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Lois Bujold: Fronteras del infinito

Здесь есть возможность читать онлайн «Lois Bujold: Fronteras del infinito» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1992, ISBN: 84-406-2526-X, издательство: Ediciones B, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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Miles hizo que Gordo Tonto se pusiera al paso, con las riendas sueltas y caminó despacio, como paseando, detrás de la yegua, con un aire de profunda tranquilidad en la cara y el paso.

¿Quién? ¿Yo? No, no quiero atraparte. Sólo estamos disfrutando del paisaje, sí, sí. Eso es, quédate quieta un segundo, come algo. La yegua alazana se detuvo a arrancar unas hierbas pero no dejó de observar con ojo preocupado el avance de Miles.

Justo a la distancia necesaria para no asustar a la yegua y obligarla a trotar de nuevo, Miles detuvo a Gordo Tonto y se deslizó al suelo. No hizo ningún movimiento hacia la yegua. Se quedó de pie en su sitio y rebuscó en los bolsillos con grandes movimientos. Gordo Tonto levantó la cabeza y lo miró con ansia. Miles lo llamó con dulzura y le dio un pedacito de azúcar. La yegua levantó las orejas, interesada. Gordo Tonto levantó los labios y estiró el cuello, buscando más. La yegua se acercó un poco para recibir lo suyo. Levantó un cubito de la palma de Miles mientras él le pasaba el brazo muy despacio sobre el cuello y tomaba las riendas.

—Aquí tiene, doctor Dea. El caballo. Sin correr.

—No es justo —se quejó Dea, que se acercaba—. Usted tenía azúcar en sus bolsillos.

—Claro que tenía azúcar en los bolsillos. Eso se llama previsión, y planificación. El truco para manejar caballos no es ser más rápido ni más fuerte que ellos. Eso es poner las debilidades de uno frente a sus puntos fuertes. El truco es ser más inteligente que el caballo. Eso sí es poner nuestro punto fuerte contra su debilidad. ¿Entiende?

Dea tomó las riendas.

—Esta yegua se está riendo de mí —dijo con recelo—. Se relame.

—Eso no es relamerse, es relinchar —sonrió Miles. Palmeó a Gordo Tonto detrás de su pata trasera, y el caballo gruñó y se arrodilló. Miles subió a la montura, que así quedaba a una altura más conveniente para él.

—¿El mío también hace eso? —preguntó el doctor Dea, fascinado.

—Lo lamento, pero no.

Dea miró a su yegua con rabia.

—Este animal es idiota. Lo llevaré de las riendas un rato.

Mientras Gordo Tonto volvía a ponerse de pie, Miles suprimió un comentario de instructor de equitación, uno de esos comentarios que había sacado del depósito del abuelo, algo así como Sea más inteligente que el caballo, Dea. Aunque el doctor Dea había jurado ser fiel al señor Vorkosigan durante esa investigación, el teniente cirujano espacial Dea tenía un rango obviamente más alto que el alférez Vorkosigan. Dirigir a hombres más maduros que uno y con mayor rango requería, evidentemente, cierto tacto.

El sendero de troncos se ensanchó un poco más adelante y Miles se colocó hacia atrás, junto a Harra Csurik. La determinación y ferocidad que había mostrado ella la mañana del día anterior en los portones parecía estar desapareciendo a medida que el sendero subía hacia su hogar. O tal vez era simplemente el cansancio que se cobraba su precio. Había dicho poco en toda la mañana y por la tarde se había hundido en el silencio. Si pensaba arrastrar a Miles hasta allí para después lloriquear. y arrepentirse…

—¿En qué… en qué rama del Servicio estaba su padre? —preguntó Miles para empezar una conversación.

Ella se pasó una mano por el cabello con un gesto como de estar peinándose, un gesto nervioso, más que de vanidad. Sus ojos lo miraron a través de las pestañas color paja como criaturas débiles escondidas bajo un risco.

—Milicia de distrito, señor. En realidad no lo recuerdo, murió cuando yo era muy pequeña.

—¿En combate?

Ella asintió.

—En la guerra, alrededor de Vorbarr Sultana, durante la guerra de Sucesión de Vordarian.

