Esbozó una sonrisa cansina.
—¿Cuándo te he dicho que no?
—Nunca, que yo recuerde —repuse.
—Ni lo haré jamás.
Se volvió y se sirvió una copa de una botella especial que guardaba debajo de la barra.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Tende. Una especialidad de África oriental.
Titubeé.
—Ponme una.
La expresión de Chiri fue de burla seria.
—El tende no es bueno para el bwana blanco. Afecta al mgongo de bwana blanco.
—Ha sido un día muy largo y fatal también para mí, Chiri —dije, dándole un billete de diez kiam.
Pareció compadecerse. Me sirvió un poco de tende y levantó su vaso.
—Kwa siha yako —brindó en suahili. Levanté mi bebida.
—Sahtayn —dije en árabe.
Probé el tende. Mis cejas se levantaron. Tenía un sabor fuerte y desagradable. Aunque sabía que si insistía, llegaría a gustarme. Vacié el vaso.
Chiri movió la cabeza.
—Esta negra teme por bwana blanco. Espera que bwana blanco vomite sobre su bonita y limpia barra.
—Otra, Chiri. Venga.
—¿Tan malo ha sido el día? Querido, acércate a la luz.
Di la vuelta a la barra donde pudiera verme mejor. Debía tener una cara espantosa. Extendió la mano para acariciar los golpes de mi frente, alrededor de mis ojos, mis labios y mi nariz enrojecidos y partidos.
—Sólo deseo emborracharme con rapidez. Chiri —dije —, y estoy sin blanca.
—Le sacaste tres mil a aquel ruso, ¿no es lo que me dijiste? ¿O me lo ha contado alguien? Yasmin, tal vez. ¿Sabes?, después de que el ruso se tragara la bala, mis dos nuevas se largaron, y también Jámila.
Me sirvió más tende.
—Jámila no es una gran pérdida.
Era un travesti, un transexual que nunca intentó operarse. Empecé mi segunda copa. Cortesía de la casa.
—Para ti es fácil decirlo. Mira a los seductores turistas sin esas tetas desnudas moviéndose en el escenario. ¿Quieres decirme qué te ha pasado?
Agité el hielo del licor con cuidado.
—Otro día.
—¿Buscas a alguien en particular?
—A Nikki.
Chiri me dedicó una risita.
—Eso lo explica un poco, aunque Nikki no pudo pegarte de ese modo.
—Las «hermanas».
—¿Las tres?
Hice un a mueca.
—A nivel individual y en comandita.
Chiri miró hacia arriba.
—¿Por qué? ¿Qué les has hecho?
Solté un soplido.
—Todavía no lo sé.
Chiri irguió la cabeza y me observó de soslayo durante un instante.
—¿Sabes?, hoy he visto a Nikki. Ha venido a mi casa esta mañana, sobre las diez, para decirme que te diera las gracias. No me contó por qué, pero supuse que lo entenderías. Luego, fue a buscar a Yasmin.
Otra vez, la sangre me hirvió de rabia.
—¿Dijo adonde iba?
—No.
Me relajé de nuevo. Si alguien en el Budayén sabía dónde se encontraba Nikki, ésa era Tamiko. No me gustó la idea de enfrentarme a aquella puta loca, pero por todos los demonios que lo haría.
—¿Sabes dónde puedo comprar provisiones?
—¿Qué necesitas?
—Media docena de soneínas, media de trifets y media de butacuálidos.
—¿Y dices que estás sin blanca? —Alargó el brazo bajo la barra y cogió su bolso. Revolvió en él y sacó un tubo de plástico negro—. Llévate esto al lavabo de hombres y coge lo que necesites. Ya me lo devolverás. Lo arreglaremos, puede que te lleve a mi casa esta noche.
Era una idea excitante pero me amilanaba. He sido intimidado por pocas mujeres, transexuales, travestís u hombres. Quiero decir, que no soy una máquina de sexo sobrehumana, pero me las arreglo bien. La de Chiri, creo, era una proposición terrible. Esos maléficos dibujos de las cicatrices y sus afilados dientes…
—Ahora vuelvo —murmuré, mientras acariciaba el tubo con las pastillas.
