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Lois Bujold: Fronteras del infinito

Здесь есть возможность читать онлайн «Lois Bujold: Fronteras del infinito» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1992, ISBN: 84-406-2526-X, издательство: Ediciones B, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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—¿Y luego? —la acicateó Miles, descompuesto.

—Me maldijo y se fue a dormir a casa de su madre. Dijo que por lo menos allí iba a poder dormir y que necesitaba descansar para seguir trabajando. Yo tampoco había dormido…

Ese tipo suena como un ganador nato. Miles tuvo una imagen instantánea del hombre, un toro con modales de toro… y sin embargo, faltaba algo en el clímax de la historia de la mujer…

El conde también estaba interesado. Escuchaba con toda su atención, la mirada de un estratega, una intensidad de ojos entrecerrados que se podía confundir con aburrimiento o sueño, cosa que hubiera sido un error muy grave.

—Fue usted testigo ocular? —preguntó en un tono engañosamente manso que puso a Miles alerta—. ¿Le vio usted matarla?

—La encontré muerta a media mañana, señor.

—Entró en el dormitorio y… —la ayudó a seguir el conde Vorkosigan.

—Sólo tenemos una habitación. —Ella le lanzó una mirada como si por primera vez dudara de su omnisciencia—. Se había dormido, se había dormido por fin. Me fui a juntar bayas, por la quebrada. Y cuando volví… Debería haberla llevado conmigo, pero estaba tan contenta de que por fin estuviera durmiendo… —Las lágrimas cayeron de los ojos cerrados y apretados de la mujer—. La dejé dormir cuando volví. Me alegré de poder comer y descansar, pero después empecé a sentir los senos llenos —se tocó un seno con la mano—, y fui a despertarla…

—¿Y no había alguna marca? ¿No tenía el cuello cortado? —preguntó el conde. Ese era el método usual para los infanticidios del interior de la región, rápido y limpio comparado con… digamos, dejar al bebé al sol durante un tiempo…

La mujer meneó la cabeza.

—Creo que la ahogó con algo, señor. Fue cruel, fue algo muy cruel. El portavoz del pueblo dice que, seguramente, la ahogué yo sin darme cuenta, aplastándola, y que no debo presentar mi queja contra Lem. ¡Yo no la aplasté! Ella tenía su propia cuna. Lem se la hizo con sus propias manos cuando yo todavía la tenía en el vientre… —Estaba a punto de derrumbarse.

El conde intercambió una mirada con su esposa, e hizo un gesto leve con la cabeza. La condesa Vorkosigan se levantó con suavidad.

—Venga, Harra, entre. Tiene que lavarse y descansar antes de que Miles la lleve a su casa.

La mujer de la colina parecía muy sorprendida.

—No, no en su casa, señora…

—Lo lamento, es lo único que tengo a mano. Aparte de las barracas, claro. Los guardias son buenos chicos, pero usted los pondría muy nerviosos. —La condesa se la llevó charlando.

—Está claro —dijo el conde Vorkosigan apenas las mujeres estuvieron lejos— que tendrás que controlar los hechos médicos antes de… bueno, terminar. Y espero que hayas notado también el problemita que hay con respecto a la identificación del acusado. Éste puede ser el caso ideal para una demostración pública, pero no si hay ambigüedades involucradas… No debe haber ningún misterio…

—No soy un juez de instrucción ni un investigador —señaló Miles. Si podía escaparse de ese lazo…

—Claro que no. Te llevarás al doctor Dea.

El teniente Dea era el ayudante del médico del primer ministro. Miles lo había visto, un joven médico militar ambicioso, en constante estado de frustración porque su superior nunca le dejaba tocar a su paciente más importante… Ah, iba a sentirse excitado y contento con esa misión, predijo Miles de mal humor.

—Puede llevar su equipo óseo —le dijo el conde con una sonrisa—, en caso de que haya algún accidente.

—¡Qué económico! —contestó Miles revolviendo los ojos—. Mire… suponga… suponga que la historia es cierta y atrapamos a ese tipo. ¿Tengo que… personalmente…?

—Llevarás a uno de los hombres de librea como guardaespaldas. Y si la historia es cierta… como verdugo.

