, alargando las manos.
—Clary…
Por fin Clary recuperó la voz. Era una voz fría, gélida, tan enojada que la sorprendió:
—¿Cómo has llegado aquí, Jocelyn?
Su madre se detuvo en seco y una expresión de incertidumbre asomó a su rostro.
—Viajé a través de un Portal hasta las afueras de la ciudad en compañía de Magnus Bane. Ayer vino a verle al hospital…, trajo el antídoto. Me contó todo lo que hiciste por mí. Lo único que deseaba desde que desperté era verte… —Su voz se apagó—. Clary, ¿sucede algo?
—¿Por qué no me contaste nunca que tenía un hermano? —dijo ella.
No era lo que había esperado decir, no era siquiera lo que había planeado que saliera de su boca. Pero ahí estaba.
Jocelyn bajó las manos.
—Pensaba que estaba muerto. Pensaba que saberlo sólo te haría daño.
—Deja que te diga algo, mamá —repuso Clary—. Saber es mejor que no saber. Siempre.
—Lo siento… —empezó Jocelyn.
—¿Qué lo sientes? —Fue como si algo dentro de Clary se hubiese desgarrado y todo se vertiera al exterior, toda su amargura, su cólera contenida—¿Quieres explicarme por qué jamás me contaste que era una cazadora de sombras? ¿O que mi padre seguía vivo? Ah, ¿y qué hay de la parte en la que pagaste a Magnus para que me robara los recuerdos?
—Intentaba protegerte…
—Bien, ¡pues lo hiciste fatal! —La voz de Clary se elevó—. ¿Qué esperabas que iba a pasar después de que desaparecieras? De no haber sido por Jace y los demás, estaría muerta. Jamás me mostraste cómo protegerme. Jamás me contaste los peligros que existían realmente. ¿Qué pensabas? ¿Qué si yo no podía ver los peligros, desaparecerían? —Los ojos le ardían—. Sabias que Valentine no estaba muerto. Le dijiste a Luke que creías que seguía vivo.
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