Guido Pagliarino - Un Giro En El Tiempo
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- Название:Un Giro En El Tiempo
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- ISBN:978-8-88-535610-8
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CapÃtulo 4
Tal y como aparecÃan en el segundo fragmento de pelÃcula, los nudistas alienÃgenas eran personas similares a los seres humanos, aparte de algunas caracterÃsticas importantes:
TenÃan una cara similar al rostro del koala terrestre, pero sin pelambrera y con cuatro dedos en cada mano, igual que eran cuatro los esqueletos humanoides recuperados, y por eso la aritmética de esa especie inteligente, como se deducÃa de las hojas con cuentas y se habÃa podido verificar tras descifrar los sÃmbolos, gracias los cálculos de la doctora de 29 años Raimonda Traversi, genio matemático y estadÃstico del equipo, era de base ocho 25: los ancestros de esos koalas antropomorfos debÃan haber empezado a contar en un pasado lejano con sus ocho dedos, mientras que los seres humanos habÃan usado para ese mismo fin sus diez dedos creando, por el contrario, una aritmética decimal; otra diferencia relevante era un marsupio en el vientre de las mujeres: âEspecie mamÃfera marsupial placentadaâ, habÃa decretado con absoluta obviedad el doctor mayor Aldo Gorgo, de 50 años, desliñado y desgarbado, cirujano militar de a bordo y biólogo coordinador del grupo cientÃfico astrobiológico.
Todo lo recuperado indicaba que, en el momento de su desaparición, la civilización del planeta 2A Centauri 26se encontraba en la misma situación cientÃfico-tecnológica que la Tierra en la primera mitad del siglo XX; sin embargo, una primera datación aproximativa de los diversos objetos y los esqueletos habÃa indicado que estos eran de una edad equivalente a los años terrestres entre 1650 y 1750, por lo que la civilización alienÃgena, en el momento de su extinción, habÃa precedido en más de dos siglos a la de nuestro planeta: al volver a casa, se repetirÃa la datación con instrumentos más sofisticados que los portátiles de la cronoastronave 22, pero muy probablemente no se habrÃan equivocado por mucho.
Entre los cientÃficos habÃa un gran deseo de descubrir la causa de la desaparición de aquella raza inteligente. En primer lugar, habrÃan podido obtener respuestas de la grabación del disco fónico recuperado, después de la limpieza sonora y un trabajo de interpretación, lo que no era fácil a pesar de la ayuda de los robots traductores, y también podrÃan haber ayudado dos documentos en papel recuperados en la misma habitación; pero este estudio y otros solo podrÃan llevarse a cabo tras volver a la Tierra en la Universidad de La Sapienza de Roma, en nombre la cual habÃa llegado la misión cientÃfica a ese planeta; y ahora era el momento de regresar a casa, al haber pasado el periodo, correspondiente a un máximo de tres meses terrestres después de la partida, tras el cual era obligatorio volver, debido a una ley del Parlamento de los Estados Confederados de Europa, la Ley del Cronocosmos.
Tras la cena, la mayor ingeniera Margherita Ferraris habÃa comunicado sin preámbulos a los oficiales fuera de servicio y los cientÃficos, todos sentado con ella en torno a la gran mesa de la sala de comidas y reuniones: âSeñores, pronto volvemos a casaâ: Margherita era una soltera de 37 años estilizada y de casi un metro ochenta y cinco, de cabello negro y rostro redondo y gracioso: una persona decidida y una oficial absolutamente brillante; se habÃa licenciado con la máxima nota hacÃa una docena de años en ingenierÃa espacial en el Politécnico de TurÃn y, habiendo sido admitida por concurso durante el último bienio también en la Academia Cronoastronáutica Europea, asociada con ese y otros politécnicos del continente, habÃa obtenido el grado de teniente del cuerpo al mismo tiempo que la licenciatura; tras entrar en servicio, fue asignada al principio como segundo oficial en una nave cronoastronáutica que llevaba el número 9, lo que equivalÃa a decir que era la novena en orden de construcción y al año siguiente habÃa ascendido a subcomandante de la misma cápsula con el grado de capitán: tenÃa una completa experiencia, ya que la nave 9 estaba dedicada principalmente a misiones especiales y, en los últimos años, a los viajes al pasado de la Tierra; Margherita habÃa sido ascendida recientemente a mayor y habÃa conseguido el mando de la novÃsima nave 22.
