Barrió la habitación con la mirada como si esperase una respuesta. No hubo ninguna… únicamente una multitud de rostros que le miraban fijamente.
—Valentine. —La voz de Luke, aunque queda, rompió el silencio—. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? Los Acuerdos que tanto temías no convirtieron a los subterráneos en iguales a los nefilim. NI aseguraron a los medio humanos un lugar en el Consejo. Los viejos odios seguían allí. Deberías haber confiado en ellos, pero no lo hiciste…, no podías…, y ahora nos has dado la única cosa que podía unirnos a todos. —Sus ojos buscaron los de Valentine—. Un enemigo común.
Un rubor recorrió la palidez del rostro de Valentine.
—Yo no soy un enemigo. No soy enemigo de los nefilim. Tú sí. Eres tú quién intenta engatusarlos para conducirlos a una lucha imposible. ¿Crees que esos demonios que visteis son todos los que tengo? Eran una mínima parte de los que puedo convocar.
—También nosotros somos más —dijo Luke—. Más nefilim y más subterráneos.
—Subterráneos —se burló Valentine—. Saldrán corriendo a la primera señal de auténtico peligro. Los nefilim nacen para ser guerreros, para proteger al mundo, pero el mundo odia a los de tu especie. Existe un motivo por el que la plata pura os quema y la luz del día abrasa a los Hijos de la Noche.
—A mi no me abrasa —dijo Simon con una voz dura y clara, a pesar de la mano de Clary que lo sujetaba—. Aquí estoy, de pie a la luz del sol…
Pero Valentine se limitó a reír.
—Te he visto atragantarte con el nombre de Dios, vampiro —dijo—. En cuanto a por qué puedes permanecer bajo la luz del sol… —Se interrumpió y sonrió burlón—. Eres una anomalía, tal vez. Un fenómeno. Peo sigues siendo un monstruo.
«Un monstruo. —Clary pensó en Valentine en el barco, en lo que había dicho allí—: “Tu madre me dijo que yo había convertido a su primer hijo en un monstruo. Me abandonó antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo”.»
«Jace.» Pensar en él le produjo un dolor agudo. «Después de lo que Valentine hizo, va y se queda ahí parado hablando de monstruos…»
—El único monstruo que hay en este Salón —dijo, muy a su pesar y también a pesar de su decisión de permanecer callada—eres tú. Vi a Ithuriel —siguió cuando él volvió la cabeza para mirarla sorprendido—Lo sé todo…
—Lo dudo —replicó Valentine—; si fuera así, mantendrías la boca cerrada. Por el bien de tu hermano, y por el tuyo.
«¡No menciones a Jace!», quiso gritarle, pero otra voz surgió para interrumpir la suya, una fría e inesperada voz femenina, valiente y llena de amargura.
—¿Y qué hay de mi hermano?
Amatis fue a colocarse a los pies del estrado, alzando los ojos hacia Valentine. Luke dio un respingo de sorpresa y sacudió la cabeza en dirección a ella, pero Amatis le ignoró.
Valentine arrugó la frente.
—¿Qué pasa con Lucian?
Clary percibió que la pregunta de Amatis lo había desconcertado, o tal vez era simplemente que Amatis estaba allí, preguntando, enfrentándose a él. Valentine la había despreciado años atrás por débil, como alguien con pocas probabilidades de desafiarle. A Valentine no le gustaba que la gente le sorprendiese.
—Me dijiste que ya no era mi hermano —dijo Amatis—. Te llevaste a Stephen de mi lado. Destruiste mi familia. Dices que no eres enemigo de los nefilim, pero nos enfrentas a unos contra otros, familia contra familia, destrozando nuestras vidas sin escrúpulos. Dices que odias a la Clave, pero eres tú quién los convirtió en lo que son ahora: mezquinos y paranoicos. Los nefilim acostumbrábamos a confiar los unos en los otros. Fuiste tú quien lo cambió. Jamás te perdonará por ello. —La voz le tembló—. Ni por hacer que tratara a Lucia como si ya no fuese mí hermano. No te perdonaré tampoco por eso. Ni me perdonaré a mi misma por escucharte.
