Robert Silverberg - El castillo de lord Valentine

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El castillo de lord Valentine: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles de años después de nuestra era, en el planeta Majipur existe un arcaico imperio feudal en el que, no obstante persisten restos de una avanzada tecnología. En este marco Valentine, un juglar itinerante, descubre a través de sueños y portentos su verdadera identidad: él es Lord Valentine, la Corona. Su cuerpo y su trono han sido ocupados por un usurpador.

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No pudieron salvar nada del vagón, ni ropas ni comida ni pertenencias ni material de malabarismo… Todo perdido, todo excepto lo que llevaban encima en el momento de hacer frente a los emboscados. Para Valentine no era una gran pérdida, pero para otros, en particular los skandars la pérdida era abrumadora. El vagón había sido su hogar durante mucho tiempo.

Fue difícil lograr que Zalzan Kavol abandonara el lugar. Estaba paralizado, incapaz de separarse de los cadáveres de sus hermanos y de la ruina de su vagón. Valentine le obligó amablemente a ponerse en pie. Algunos metamorfos, le explicó, podían haber huido en la refriega, y regresar pronto con refuerzos. Era peligroso quedarse allí. Rápidamente cavaron tumbas poco profundas en el blando suelo del bosque y enterraron a Thelkar y Heitrag Kavol. Luego, bajo la constante lluvia y en medio de una oscuridad cada vez mayor, partieron confiando en hacerlo en dirección este.

Caminaron durante más de una hora, hasta que se hizo demasiado oscuro para ver. Después acamparon miserablemente en empapada confusión, apretados unos a otros hasta el amanecer. Se levantaron con la primera luz del día, fríos y entumecidos, y avanzaron por el enmarañado bosque. La lluvia, por fin, había cesado. En esa zona el bosque no se parecía tanto a una jungla, y les creó pocos problemas, aparte de ocasionales riachuelos de rápida corriente que tuvieron que vadear con cuidado. En uno de ellos, Carabella perdió pie y fue recogida por Lisamon; en otro, Shanamir fue arrastrado aguas abajo, y Khun fue el encargado de ponerlo a salvo. Caminaron hasta el mediodía, y descansaron un par de horas. Tras una frugal comida compuesta por bayas y raíces, continuaron andando hasta el anochecer.

Y transcurrieron otros dos días del mismo modo.

Al tercero llegaron a una arboleda de duikos, ocho gruesos y rechonchos gigantes en el bosque, con monstruosos y abultados frutos colgando de ellos.

—¡Comida! —vociferó Zalzan Kavol.

—Comida sagrada para los hermanos del bosque —dijo Lisamon—. ¡Tened cuidado!

El hambriento skandar, pese a todo, ya estaba a punto de hacer caer una enorme fruta con su pistola de energía.

—¡No! —gritó severamente Valentine—. ¡Lo prohíbo!

Zalzan Kavol le miró con aire de incredulidad. Sus hábitos de mando se impusieron durante un instante, y lanzó una mirada feroz a Valentine, como si estuviera dispuesto a golpearle. Pero controló su ánimo.

—Mira —dijo Valentine.

Hermanos del bosque estaban saliendo de detrás de todos los árboles. Iban armados con sus cerbatanas. Al ver que aquellas delgadas criaturas similares a monos les rodeaban, y encontrándose tan fatigado, Valentine casi sintió deseos de morir. Pero sólo un momento. Recobró el brío y dio órdenes a Lisamon.

—Pregúntales si nos pueden ofrecer comida, y guías para llegar al Steiche. Si ponen un precio, actuaremos ante ellos con piedras o trozos de fruta.

La guerrillera, que doblaba la estatura de un hermano del bosque, salió al encuentro de las criaturas y conversó con ellas durante largo rato. Estaba sonriente cuando regresó.

—¡Saben que nosotros liberamos a sus hermanos en Ilirivoyne! —dijo.

—¡Entonces estamos salvados! —gritó Shanamir.

—Las noticias corren con rapidez en este bosque —dijo Valentine.

—Seremos sus invitados —continuó explicando Lisamon—. Nos darán comida. Nos guiarán.

Esa noche los vagabundos cenaron abundante cantidad de duika y otras golosinas del bosque, y hubo risas por primera vez desde la emboscada. Después los hermanos del bosque realizaron una especie de danza en su honor, poco más que monerías, y Sleet, Carabella y Valentine respondieron con una improvisada actuación, usando objetos cogidos en el bosque. Luego Valentine disfrutó de un sueño profundo y satisfactorio. En sus sueños tuvo el don de volar, y se vio remontándose hacia la cima del Monte del Castillo.

