Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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—Lucian. —La voz de Amatis en su oído era baja pero penetrante—. ¡Lucian!

Atrancado violentamente en su ensoñación, Luke luchó por enfocar los agotados ojos sobre la escena que tenía delante. Era un pequeño grupo variopinto, el que formaban aquellos que habían estado de acuerdo en al menos escuchar su plan. Menos de los que había esperando. A muchos los conocía de su vida anterior en Idris —los Penhallow, los Lightwood, los Ravenscar—y justo al mismo número de ellos los acababa de conocer, como los Monteverde, que dirigían el Instituto de Lisboa y hablaban una mezcla de portugués e inglés, o Nasreen Chaudhury, la directora de facciones severas del Instituto de Mumbai. Su sari verde oscuro estaba estampado con complejas runas de un plateado tan intenso que Luke instintivamente se encogía cuando ella pasaba demasiado cerca.

—Realmente, Lucian —dijo Maryse Lightwood.

El menudo rostro blanco de la mujer estaba transido de agotamiento y pena. Luke no había esperado que ni ella ni su esposo acudiesen, pero habían aceptado casi en cuanto él se lo había mencionado. Supuso que debía de sentirse agradecido de que estuvieran allí, incluso aunque el dolor tendiera a hacer que Maryse se mostrara más irascible de lo acostumbrado.

—Eres tú quién nos convenció para venir; lo mínimo que puedes hacer es prestar atención.

—Y eso es lo que hace. —Amatis estaba sentada con las piernas recogidas bajo el cuerpo como una jovencita, pero su expresión era firme—. No es culpa de Lucian que hayamos estado dando vueltas en círculos durante la última hora.

—Y seguiremos dando vueltas y vueltas hasta que se nos ocurra una solución —dijo Patrick Penhallow con un tono cortante en la voz.

—Con el debido respeto, Patrick —repuso Nasreen, con su fuerte acento—, puede que no exista una solución para este problema. Tal vez tendríamos que conformarnos con encontrar un plan.

—Un plan que no suponga ni la esclavitud en masa ni… —empezó Jia, la esposa de Patrick, y luego se interrumpió, mordiéndose el labio.

Era una mujer bonita y esbelta que se parecía mucho a su hija, Aline. Luke recordó cuando Patrick había huido al Instituto de Beijing y se había casado con ella. Aquello había significado una especie de escándalo, pues se suponía que debía haberse casado con una joven de Idris que sus padres habían elegido para él. Pero a Patrick nunca le había gustado hacer lo que le decían, una cualidad que Luke agradecía en aquellos momentos.

—¿O aliaros a los subterráneos? —dijo Luke—. Me temo que no hay modo de evitarlo.

—Ése no es el problema, y lo sabes —indicó Maryse—. Es todo el asunto de los escaños en el Consejo. La Clave jamás estará de acuerdo en ese caso. Lo sabes. Cuatro escaños completos…

—Cuatro, no —dijo Luke—. Uno para los seres mágicos, uno para los Hijos de la Luna y uno para los hijos de Lilith.

—Los brujos, las hadas y los licántropos —enumeró el señor Monteverde con su voz suave—. ¿Y qué hay de los vampiros?

—No me han prometido nada —admitió Luke—. Y, por tanto, yo tampoco a ellos. Puede que no les interese formar parte del Consejo, no sienten demasiado cariño por los de mi especie, y tampoco les gustan demasiado las reuniones y las normas. Pero tienen la puerta abierta en el caso de que cambiasen de idea.

—Malachi y sus amigos jamás estarán de acuerdo, y puede que no tengamos suficientes votos en el Consejo sin ellos —masculló Patrick—. Además, sin los vampiros, ¿qué posibilidad tenemos?

—Una inmejorable —replicó Amatis, que parecía confiar en el plan de Luke aún más que éste—. Hay muchos subterráneos que lucharán con nosotros, y son realmente poderosos. Los brujos por sí solos…

La señora Monteverde sacudió la cabeza y se volvió hacia su esposo.

