Con una expresión muy parecida al aburrimiento, Valentine alargó una mano, casi como si quisiera tocar al Inquisidor en el hombro. Pero Valentine no podía tocar nada —era simplemente una proyección—y entonces Clary lanzó un grito ahogado cuando la mano de Valentine pasó a través de la piel, huesos y carne del Inquisidor, desapareciendo en su tórax. Hubo un segundo —únicamente un segundo—durante el cual todo el Salón pareció contemplar boquiabierto el brazo izquierdo de Valentine, enterrado en algún modo hasta la muñeca, increíblemente, en el pecho de Aldertree. Entonces Valentine movió violenta y bruscamente la muñeca hacia la izquierda… efectuando una torsión, como si girara un obstinado pomo oxidado.
El Inquisidor profirió un único grito y se desplomó como una piedra.
Valentine retiró la mano. La cara lana del traje que llevaba estaba pegajosa de sangre hasta la mitad del antebrazo. Bajó la mano ensangrentada, contempló a la horrorizada multitud y posó por fin su mirada en Luke.
—Os daré hasta mañana a medianoche para que consideréis mis condiciones. En ese momento traeré a mi ejército, con todos sus efectivos, a la llanura Brocelind. Si para entonces no he recibido aún un mensaje de rendición de la Clave, marcharé con mi ejército hasta Alacante, y esta vez no dejaremos nada con vida. Tenéis ese tiempo para considerar mis condiciones. Usadlo sabiamente.
Y dicho eso, desapareció.
—Vaya, ¿qué os parece? —dijo Jace, todavía sin mirar a Clary; en realidad no la había mirado desde que ella y Simon habían llegado a la puerta principal de la casa en la que habitaban ahora los Lightwood.
Estaba recostado contra una de las altas ventanas de la sala de estar, mirando al exterior en dirección al cielo, que se oscurecía rápidamente.
—Uno asiste al funeral de su hermano de nueve años y se pierde toda la diversión.
—Jace —intervino Alec, con una voz que sonaba cansada—. No.
Alec estaba tumbado en uno de los sillones desgastados y rehenchidos que constituían los únicos asientos de la habitación. La vivienda tenía la curiosa y extraña atmósfera de las casas que pertenecen a desconocidos. Estaba decorada con tejidos de estampados florales, recargados y de tonos pastel, y todo en ella estaba ligeramente raído o deshilachado. Había un cuenco de crista lleno de bombones sobre una pequeña mesa auxiliar cerca de Alec; Clary, muerta de hambre, había comido unos cuantos y le habían parecido que estaban secos y se desmigajaban. Se preguntó qué clase de gente había vivido allí. «La clase de gente que sale huyendo cuando las cosas se ponen difíciles», pensó agriamente; merecían que les hubiese requisado la casa.
—¿No qué? —preguntó Jace.
En el exterior estaba lo bastante oscuro ya como para que Clary pudiese ver el rostro de Jace reflejado en el cristal de la ventana. Sus ojos parecían negros. Llevaba ropas de luto de cazador de sombras; ellos no vestían de negro en los funerales, ya que el negro era el color del equipo de combate. El color para la muerte era el blanco, y la chaqueta blanca que Jace llevaba puesta tenía runas escarlata entretejidas en la tela alrededor del cuello y los puños. A diferencia de las runas de combate, que era todas de agresión y protección, éstas hablaban un idioma más benévolo de curación y pesar. Llevaba abrazaderas de metal batido alrededor de las muñecas, también, con runas similares en ellas. Alec iba vestido del mismo modo, todo de blanco excepto las mismas runas en un dorado rojizo trazadas sobre el tejido. Hacía que sus cabellos pareciesen muy negros.
Por otra parte, Jace, todo de blanco, parecía un ángel, pensó Clary. Uno de los ángeles vengadores.
—No estás furioso con Clary. Ni con Simon —dijo Alec—. Al menos —añadió, con una leve crispación preocupada en el rostro—, no creo que estés furioso con Simon.
Clary casi espero que Jace replicara enojado, pero todo lo que éste dijo fue:
—Clary sabe que no estoy enfadado con ella.