Por la mañana, un grupo de bulliciosos hermanos del bosque condujo a los malabaristas al río Steiche, un trayecto de tres horas desde la arboleda de duikos, y les despidieron con chirriantes gritos.

El río tenía una vista desembriagadora. Era amplio, aunque ni mucho menos como el poderoso Zimr, y avanzaba hacia el norte con asombrosa velocidad, con un flujo tan enérgico que había tallado un profundo lecho bordeado en numerosos lugares por altos muros de roca. En diversos puntos se alzaban sobre el agua temibles protuberancias pétreas, y río abajo había blancos remolinos formados por los rápidos.

La construcción de balsas duró día y medio. Los malabaristas talaron los árboles más jóvenes y delgados que crecían a la orilla, los podaron y alisaron con cuchillos y piedras afiladas y los ataron con enredaderas. Los resultados fueron poco elegantes, pero las balsas, aun siendo toscas, parecían bastante aptas para el río. Construyeron tres: una para los cuatro skandars, otra para Khun, Vinorkis, Lisamon y Sleet, y la tercera para Valentine, Carabella, Shanamir y Deliamber.

—Seguramente nos separaremos cuando vayamos río abajo —dijo Sleet—. Deberíamos elegir un lugar de reunión en Ni-moya.

—El Steiche y el Zimr confluyen en un lugar llamado Nissimorn. Allí hay una playa muy extensa. Reunámonos en la playa de Nissimorn.

—En la playa de Nissimorn, sea —dijo Valentine. Soltó la cuerda que ataba su balsa a la orilla, y la embarcación se alejó río abajo.

El primer día de navegación no hubo incidentes. Encontraron rápidos, pero no muy difíciles de cruzar, y los pasaron con ayuda de pértigas. Carabella demostró habilidad para gobernar la balsa, y salvó con resolución los ocasionales tramos rocosos.

Las balsas se separaron al cabo de unas horas; la de Valentine entró en una corriente secundaria y se alejó rápidamente de las otras dos. Aguardaron por la mañana, confiando en que sus compañeros les dieran alcance. Pero no hubo señales de las otras balsas y finalmente Valentine decidió continuar.

Adelante, adelante, adelante, casi siempre arrastrados sin problemas, con esporádicos momentos de ansiedad en las zonas de espumosa agua. Durante la tarde del segundo día el curso se hizo abrupto. El terreno declinó, descendió conforme se aproximaba al Zimr, y las aguas, al seguir la línea de descenso, brincaban violentamente sobre los obstáculos naturales. Valentine empezó a temer la presencia de saltos. No tenían mapas, ninguna noción de posibles peligros: tenían que juzgar los problemas en el momento que surgían. Valentine sólo podía confiar en la suerte para que la veloz corriente les llevara sanos y salvos a Ni-moya.

¿Y luego? En barco hasta Piliplok, en un buque de peregrinos hasta la Isla del Sueño y obtener una entrevista con la Dama, su madre. ¿Y luego? ¿Y luego? ¿Cómo reclamar el trono de la Corona si no se tenía el semblante de lord Valentine, el legítimo gobernante? ¿Con qué derecho, con qué autoridad? Valentine pensó que era una empresa imposible. Viviría mejor si se quedaba en el bosque, como caudillo de su cuadrilla. Ellos, sin ninguna dificultad, le aceptaban como lo que él pensaba ser. Pero en un mundo de millones de extraños, en un vasto imperio de gigantescas ciudades que se extendía más allá del horizonte, ¿cómo, cómo lograría convencer a los incrédulos de que él, Valentine el malabarista, era…?

No. Esos pensamientos eran absurdos. Nunca, jamás desde que se presentó, despojado de memoria y de pasado, en las afueras de Pidruid, había experimentado la necesidad de ejercer su autoridad sobre otras personas; y si había llegado a dirigir aquel grupito, era más por aptitud natural y por la renuncia de Zalzan Kavol que por un franco deseo por su parte. Y sin embargo, estaba al mando, aunque fuera de un modo incierto y discreto. Y así sería cuando siguiera viajando por Majipur. Avanzaría paso a paso, haría lo que le pareciera correcto y justo, y tal vez la Dama le guiaría. Y si el Divino lo deseaba, un día ocuparía de nuevo el Monte del Castillo. ¿Que ello no formaba parte del gran plan? Bien, también aceptaría eso. No había nada que temer. El futuro iría desplegándose con serenidad, siguiendo su rumbo genuino, tal como había ocurrido desde la llegada a Pidruid. Y…

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