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Lois Bujold: Inmunidad diplomática

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Lois Bujold Inmunidad diplomática

Inmunidad diplomática: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles y su esposa Ekaterin regresan de un viaje de luna de miel largamente postergado. En casa les espera el nacimiento de sus dos primeros hijos (desarrollados como es contumbre, en un utero artificial, pero el nuevo y flamante Auditor Imperial recibe un mensaje del Emperador Gregor Vorbarra: una flota de Barrayar ha sido detenida en la Estación Graf, un miembro de la escolta ha desaparecido, ha sido asesinado o ha desaparecido, y el conflicto diplomatico no ha hecho más que empezar. Miles debe interrumpir su regreso, acudir a la estación Graf: el mundo de los cuadrúmanos, los seres modificados genéticamente para hacer cuatro brazos y trbajar en condiciones de gravedad cero, a quienes Leo graf, un competente ingeniero de soldadura, ayudó a lograr su emancipación de la explotación y esclavitud a los que les tenia sometidos Galac-Tech. Por si ello fuera poco, alli se encontraba tambiém el hermafrodita Bel Thorne, viejo conocido e la época de las muchas aventuras de Miles Vorkosigan como Miles Naismish (el apellido de su madre Cordelia), almirante de los Mercenarios Libres Dendarii.

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—Yo no he vuelto más que una vez en décadas —la débil luz del notablemente vil sentido del humor de Bel se difuminó en los ojos marrones, y el herm continuó diciendo—: Me gustaría oír cosas acerca de la vieja caja de arena.

—Será un placer —respondió Miles, rezando para que la conversación pareciera diplomática y no críptica. «Pronto, pronto, joder, Pronto.» Bel le devolvió un cordial gesto con la cabeza.

La mujer cuadrúmana indicó el fondo de la bodega con su mano derecha superior.

—Si nos acompañan, por favor, a la sala de conferencias, lord y lady Vorkosigan, soldado Roic.

—Por supuesto, Selladora Greenlaw.

Miles le dirigió un leve gesto cortés de «después de usted, señora» en el aire y luego se irguió para poner un pie en la pared e impulsarse tras ella. Ekaterin y Roic los siguieron. Ekaterin llegó y frenó en la puerta estanca redonda con gracia razonable, aunque Roic aterrizó de lado, con un golpe audible. Había empleado demasiada energía para impulsarse, pero Miles no podía detenerse para indicarle unos cuantos truquitos. Ya los pillaría pronto, o se rompería un brazo. La siguiente serie de pasillos tenía suficientes asideros. Los planetarios mantuvieron el ritmo de los cuadris, que los precedían y seguían; para secreta satisfacción de Miles, ninguno de los guardias tuvo que detenerse y recoger a ningún barrayarés que girara fuera de control o flotara indefenso a la deriva.

Por fin llegaron a una cámara desde la que se veía una amplia panorámica de un brazo de la estación y del profundo vacío cuajado de estrellas situado más allá. Cualquier planetario que sufriera de un poquitín de agorafobia o de paranoia de presurización sin duda preferiría agarrarse a la pared del lado opuesto. Miles flotó suavemente hasta la barrera transparente, deteniéndose con dos dedos delicadamente extendidos, y contempló el paisaje espacial. Sonrió, contra su voluntad.

—Es muy bonito —dijo sinceramente.

Miró en derredor. Roic había encontrado un asidero en la pared, cerca de la puerta, torpemente compartido con la mano inferior de un guardia cuadri que se lo quedó mirando mientras los dos apartaban los dedos intentando cada uno de ellos no tocar al otro. La mayor parte de la guardia de honor se había desgajado en el pasillo adjunto y sólo quedaban dos hombres, uno de la Estación Graf y otro de la Unión, aunque alerta. En las paredes del extremo de la cámara crecían plantas decorativas en tubos espirales iluminados que envolvían sus raíces en una bruma hidropónica. Ekaterin se detuvo junto a una, examinando con atención las hojas multicolores. Desvió su atención y su breve sonrisa desapareció al observar a Miles, al observar a sus anfitriones cuadrúmanos, al buscar pistas. Su mirada cayó casualmente sobre Bel, quien a su vez observaba a Miles. La expresión del herm era… bueno, cualquiera hubiese dicho que neutra, probablemente. Miles sospechaba que era profundamente irónica.

