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Cassandra Clare: Ciudad de cristal

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Cassandra Clare Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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La puerta se abrió de par en par. Clary entró. Miró a su alrededor pestañeando, intentando identificar qué era lo que daba la impresión de ser diferente en el interior de la catedral.

Comprendió qué era cuando la puerta se cerró tras ella, atrapándola en una oscuridad mitigada únicamente por el tenue resplandor del rosetón situado muy arriba por encima de su cabeza. Jamás había estado al otro lado de la entrada del Instituto sin que hubiese habido docenas de llamas encendidas en los ornamentados candelabros que bordeaban el pasillo entre los bancos.

Sacó su luz mágica del bolsillo y la sostuvo en alto. La luz brilló, enviando relucientes rayos luminosos por entre sus dedos, que alumbraron los polvorientos rincones del interior de la catedral mientras se encaminaba hacia el ascensor situado cerca del desnudo altar y oprimía con impaciencia en botón de llamada.

No sucedió nada. Al cabo de medio minuto volvió a apretar el botón… y tampoco. Apoyó la oreja contra la puerta del ascensor y escuchó. Ni un sonido. El Instituto se había vuelto oscuro y silencioso como una muñeca mecánica a la que se le hubiese acabado la cuerda.

Con el corazón desbocado, Clary regresó corriendo por el pasillo y abrió las gruesas puertas de un empujón. Se quedó parada en los peldaños de la entrada a la iglesia, mirando a un lado y a otro frenéticamente. El cielo se oscurecía adoptando un tono cobalto en lo alto y el aire olía a quemado con más fuerza si cabe. ¿Había habido fuego? ¿Se habían marchado los cazadores de sombras? Pero el lugar parecía intacto…

—No ha sido el fuego.

La voz era queda, aterciopelada y familiar. Una figura alta se materializó surgiendo de las sombras, los cabellos sobresaliendo en una corona de desmañadas púas. Llevaba un traje de seda negro sobre una brillante camisa verde esmeralda, y resplandecientes anillos en sus finos dedos. Unas botas extravagantes formaban parte del atuendo, así como una gran cantidad de purpurina.

—¿Magnus? —musitó Clary.

—Sé lo que estabas pensando —dijo Magnus—. Pero no ha habido ningún incendio. El olor es a neblina infernal; es una especie de humo demoníaco encantado. Amortigua los efectos de ciertas clases de magia.

—¿Neblina demoníaca? Entonces hubo…

—Un ataque al Instituto. Sí. A primera hora de esta tarde. Repudiados… probablemente unas cuantas docenas de ellos.

—Jace —musitó Clary—. Los Lightwood.

—El humo infernal amortiguó mi capacidad para combatir eficazmente a los repudiados. También la de ellos. Tuve que enviarlos a través del Portal a Idris.

—Pero ¿ninguno de ellos resultó herido?

—Madeleine —respondió Magnus—. Mataron a Madeleine. Lo siento, Clary.

Clary se dejó caer sobre los peldaños. No la había conocido bien, pero Madeleine había sido una conexión tenue con su madre…, su madre real, la dura y combativa cazadora de sombras a la que Clary jamás había conocido.

—¿Clary? —Luke ascendía por el sendero en la creciente oscuridad, llevando la maleta de la joven en una mano—. ¿Qué sucede?

Clary permaneció sentada abrazándose las rodillas mientras Magnus lo explicaba. Por debajo del dolor por Madeleine se sentía llena de un alivio culpable. Jace estaba bien. Los Lightwood estaban bien. Se lo decía a sí misma una y otra vez, en silencio. Jace estaba bien.

—Los repudiados —dijo Luke—. ¿Acabasteis con todos?

—No. —Magnus negó con la cabeza—. Después de que enviaran a los Lightwood a través del Portal, los repudiados se dispersaron; no parecieron interesados en mí. Para cuando cerré el Portal, todos se habían ido.

Clary alzó la cabeza.

—¿El Portal está cerrado? Pero… todavía puedes enviarme a Idris, ¿verdad? —preguntó—. Quiero decir, puedo ir a través del Portal y reunirme con los Lightwood, ¿no es cierto?

Luke y Magnus intercambiaban una mirada. Luke depositó la maleta a sus pies.

—¿Magnus? —La voz de Clary se elevó, aguda en sus propios oídos —. Tengo que ir.

