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George Effinger: Cuando falla la gravedad

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George Effinger Cuando falla la gravedad
  • Название:
    Cuando falla la gravedad
  • Автор:
  • Издательство:
    Martínez Roca
  • Жанр:
  • Год:
    1989
  • Город:
    Madrid
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-270-1369-8
  • Рейтинг книги:
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El Budayén, los bajos fondos de una ciudad árabe anónima, está construido al lado del cementerio, y quien se interna en sus callejones lo hace consciente del peligro que corre: ni sus habitantes —prostitutas, proxenetas y traficantes de drogas— ni la policía se preocupan demasiado si un desconocido aparece acuchillado y tirado en la esquina. Tal es el ambiente en el que se ha criado Marîd Audran, un hombretón que nunca ha necesitado llevar armas y que es respetado en su independencia. Pero nadie podría haber imaginado la pesadilla en la que se convertiría su vida después de que un extraño muriera asesinado por alguien conectado a un módulo de James Bond… Una novela vertiginosa, en la que se dan cita los logros de la informática, la novela negra y la ciencia ficción.

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—Tú has metido allí a buena parte de la población. Tendrás un gran comité de bienvenida esperándote.

Se estremeció.

—Creo que en cuanto reúna mis objetos personales, haré las maletas y me desvaneceré en la noche. Espero que me den una recomendación. Me refiero a que, agente extranjero o no, he hecho un buen trabajo por la ciudad. Nunca he comprometido mi integridad, excepto unas pocas veces.

—¿Cuánta gente puede, con honestidad, decir lo mismo? Tú eres de su misma especie, Okking.

Era la clase de tipo que saldría de eso y además lo convertiría en una recomendación a su favor. Encontraría trabajo en cualquier lugar.

—¿Te gusta verme en problemas, Audran?

De hecho, sí. Pero en lugar de responder, me volví hacia mi bolsa y volví a meter todo en ella. Había aprendido la lección, así que me guardé la pistola entre los pliegues de mi túnica. De la conversación de Okking deduje que el interrogatorio formal había acabado y podía irme.

—¿Vas a quedarte en la ciudad hasta que agarren al asesino de Nikki? —pregunté—. ¿Vas a hacer eso, como mínimo?

Volví el rostro hacia él. Estaba sorprendido.

—¿Nikki? ¿De qué me hablas? Tenemos al asesino, ahora mismo va camino al talego. Estás obsesionado, Audran. No tienes ninguna prueba de un segundo asesino. Deja de joder o pronto aprenderás lo rápido que los héroes pasan a ser ex héroes. Te pones demasiado pesado con eso.

¡Vaya forma de pensar de un poli! Atrapé a Khan y se lo entregué a Okking; y éste iba a decir a todo el mundo que Khan era el asesino de todos, desde Bogatyrev a Seipolt. Por supuesto, Khan había matado a Bogatyrev y a Seipolt, pero yo estaba seguro de que era inocente con respecto a los asesinatos de Nikki, Abdulay y Tami. ¿Tenía alguna prueba? No, nada tangible; sin embargo, si fuese de otro modo, todo carecía de sentido. Era un nido de ratas internacional. Un bando intentaba secuestrar a Nikki y llevarla con vida al país de su padre, y el otro quería matarle para prevenir el escándalo. Si Khan había asesinado a gente de los dos bandos, su acción tenía sentido sólo si no era más que un psicópata que se cargaba a la gente de forma insensata y sin plan preconcebido alguno. Eso no era cierto. Se trataba de un asesino cuyas víctimas habían sido liquidadas según el esquema de sus patrones, y para proteger su propio anonimato. El hombre que mutiló a Seipolt no era un loco, no era el verdadero Khan, sólo llevaba un moddy de Khan.

Y ese hombre no tenía nada que ver con la muerte de Nikki.

Otro asesino andaba suelto por la ciudad, aunque a Okking le pareciera conveniente olvidarle.

Unos diez minutos después de que Okking con sus hombres y yo siguiéramos caminos distintos, el teléfono sonó. Era Hassan que me volvía a llamar para contarme lo que «Papa» había dicho.

—Yo también tengo algunas noticias, Hassan.

—Friedlander Bey te verá en seguida. Enviará un coche a buscarte dentro de quince minutos. Confío en que estás en casa.

—No, esperaré fuera del edificio. Tenía una compañía muy interesante, pero ahora todos se han marchado.

—Muy bien, hijo mío. Te merecías un agradable descanso con tus amigos.

Miré el cielo cubierto de nubes; pensé en mi enfrentamiento con Khan y me pregunté si me reiría de las palabras de Hassan.

—No he tenido mucha tranquilidad.

Le dije lo que había ocurrido desde la última vez que habíamos hablado hasta que se llevaron al asesino contratado por Okking.