—Precisamente tengo el nuevo moddy de Dulce Pilar —dijo Chiri a mi espalda—. Me muero por probarlo. ¿Nunca has deseado follar con Dulce Pilar?
Era una sugerencia muy tentadora, pero tenía asuntos pendientes para las próximas horas. Después… , con el módulo de personalidad de Dulce Pilar conectado, Chiri se convertiría en Dulce Pilar. Y lo haría como la Dulce Pilar hacía cuando el módulo fue registrado. Cierras los ojos y estás en la cama con la mujer más deseada del mundo, y tú eres el único hombre que quiere, que desea…
Cogí algunas tabletas y cápsulas del tubo de Chiri y volví al club. Por casualidad, Chiri miraba bajo la barra mientras yo colocaba el tubo negro en su mano.
—Nadie va a ganar pasta esta noche —dijo, con expresión aburrida—. ¿Otra copa?
—Tengo que irme. La acción es la acción.
—Los negocios son los negocios —repuso ella—. Así es. Lo sería si estos cabrones baratos gastasen un poco de dinero. Recuerda lo que te he dicho sobre mi nuevo moddy, Marîd.
—Escucha, Chiri, cuando termine, si todavía estás aquí, lo probaremos juntos. Inshallah.
Me sonrió de esa manera que tanto me gusta.
— Kwa herí, Marîd. —Assalam alaykum.
Me interné en la cálida y lluviosa noche, aspirando una profunda bocanada de la dulce fragancia de algún árbol en flor.
El tende me había levantado el ánimo y me había tragado un trifet y una soneína. Estaría bien cuando pusiera mis pies en el nido de ratas de esa falsa geisha de Tamiko. Ya había recorrido todo el camino desde la «Calle» hasta la Trece cuando descubrí que no iba a llegar. Suelo andar mucho más que eso. Decidí que no era la edad lo que me retrasaba, sino los malos tratos que mi cuerpo había recibido esa mañana. Sí, seguro que era eso.
Las dos y veinte, las tres de la madrugada y de la ventana de Tamiko salía música de koto. Llamé a su puerta hasta que la mano empezó a dolerme.
Por el sonido de la música o por su estado de drogadicción no podía oírme. Traté de forzar la puerta y comprobé que estaba abierta. Subí la escalera despacio y con sigilo. Casi todos los que me rodean en el Budayén tienen alguna modificación, módulos de personalidad y potenciadores conectados en el interior de sus cerebros, que les proporcionan habilidades, talento y entradas de información, o, como en el caso del moddy de Dulce Pilar, una personalidad nueva por completo. Sólo yo me movía entre ellos sin alteración, confiando en el valor, la cautela y el sentido común. Superaba a los buscavidas, enfrentándome con mi ingenio natural a su consciencia reforzada por ordenador.
En ese mismo momento, mi ingenio natural me avisaba de que algo iba mal. Tami no se habría dejado la puerta abierta, a no ser que Nikki hubiera olvidado su llave…
Al final de la escalera, la vi en la misma postura, más o menos, en que la había visto el día anterior. El rostro de Tamiko estaba pintado con el mismo blanco austero y los mismos horribles trazos negros. Desnuda, la palidez de su cuerpo artificial, mejorado por la cirugía, resaltaba sobre el suelo de madera. Su piel tenía una lánguida, enfermiza blancura, excepto en las marcas oscuras de quemaduras y moretones alrededor de sus muñecas y su garganta. Un gran corte, de oreja a oreja, había formado un enorme charco de sangre, en el que su maquillaje blanco se había corrido un poco. Esta «Viuda Negra» nunca más picaría a nadie.
Me senté a su lado sobre los almohadones y la observé mientras intentaba entender lo ocurrido. Puede que Tami se hubiera ligado al tipo equivocado y éste hubiese sacado su arma antes de que ella destapase la suya. Las marcas de quemaduras y los moretones indicaban tortura… , una larga, lenta y dolorosa tortura. Tami había pagado con creces lo que me había hecho a mí. Qadaa oo qadar. un juicio de Dios y del destino.
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