—Este plan es una locura. Jamás funcionará. No se puede confiar en los subterráneos.

—Funcionó durante el Levantamiento —dijo Luke.

La portuguesa hizo una mueca.

—Únicamente porque Valentine contaba con un ejército de idiotas —respondió—. No con demonios. ¿Y cómo podemos saber que los miembros de su antiguo Círculo no regresarán con él en cuanto los llame a su lado.

—Tenga cuidado con lo que dice, señora —gruñó Robert Lightwood.

Era la primera vez que abría la boca en más de una hora; había pasado la mayor parte de la tarde quieto, inmovilizado por la pena. Había arrugas en su rostro que Luke habría jurado que no estaban allí tres días atrás. Su tormento se apreciaba claramente en la tensión de sus hombros y en sus puños apretados; Luke no podía culparlo. Jamás le había gustado mucho Robert, pero había algo en la visión de aquel hombre quebrado por la pena que resultaba doloroso de contemplar.

—¿Cree que me uniría a Valentine después de la muerte de Max…? Él hizo que asesinaran a mi hijo…

—Robert —murmuró Maryse, y le posó la mano en el hombro.

—Si no nos unimos a él —dijo el señor Monteverde—, todos nuestros hijos morirán.

—Si piensa esto, entonces ¿por qué están aquí? —Amatis se puso en pie—. Pensaba que habíamos acordado…

«También yo.» A Luke le dolía la cabeza. Siempre la misma historia, se dijo, dos pasos al frente y uno atrás. Eran tan nocivos como los propios subterráneos cuando se enfrentaban; si al menos pudieran darse cuenta de ello… A lo mejor a todos les iría mejor si solucionaban sus problemas combatiendo, como lo hacía su manada.

Un leve movimiento en la puerta del Salón captó su mirada. Fue un instante, y de no haber faltado tan poco para la luna llena, quizá no lo hubiera visto, ni hubiera reconocido a la figura que pasó veloz ante las puertas. Se preguntó por un momento si estaba imaginando cosas. En ocasiones, cuando estaba muy cansado, creía ver a Jocelyn… en el parpadeo de una sombra, en un juego de luces en una pared.

Pero no se trataba de Jocelyn. Luke se puso en pie.

—Voy a salir cinco minutos a tomar el aire. Regresaré.

Luke notó cómo le observaban mientras se encaminaba a las puertas de entrada; todos ellos, incluso Amatis. El señor Monteverde susurró algo a su esposa en portugués; Luke captó la palabra «lobo» en el torrente de palabras. «Probablemente creen que voy a salir para correr en círculos y aullarle a la luna.»

El aire en el exterior era limpio y frío; el cielo mostraba un acerado gris pizarra. El amanecer enrojecía el cielo en el este y proporcionaba un tinte rosa pálido a los peldaños de mármol blanco que descendían desde las puertas del Salón. Jace lo esperaba en mitad de la escalinata. Las blancas ropas de luto que llevaban golpearon a Luke como una bofetada, un recordatorio de todas las muertes que habían padecido allí y que pronto volverían a padecer.

Luke se detuvo varios peldaños por encima de Jace.

—¿Qué haces aquí, Jonathan?

Jace no dijo nada, y Luke se maldijo mentalmente por su mala memoria; a Jace no le gustaba que lo llamasen Jonathan y por lo general respondía al nombre con una aguda protesta. En esta ocasión, no obstante no pareció importarle. El rostro que alzó hacia Luke estaba tan sombrío como los rostros de cualquiera de los adultos del Salón. Aunque a Jace todavía le faltaba un año para ser considerado adulto según la ley de la Clave, se había enfrentado ya a circunstancias peores en su corta vida de las que la mayoría de los adultos podían imaginar siquiera.

—¿Buscabas a tu padres?

—¿Te refieres a los Lightwood? —Jace negó con la cabeza—. No. No quiero hablar con ellos. Te buscaba a ti.

—¿Se trata de Clary? —Luke descendió varios escalones hasta quedar un peldaño por encima de Jace—. ¿Está bien?

—Está perfectamente.

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