—Amatis…
Luke dio un paso al frente, pero su hermana alzó una mano para detenerlo. Brillaban lágrimas en sus ojos, pero mantenía la espalda erguida y su voz era firme y decidida.
—Hubo un tiempo en el que todos estábamos dispuestos a escucharte, Valentine —dijo—. Y todos tenemos eso clavado en nuestras conciencias. Pero ya no. Ese tiempo acabó. ¿Hay alguien aquí que no esté de acuerdo conmigo?
Clary irguió con energía la cabeza y miró a los cazadores de sombras allí congregados: le parecieron el tosco esbozo de una multitud con manchones blancos por caras. Vio a Patrick Penhallow, con la mandíbula erguida, y al Inquisidor, que temblaba como un frágil árbol ante un fuerte viento. Y a Malachi, cuyo rostro oscuro y refinado resultaba extrañamente ilegible.
Nadie dijo una palabra.
Si Clary había esperado que Valentine se enfureciera ante tal falta de respuesta por parte de los nefilim a los que había esperado liderar, se vio decepcionada. Aparte de una ligera crispación en el músculo de la mandíbula, se mostró inexpresivo. Como si hubiese esperado esa respuesta. Como si hubiese planeado que fuese así.
—Muy bien —dijo—. Si no queréis atender a razones, tendréis que hacerlo por la fuerza. Ya os he mostrado que puedo desactivar las salvaguardas que rodean vuestra ciudad. Veo que las habéis vuelto a colocar, pero eso no tiene importancia; volveré a inutilizarlas sin problemas. O accedéis a mis exigencias u os enfrentaréis a todos los demonios que la Espada Mortal pueda invocar. Les diré que no le perdonen la vida ni a uno solo de vosotros, hombre, mujer o niño. Vosotros elegís.
Un murmullo recorrió la habitación; Luke le miraba atónito.
—¿Destruirías deliberadamente a los tuyos, Valentine?
—En ocasiones hay que sacrificar selectivamente a las plantas enfermas para proteger todo el jardín —dijo Valentine—. Y si todas, sin excepción, están enfermas…—Se volvió para contemplar a la horrorizada multitud—. Vosotros elegís —prosiguió—. Tengo la Copa Mortal. Si debo hacerlo, empezaré desde el principio con un nuevo mundo de cazadores de sombras, creados y adiestrados por mí. Pero os puedo dar esta oportunidad. Si la Clave me cede todos los poderes del Consejo a mí y acepta mi inequívoca soberanía y gobierno, me contendré. Todos los cazadores de sombras efectuarán un juramento de obediencia y aceptarán una runa de lealtad permanente que los ligue a mí. Éstos son mis términos.
Se produjo el silencio. Amatis tenía la mano sobre la boca; el resto de la sala dio vueltas ante los ojos de Clary en una arremolinada masa borrosa. «No pueden rendirse a él —pensó—. No pueden.» Pero, ¿qué elección tenían? ¿Qué elección tuvo nunca ninguno de ellos? «Valentine los tiene atrapados —pensó sin ánimo—, tan indudablemente como Jace y yo estamos atrapados por aquello en lo que nos convirtió. Estamos todos encadenados a él por nuestra propia sangre.»
Transcurrió sólo un momento, aunque a Clary le pareció como una hora, antes de que una voz débil se abriera paso entre el silencio: la voz aguda y trémula del Inquisidor.
—¿Soberanía y Gobierno? —chilló—. ¿Tu gobierno?
—Aldertree…
El Cónsul se movió para detenerlo, pero el Inquisidor fue demasiado rápido. Se liberó con una violenta torsión y corrió en dirección al estrado. Decía algo a gritos, las mismas palabras una y otra vez, como si hubiese perdido totalmente el juicio, con los ojos prácticamente en blanco. Apartó a Amatis de un empujón y ascendió tambaleante los peldaños para colocarse ante Valentine.
—Yo soy el Inquisidor, ¿entiendes?, ¡el Inquisidor! —chilló—. ¡Soy parte de la Clave! ¡El Consejo! ¡Yo hago las normas, no tú! ¡Yo gobierno, no tú! No voy a permitir que te salgas con la tuya, canalla advenedizo, amante de los demonios…
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