Los cuadris se situaron en semicírculo alrededor de la placa vid central, Bel cerca de su camarada vestido de azul pizarra, el jefe Watts. Puestos arqueados de diferentes alturas formaban el tipo de control de enlace de comunicaciones que normalmente se encontraba en los sillones de la estación; con aspecto de flores de largo tallo, proporcionaban adecuados puntos de atraque. Miles escogió un puesto de espaldas al espacio. Ekaterin se acercó flotando y se situó detrás de él. Había adoptado su actitud silenciosa y reservada, que Miles había tenido que aprender a no interpretar como infeliz; tal vez sólo significaba que estaba procesando datos con demasiada concentración para acordarse de mostrarse animada. Por fortuna, la expresión tallada en marfil también resultaba aristocrática.

Un par de cuadris más jóvenes, por cuyos atuendos formados por camisa y pantalones cortos de color verde Miles identificó como sirvientes, ofrecieron burbujas con bebidas; Miles tomó algo que decía ser té, Ekaterin zumo de frutas, y Roic, con una mirada a sus homólogos cuadris a los que no ofrecieron nada, declinó. Un cuadrúmano podía agarrarse a un asidero y sostener una burbuja de bebida, y aún le quedaban dos manos libres para desenfundar un arma y apuntar con ella. No parecía equitativo.

—Selladora jefa Greenlaw —empezó a decir Miles—. Debe de haber recibido mis credenciales. —Ella asintió, su pelo corto y fino flotando en un halo revuelto con el movimiento—. Por desgracia, no estoy demasiado familiarizado con el contexto cultural y el significado de su título —continuó Miles—. ¿En nombre de quién habla, y están sus palabras ligadas por un juramento de honor? Es decir, ¿representa usted a la Estación Graf, a un departamento de la Unión de Hábitats Libres o a una entidad aún más grande? ¿Y quién revisa sus recomendaciones o sanciona sus acuerdos?

«¿Y cuánto tiempo tardan?»

Ella vaciló, y Miles se preguntó si lo estaba estudiando con la misma intensidad con que él la había estudiado. Los cuadrúmanos vivían aún más que los betanos, que tenían una media de edad de ciento veinte años estándar, y podían alcanzar el siglo y medio. ¿Qué edad tenía aquella mujer?

—Soy Selladora del Departamento de Relaciones Planetarias de la Unión. Creo que algunas culturas planetarias lo considerarían un ministro plenipotenciario de su Departamento de Estado, o como se llame el cuerpo que administre sus embajadas. He servido al departamento durante los últimos cuarenta años, realizando viajes como consejera aprendiz y experta para la Unión en ambos de nuestros sistemas fronterizos.

Los vecinos cercanos del cuadrispacio se hallaban a unos cuantos saltos de distancia de las rutas más transitadas; estaba diciendo que había pasado tiempo en los planetas. «Y, de paso, que lleva haciendo este trabajo desde antes de que yo naciera.» Si no era de esas personas que piensan que cuando has visto un planeta los has visto todos, aquello era prometedor. Miles asintió.

—Mis recomendaciones y acuerdos serán revisados por mi grupo de trabajo en Union Station… el Consejo de Directores de la Unión de Hábitats Libres.

Bueno, así que había un comité, pero felizmente no estaba allí. Miles la consideró más o menos el equivalente a un ministro barrayarés del Consejo, por encima de su propio peso como Auditor Imperial. Cierto, los cuadris no tenían nada en su estructura gubernamental que fuera equivalente a un conde de Barrayar, aunque no parecían tener nada que perder con ello. Miles reprimió un bufido. A una capa de la cima, Greenlaw tenía un número finito de personas a las que complacer o persuadir. Se permitió el primer atisbo de esperanza ante una negociación razonablemente flexible.

Ella alzó las blancas cejas.

—Dijeron que era usted la Voz del Emperador. ¿De verdad creen los barrayareses que la voz de su Emperador sale por su boca, a través de todos estos años-luz?

Miles lamentó no poder echarse hacia atrás en ninguna silla; en cambio, enderezó un poco la espalda.

—El nombre es un recurso legal, no una superstición, si es eso lo que pregunta. De hecho, ser Voz del Emperador es un apodo para mi trabajo. Mi verdadero título es Auditor Imperial: un recordatorio de que mi primera tarea es siempre escuchar. Respondo por y ante el Emperador Gregor exclusivamente.

Parecía un buen momento para evitar referirse a complicaciones como una potencial moción de censura del Consejo de Condes y otras medidas al estilo de Barrayar. «Como el asesinato.»

El oficial de seguridad Venn intervino.

—Entonces, ¿controla usted o no controla a las fuerzas militares de Barrayar que están aquí, en el espacio de la Unión?

Evidentemente conocía lo bastante a los soldados barrayareses y le costaba imaginar al pequeño ser encorvado que flotaba ante él dominando al tozudo Vorpatril o a sus sin duda grandes y sanos soldados.

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