Eso mejoraba las cosas, pero muy poco, por cierto.

—¿No se puede esperar al magistrado de distrito?

—Ese magistrado juzga siempre en mi lugar. Cada sentencia que se ejecuta, se ejecuta en mi nombre. Algún día, será en el tuyo. Es tiempo de que comprendas bien el proceso. Históricamente, los Vor podrán ser una casta militar, pero los deberes de un señor de la familia nunca fueron sólo militares.

No había escapatoria. Mierda, mierda, mierda. Miles suspiró.

—Correcto. Bueno… supongo que podemos coger el coche aéreo y estar allí en dos horas, más o menos. Necesitaré algo de tiempo para encontrar el agujero correcto. Bajar del cielo y hacer que el mensaje del señor se oiga alto y claro… volver antes de la noche. —Terminar pronto y sacármelo de encima.

El conde tenía otra vez esa mirada alerta en los ojos entrecerrados.

—No… —aclaró—. En el coche aéreo no creo…

—No hay caminos para ir en un automóvil de tierra, no hasta allí mismo. Sólo pistas. —Y agregó, inquieto, seguro de que su padre no podía estarlo pensando—: No creo que, a pie, pueda impresionar a nadie como figura central del poderío Imperial, señor.

Su padre levantó la vista mirando el uniforme tieso y sonrió.

—Ah, no estás tan mal.

—Pero piense en mí después de tres o cuatro días de cortar arbustos para abrirme paso —protestó Miles—. Usted no nos vio en Básico. Ni nos olió.

—Pero pasé por allí —dijo el almirante con sequedad—. Aunque no, tienes razón. A pie no. Tengo una idea mejor.

Mi propia caballería, pensó Miles irónicamente, revolviéndose en la montura, como el abuelo. En realidad, estaba casi seguro de que el viejo hubiera tenido comentarios muy ácidos sobre los jinetes que lo seguían en línea entre los bosques, eso, después de haberse revolcado de risa frente al despliegue de los conocimientos del equipo en materia de equitación. Los animales de los establos de los Vorkosigan habían disminuido muchísimo desde la muerte del viejo, que siempre se había interesado en ellos. Se habían vendido los caballos de polo y los pocos animales viejos y malhumorados que quedaban estaban a pasto, en las praderas, permanentemente. El puñado de caballos de silla que todavía se cuidaban habían sido elegidos por la seguridad de su paso y sus buenos modales, no por lo exótico de su sangre, y un grupo de niñas del pueblo los mantenía siempre en forma y de buen humor para los huéspedes ocasionales.

Miles recogió las riendas, apretó un tobillo y cambió de lugar el peso. Gordo Tonto, su caballo, respondió con una media vuelta nítida y dos pasos hacia atrás bien precisos. Ni siquiera un ignorante de la ciudad hubiera podido confundir a ese ruano robusto con un caballo de pura sangre, pero Miles lo adoraba por sus ojos líquidos y oscuros, su morro ancho de terciopelo, su talante flemático que no se dejaba conmover ni por arroyos enloquecidos ni por aullantes coches aéreos, pero sobre todo por la forma en que respondía a su exquisito entrenamiento. Cerebro mucho mejor que belleza. Cuando estaba con él, Miles se sentía más tranquilo, ese animal era un calmante emocional para él, como un gato que ronronea. Miles le dio unas palmadas en el cuello.

—Si alguien pregunta —murmuró—, diré que te llamas Capitán. —Gordo Tonto movió una oreja inquieto y emitió un bufido sonoro desde el fondo de su pecho.

El abuelo tenía mucho que ver con el desfile increíble que encabezaba Miles. El gran general de las guerrillas había salido de esas montañas, en su juventud, a luchar contra los invasores cetagandanos y los había detenido primero. Y después los había hecho retroceder. Los bombarderos antiaéreos sin calor, adquiridos de contrabando a un alto costo en vidas desde otros planetas, habían tenido mucho más que ver con la victoria final que los caballos de los soldados del abuelo que, según él, habían salvado a las fuerzas durante el peor invierno de la campaña, sobre todo porque eran comestibles. Pero en las historias románticas que surgieron después, el caballo se había convertido en el símbolo de esa lucha.

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