—El Portal está cerrado, Clary…

—¡Entonces abre otro!

—No es tan fácil —respondió el brujo—. La Clave vigila cualquier entrada mágica a Alacante con sumo cuidado. Su capital es un lugar sagrado para ellos; es como su Vaticano, su Ciudad Prohibida. Ningún subterráneo puede ir allí sin permiso, y no se permite el acceso a mundanos.

—Pero ¡yo soy una cazadora de sombras!

—Sólo apenas —replicó Magnus—. Además, las torres impiden la apertura de portales que lleven directamente a la ciudad. Para abrir un Portal que fuera directo a Alacante tendría que tenerlos a ellos montando guardia al otro lado aguardando tu llegada. Si intentase enviarte por mi cuenta, sería contravenir directamente la Ley, y no estoy dispuesto a arriesgarme a eso por ti, bizcochito, no importa lo bien que me caigas.

Clary pasó la mirada del rostro apenado de Magnus al rostro cauteloso de Luke.

—Pero necesito ir a Idris —dijo—. Tengo que ayudar a mi madre. Tiene que existir algún otro modo de llegar allí, algún modo que no requiera un Portal.

—El aeropuerto más cercano está a un país de distancia —indicó Luke—. Si pudiésemos cruzar la frontera…, y eso supone una gran dificultad…, seguiría un largo y peligroso viaje por tierra, a través de toda clase de territorios de subterráneos. Tardaríamos días en llegar.

A Clary le ardían los ojos. «No lloraré —se dijo—. No lo haré.»

—Clary —la voz de Luke era dulce—. Nos pondremos en contacto con los Lightwood. Nos aseguraremos de que tienen toda la información que necesiten para conseguir el antídoto para Jocelyn. Pueden ponerse en contacto con Fell…

Pero Clary estaba ya de pie, sacudiendo la cabeza.

—Es necesario que sea yo —dijo—. Madeleine me aseguró que Fell no hablaría con nadie más.

—¿Fell? ¿Ragnor Fell? —repitió Magnus—. Puedo intentar hacerle llegar un mensaje. Hacerle saber que Jace irá a verle.

Parte de la preocupación desapareció del rostro de Luke.

—Clary, ¿me has oído? Con la ayuda de Magnus…

Pero Clary no quería oír nada más sobre la ayuda de Magnus. No quería oír nada. Había pensado que iba a salvar a su madre, y ahora no podía hacer otra cosa que sentarse junto a su cama, sostenerle la mano flácida, y esperar que otra persona, en algún otro lugar, pudiera ser capaz de hacer lo que ella no podía llevar a cabo.

Descendió apresuradamente los peldaños, apartando de un empujón a Luke cuando intentó agarrarla.

—Simplemente necesito estar sola un segundo.

—Clary…

Oyó que Luke la llamaba, pero se alejó de él, doblando a toda prisa la esquina de la catedral. Se encontró siguiendo el sendero de piedra en el punto en que se bifurcaba, encaminándose hacia el pequeño jardín del lado este del Instituto, en dirección al olor a brasas y cenizas… y un espeso olor intenso por debajo de aquél, el olor a magia demoníaca. Todavía flotaba neblina en el jardín, pedazos desperdigados de ella, igual que regueros de nubes atrapadas aquí y allá en el borde de un rosal u ocultos bajo una piedra. Pudo ver el lugar donde la tierra había quedado removida horas antes debido a la pelea… Había una oscura mancha roja allí, junto a uno de los bancos de piedra, que no quiso contemplar durante mucho rato.

Desvió la cabeza. Y se detuvo. Allí, sobre la pared de la catedral, estaban las marcas inconfundibles de la magia de las runas, resplandeciendo con un ardiente azul que se desvanecía en la piedra gris. Formaban un contorno de aspecto cuadrado, como el de luz alrededor de una puerta medio abierta…

El Portal.

Algo en su interior pareció retorcerse. Recordó otros símbolos, brillando peligrosamente contra el liso casco de metal de un barco. Recordó la sacudida que había experimentado la nave al desgarrarse, el agua negra del East River entrando a raudales. «Son simplemente runas —pensó—. Símbolos. Puedo dibujarlos. SI mi madre puede atrapar la esencia de la Copa Mortal dentro de un pedazo de papel, entonces yo puedo crear un Portal.»

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