âEstamos impacientes por escuchar el disco sonoro en cuanto lleguemos a nuestro laboratorio de Romaâ, habÃa dicho a los comensales el profesor Valerio Faro, director en La Sapienza del Instituto de Historia de las Culturas y de las Doctrinas Económicas y Sociales, un soltero cuarentón de pelo rubio de casi dos metros de alto y fÃsico robusto.
âSÃ, yo también estoy impacienteâ, habÃa dicho también la doctora Anna Mancuso, investigadora de historia y colaboradora del Faro, una treintañera siciliana delgada y de grandes ojos verdes, rubia por ser descendiente lejana de los ocupantes normandos de la isla, guapa a pesar de no ser muy alta, apenas un metro setenta y cuatro, frente a la media femenina europea de uno ochenta.
âYo también tengo una gran curiosidad al respectoâ, habÃa intervenido el profesor antropólogo Jan Kubrich, un profesor asociado de la Universidad de La Sapienza de 45 años, rubicundo y grueso, de un metro ochenta y cinco, estatura media para los patrones masculinos de ese tiempo, hombre cientÃficamente riguroso, pero por desgracia apasionado por el vodka lima hasta el punto de poner en peligro su salud.
Le habÃa seguido Elio Pratt, profesor asociado de astrobiologÃa en La Sapienza, de 40 años, especializado en fauna y flora acuáticas, asà como excelente submarinista, premiado en competiciones de inmersión en los mares terrestres: âYa he podido conseguir muchos resultados sobre las especies que he reunido en los tanques, pero sin duda en Roma podré profundizar mucho másâ.
âSeguiré con mucho interés vuestro trabajo y creo que podrÃa seros útil con las traduccionesâ, habÃa dicho por su parte la matemática y estadÃstica Raimonda Traversi.
El coordinador del grupo astrobiológico, el doctor Aldo Gorgo, sin embargo no habÃa hablado: siendo el médico militar a bordo y no profesor ni investigador universitario, sencillamente habÃa continuado con su servicio en la nave, dejando la continuación de las investigaciones a los demás estudiosos.
Menos de una hora después, hora terrestre, la nave 22 habÃa abandonado la órbita del planeta dirigiéndose al espacio profundo para llevar a cabo, a la distancia reglamentaria de seguridad, el salto cronoespacial hacia la Tierra: igual que a la llegada, antes de entrar en órbita 2A Centauri se presentaba a los cronoastronautas en su totalidad, cubierta de hielo en las zonas ártica y antártica, sin tierras entre ambas y con los dos continentes, ambos en áreas boreales, de tamaños poco menores que Australia, separados por un estrecho brazo de mar, mientras que la otra cara del planeta estaba completamente cuberita por un océano.
A las 10 horas y 22 minutos, hora de Roma, del 10 de agosto de 2133, la cronoastronave 22 estaba en órbita en torno a nuestro mundo. Sobre la Tierra habÃan transcurrido poco más de dieciocho horas desde que la expedición cientÃfica se habÃa embarcado a las 16:20 del 9 de agosto con destino al segundo planeta de la estrella Alfa Centauri A: gracias al dispositivo Cronos de la cápsula, sobre la Tierra no habÃa pasado ni siquiera un dÃa, aunque la expedición habÃa estado mucho tiempo en aquel mundo extraño. El cansancio que sentÃan todos era sin embargo el de meses de trabajo realizado.
Los cientÃficos y la parte de la tripulación que iba a disfrutar del primer turno de descanso estaba deseosa de relajarse, algunos que no tenÃan familia con unas vacaciones tranquilas, algunos en la paz doméstica reencontrándose con sus seres queridos después de la larga separación. Los familiares, por el contrario, no sufrÃan la sensación de separación, pues para ellos pasaba muy poco tiempo hasta volver a reunirse. Tras la primeras experiencias, los viajeros y sus seres queridos se habÃan acostumbrado a las consecuencias de ese anacronismo, entre las cuales estaba el envejecimiento de quien se habÃa ido, aunque no fuera muy evidente, porque por este motivo, además de por el estrés que conllevaban, las misiones no podÃan durar más de tres meses. A diferencia de lo que habÃa previsto Einstein para los viajes especiales simples a velocidad próxima a la de la luz, según la cual el astronauta seguirÃa siendo joven y los habitantes de la Tierra habrÃan envejecido, las expediciones con saltos temporales no influÃan en la edad del cronoastronauta, solo sufrÃan la acción envejecedora natural debida al transcurrir de los meses durante las estancias en otros planetas y, para los cronoviajes, en la Tierra del pasado.
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