Miles se mordió la lengua para no preguntarle qué lado había arrastrado a su padre a la lucha: la mayoría de los soldados de infantería no habían podido elegir, y la amnistía había incluido a los muertos tanto como a los vivos.

—Tiene parientes?

—No, señor… Mi madre y yo somos las únicas que quedamos.

Una tensión anticipatoria se aflojó en el cuello de Miles. Si el juicio llegaba a la ejecución, un sólo error podía disparar una enemistad profunda y sangrienta entre familias. Y eso no sería la justicia y la legalidad que el conde quería que él dejara a su paso. Así que cuantos menos parientes hubiera, mejor.

—¿Y la familia de su esposo?

—Son siete. Cuatro hermanos y tres hermanas.

—Mmm… —Miles tuvo una imagen instantánea y mental de un grupo entero de gigantes amenazantes de las colinas. Miró a Pym, hacia atrás, y sintió que para este trabajo le faltaba personal. Había señalado el problema al conde cuando planeaban juntos la expedición la noche anterior.

—El portavoz del pueblo y sus ayudantes serán tu apoyo —había declarado el conde—, como cuando va el magistrado de distrito.

—¿Y si no quieren cooperar? —había preguntado Miles, nervioso.

—Un oficial que espera dirigir un día las tropas del Imperio —había contestado el conde— debería saber cómo obligar al portavoz de un pueblecito a cooperar con él.

En otras palabras, su padre había decidido que ésa era una prueba que él tendría que pasar y no pensaba ayudarle más. Gracias, papá.

—¿Usted no tiene parientes, señor? —dijo Harra, llevándole de vuelta al presente con brusquedad.

—No. Pero seguramente eso es algo que saben todos, incluso en el interior.

—Bueno, se dicen muchas cosas de usted —Harra se encogió de hombros.

Miles se mordió la lengua para no hacer la pregunta morbosa de siempre y ésta le pareció amarga en la boca, como un limón. No iba a preguntar, no iba a preguntar, no… pero no podía dejar de hacerlo.

—¿Cómo qué? —hizo pasar con fuerza por los labios medio cerrados.

—Todo el mundo sabe que el hijo del conde es un mutante.

—Los ojos de ella temblaron y se abrieron, desafiantes—. Algunos dicen que vino porque el conde se casó con esa mujer de otro mundo. Otros, que fue por una radiación de la guerra o tina enfermedad que contrajo en, humm, prácticas corruptas con otros oficiales de su edad en su juventud…

Esa última era nueva para Miles. Levantó una ceja.

—Pero la mayoría dice que sus enemigos envenenaron a la condesa.

—Me alegro de que la mayoría sepa la verdad. Fue un intento de asesinato con gas soltoxina cuando mi madre estaba embarazada de mí. Pero no es… — una mutación, su pensamiento saltó a través de vericuetos muy familiares. ¿Cuántas veces había explicado lo mismo?, es teratogénico, no genético. No soy un mutante, no… Pero, ¿qué mierda podía importarle a esa mujer ignorante semejante diferencia bioquímica? Para ella, en la práctica, era lo mismo que fuera un mutante— importante.

Ella lo miró de costado, hamacándose dulcemente en el ritmo de su caballo.

—Algunos dicen que usted nació sin piernas y que vive en tina silla flotante en la casa Vorkosigan. Otros, que nació sin huesos.

—… y que me tienen en una jarra en el sótano, claro —murmuró Miles.

—Pero Karal dice que lo vio con su abuelo en la feria de Hassadar, y que solamente le pareció enclenque y enfermizo. Algunos dicen que su padre lo metió en el Servicio y otros que no, que se fue a otro planeta, a la casa de su madre e hizo que convirtieran su cerebro en un ordenador y que alimentaran su cuerpo con tubos, y que pasa todo el tiempo flotando en un líquido…

—Sabía que habría una jarra en algún lugar de esta historia suspiró Miles, haciendo una mueca. También sabías que no te iba a gustar la respuesta y que ibas a arrepentirte de haber pre guntado, pero tenías que hacerlo. Ella estaba poniéndole un cebo, pensó Miles de pronto. ¿Cómo diablos se atrevía … ? Pero no había humor en ella, solamente una vigilancia atenta, aguda.

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