Hassan tartamudeó, asombrado.

—Audran —dijo cuando recobró el control—, a Alá le place que estés a salvo, que el maníaco haya sido capturado y que la sabiduría de Friedlander Bey triunfe.

—Tienes razón —dije —. Dale todos los méritos a «Papa». Él me concedió el beneficio de su sabiduría. Ahora que lo pienso, no obtuve más ayuda de él que de Okking. Sí, me arrinconó e hizo que me abrieran la cabeza; después de eso, se limitó a sentarse y arrojó dinero a mi paso. «Papa» sabe todo lo que ocurre en el Budayén, Hassan. ¿Quieres decir que él y Okking han estado ociosos, absolutamente desconcertados? No me lo creo. Descubriré cuál era el papel de Okking en todo esto. Aunque preferiría saber qué hacía «Papa» entre bastidores.

— ¡Silencio, hijo de perro enfermo! —Hassan perdió sus modales congraciadores y dejó asomar su verdadero ser, algo que no hacía muy a menudo—. Tienes mucho que aprender todavía sobre mostrarte respetuoso con los mayores y mejores que tú.

Entonces, de repente, el viejo Hassan, el mendaz y casi bufonesco Hassan prosiguió:

—Aún te hallas bajo la tensión del conflicto. Perdóname por perder la paciencia contigo, soy yo quien debe ser más comprensivo. Todo sucede como Alá desea, ni más ni menos. Así que, hijo mío, el coche irá a buscarte pronto. Friedlander Bey estará satisfecho.

—¿No es momento para hacerle un pequeño regalo, Hassan?

Hassan se rió.

—Tus noticias serán suficiente regalo. Ve en paz, Audran.

No dije nada y corté la comunicación. Volví a echarme la bolsa al hombro y caminé hacia el edificio de mi antiguo apartamento. Me encontraría con «Papa» y luego me escondería en el armario de Ishak Jarir. El lado bueno después de lo ocurrido era que Khan estaba ahora fuera de escena. Y Khan fue el único de los dos asesinos que demostró deseos de eliminarme. Eso significaba que probablemente el otro me dejaría vivir. Al menos, en eso confiaba.

Mientras esperaba el automóvil de «Papa», pensé en mi lucha con Khan. Odiaba a aquel tipo de una manera terrible; todo lo que hice fue recordar el horror del cuerpo mutilado de Selima, y la repulsión que sentí cuando tropecé, por casualidad, con los cadáveres en la mansión de Seipolt. Primero, él había matado a Bogatyrev, el tío de Nikki, quien, a su vez, deseaba la muerte de ésta. Nikki era la clave; el resto de los homicidios formaban parte de una frenética cobertura que se suponía mantendría el escándalo ruso en secreto. Creo que había funcionado; bueno, en la ciudad lo sabía bastante gente, pero sin un príncipe de la corona vivo que obstaculizara a la monarquía, el escándalo no estallaría en la Rusia blanca. El rey Vyacheslav estaba a salvo en su trono, los realistas habían ganado. De hecho, con un poco de astucia y cuidado, podrían utilizar el asesinato de Nikki para fortalecer su dominio sobre el inestable país.

Nada de eso me preocupaba. Después de la pelea con Khan, le dejé vivir… un rato: tenía una cita con el verdugo en el tribunal de justicia de la mezquita Shimaal. Mientras tanto, aliviémosle de sus brutalidades en el temor de Alá.

La limusina llegó y me condujo hasta la finca de Friedlander Bey. El mayordomo me escoltó hasta la misma salita de espera que había visto dos veces antes. Esperé a que «Papa» terminara sus plegarias. Friedlander Bey no hacía de su devoción un espectáculo, lo que, en cierto sentido era de alabar. A veces, su fe me avergonzaba; en esas ocasiones, acudían a mi memoria las crueldades y crímenes de los que él era responsable. Me engañaba a mí mismo; Alá sabe que nadie es perfecto. Estoy seguro de que Friedlander Bey no se hacía ilusiones sobre sí mismo. Al menos, rogaba a Dios que le perdonase. En una ocasión, «Papa» me lo había explicado: tenía que velar por un gran número de parientes y asociados y, a veces, el único modo de protegerles consistía en mostrarse inflexible y duro con los extraños. Bajo ese prisma, era un gran gobernante y un padre severo, pero amante de su gente. Por otro lado, yo era un don nadie que llevaba a cabo bastantes acciones ilegales sin provecho y ni siquiera tenía el atenuante de suplicar el perdón de Alá.

Al fin uno de los dos enormes nombres que custodiaban a «Papa» me hizo una señal. Entré en el despacho. Friedlander Bey me esperaba sentado en el antiguo diván lacado.

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