Simon apoyó los codos en el respaldo del sofá y puso los ojos en blanco, pero se limitó a decir:
—Lo que no entiendo es cómo Valentine consiguió matar al Inquisidor. Pensaba que las proyecciones no podían afectar a nada.
—En principio, no —respondió Alec—. No son más que ilusiones. Una cierta cantidad de aire coloreado, por así decirlo.
—Bien, pues en este caso, no. Metió la mano dentro del Inquisidor y lo retorció… —Clary se estremeció—. Hubo gran cantidad de sangre.
—Como una bonificación especial para ti —le dijo Jace a Simon.
Simon le ignoró.
—¿Ha existido algún Inquisidor que no haya muerto de un modo horrible? —se maravilló en voz alta—. Es como ser el batería de Spinal Tap.
Alec se frotó el rostro con una mano.
—No puedo creer que mis padres no lo sepan todavía —dijo—. No me entusiasma nada tener que decírselo.
—¿Dónde están tus padres? —preguntó Clary—. Pensaba que estaban arriba.
Alec negó con la cabeza.
—Siguen en la necrópolis. En la tumba de Max. Nos han enviado de vuelta. Querían estar allí solos un rato.
—¿Qué hay de Isabelle? —preguntó Simon—. ¿Dónde está?
El humor, lo que quedaba de él, desapareció del rostro de Jace.
—No quiere salir de su habitación —dijo—. Cree que lo que le sucedió a Max fue culpa suya. Ni siquiera ha querido venir al funeral.
—¿Habéis intentando hablar con ella?
—No —respondió Jace, irónico—. Hemos optado por darle de puñetazos sin parar en la cara. ¿Crees que funcionará?
—Sólo preguntaba. —El tono de Simon era afable.
—Bueno, explícale que Sebastian no era en realidad Sebastian —dijo Alec—. Quizá se sienta mejor. Cree que tendría que haberse dado cuenta de que había algo raro en Sebastian, pero si era un espía… —Se encogió de hombros—. Nadie advirtió nada extraño en él. Ni siquiera los Penhallow.
—Yo pensé que era un imbécil —indicó Jace.
—Sí, pero eso es simplemente porque…
Alec se hundió más en el sillón. Parecía exhausto; su tez mostraba un gris pálido en contraste con el blanco riguroso de las ropas.
—Apenas importa. Una vez que se entere de las amenazas de Valentine, nada la animará.
—¿Creéis que lo hará realmente? —quiso saber Clary—. ¿Enviar un ejército de demonios contra los nefilim; es decir, él todavía es un cazador de sombras, ¿no? No puede destruir a su propia sangre.
—Ni siquiera le importaron lo suficiente sus hijos como para no destruirlos —dijo Jace, trabando la mirada con la de ella a través de la habitación—. ¿Qué te hace pensar que iba a importarle su gente?
Alec los miró a los dos y Clary se dio cuenta por su expresión de que Jace no le había hablado de Ithuriel todavía. Parecía desconcertado, y muy triste.
—Jace…
—De todas maneras, esto explica una cosa —dijo Jace sin mirar a Alec—. Magnus estuvo intentando ver si podía usar una runa de localización en alguna de las cosas que Sebastian había dejado en su dormitorio para ver si podíamos localizarlo de ese modo. Dijo que no conseguía ninguna lectura interesante de nada de lo que le dimos. Simplemente… una señal plana.
—¿Qué significa eso?
—Eran cosas de Sebastian Verlac. El falso Sebastian probablemente las cogió donde lo interceptó. Y Magnus no consigue nada de ellas porque el auténtico Sebastian…
—Probablemente esté muerto —finalizó Alec—. Y el Sebastian que conocemos es demasiado listo para dejar nada tras él que pudiera usarse para rastrearle. Quiero decir que no puedes rastrear a alguien a partir de cualquier cosa. Tiene que ser un objeto que esté en cierto modo muy conectado a esa persona. Una reliquia familiar, o una estela, o un cepillo con un poco de pelo de él, algo así.
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