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George Martin: Tormenta de espadas

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George Martin Tormenta de espadas
  • Название:
    Tormenta de espadas
  • Автор:
  • Издательство:
    Gigamesh
  • Жанр:
  • Год:
    2005
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-96208-08-7
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Tormenta de espadas: краткое содержание, описание и аннотация

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Las huestes de los fugaces reyes de Poniente, descompuestas en hordas, asolan y esquilman una tierra castigada por la guerra e indefensa ante un invierno que se anuncia inusitadamente crudo. Las alianzas nacen y se desvanecen como volutas de humo bajo el viento helado del Norte. Ajena a las intrigas palaciegas, e ignorante del auténtico peligro en ciernes, la Guardia de la Noche se ve desbordada por los salvajes. Y al otro lado del mundo, Daenerys Targaryen intenta reclutar en las Ciudades Libres un ejército con el que desembarcar en su tierra.

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Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuooooooooooooooooooooo.

El sonido siguió y siguió, hasta parecer que no iba a terminar nunca. Los cuervos aleteaban, graznaban, revoloteaban dentro de sus jaulas y chocaban contra los barrotes, y por todo el campamento se levantaban los hermanos de la Guardia de la Noche, se ponían las armaduras, se ceñían los cinturones de los que colgaban las espadas y echaban mano a los arcos y hachas de batalla. Samwell Tarly estaba de pie, temblando, con el rostro del mismo color de la nieve que se arremolinaba en torno a ellos.

—Tres —chilló, dirigiéndose a Chett—, han sido tres, he oído tres. No han tocado tres nunca. Jamás, en miles y miles de años. Tres significa…

—Los Otros.

Chett emitió un sonido a medio camino entre una risa y un sollozo, y de repente la ropa interior se le mojó, sintió cómo la orina le corría piernas abajo y vio el vapor que subía de la parte delantera de sus calzones.

JAIME

Un soplo de viento del este, tan suave y que olía tan bien como los dedos de Cersei, le revolvió el cabello enmarañado. Oía el canto de los pájaros y veía el río que fluía bajo la nave mientras el impulso de los remos los llevaba hacia la pálida aurora rosada. Después de tanto tiempo en la oscuridad, el mundo era tan hermoso que Jaime Lannister se sintió mareado.

«Estoy vivo y ebrio de luz del sol.» Una carcajada se le escapó de los labios, súbita como una codorniz espantada de su escondite.

—Silencio —refunfuñó la mujer, con el ceño fruncido.

Ese gesto era más propio de su rostro ancho y basto que la sonrisa, aunque Jaime no la había visto sonreír nunca. Se entretuvo imaginándosela con una de las túnicas de seda de Cersei, en lugar de su justillo de cuero acolchado. «Sería lo mismo vestir de seda a una vaca que a esta mujer.»

Pero la vaca remaba bien. Bajo sus calzones pardos de tela basta había pantorrillas como troncos, y los largos músculos de los brazos se le flexionaban y tensaban con cada movimiento de los remos. Incluso después de pasar remando la mitad de la noche, la moza no mostraba síntomas de cansancio, cosa que no podía decirse de Ser Cleos, su sobrino, que llevaba el otro remo. «Tiene el aspecto de una moza campesina, aunque habla como si fuera de noble cuna y lleva espada larga y una daga. Pero… ¿sabrá usarlas?» Jaime tenía la intención de aclarar ese punto tan pronto como pudiera liberarse de aquellos grilletes.

Llevaba esposas de hierro en las muñecas, y grilletes en los tobillos, unidos por una pesada cadena de un par de palmos de largo.

—Cualquiera diría que no os basta mi palabra de Lannister —bromeó mientras lo encadenaban.

En aquel momento estaba muy borracho gracias a Catelyn Stark. Sólo recordaba fragmentos sueltos de su huida de Aguasdulces. Habían tenido algunos problemas con el carcelero, pero la moza se había impuesto. Después, habían subido por una escalera interminable, dando vueltas y más vueltas. Jaime sentía las piernas tan endebles como la hierba y tropezó dos o tres veces antes de que la moza le ofreciera el brazo como apoyo. En un momento dado le pusieron una capa de viaje y lo echaron al fondo de un esquife. Recordó oír cómo Lady Catelyn le ordenaba a alguien que levantara la rejilla de la Puerta del Agua. Declaró, en tono que no admitía discusiones, que enviaba a Ser Cleos Frey de vuelta a Desembarco del Rey con nuevas condiciones para la reina.

En aquel momento debió de quedarse dormido. El vino le había dado sueño y era una delicia estirarse, un lujo que las cadenas del calabozo no le habían permitido. Hacía mucho tiempo que Jaime había aprendido a echar una cabezada sobre la silla de montar durante la marcha; aquello no resultaba más duro.

«Tyrion se va morir de risa cuando le cuente cómo me quedé dormido durante mi propia fuga.» Pero ya estaba despierto y los grilletes le resultaban un poco molestos.

—Mi señora —dijo en voz alta—, si me quitáis estas cadenas, haré vuestro turno con los remos.

Ella frunció de nuevo aquel rostro, todo dientes de caballo y suspicacia.

—Llevaréis las cadenas, Matarreyes.

—¿Creéis que vais a poder remar todo el trayecto hasta Desembarco del Rey, moza?

—Me llamaréis Brienne. No moza.

—Y yo me llamo Ser Jaime. No Matarreyes.

—¿Negáis que habéis matado a un rey?

—No. ¿Negáis vuestro sexo? Si es así, quitaos los calzones y demostrádmelo. —Le dedicó una sonrisa inocente—. Os pediría que os abrierais la blusa, pero a juzgar por vuestro aspecto, eso no demostraría gran cosa.

—Primo, sé más cortés —lo increpó Ser Cleos, mirándolo molesto.

«Éste tiene poca sangre Lannister.» Cleos era hijo de su tía Genna y de aquel idiota de Emmon Frey, que había vivido aterrorizado por Lord Tywin Lannister desde el día en que se casó con su hermana. Cuando Lord Walder Frey llevó a Los Gemelos a la guerra en el bando de Aguasdulces, Ser Emmon había preferido mantenerse fiel a su esposa antes que a su padre. «Roca Casterly se quedó con la peor parte en aquel trato», reflexionó Jaime. Ser Cleos parecía una comadreja, combatía como un ganso y tenía el coraje de una oveja particularmente valiente. Lady Stark había prometido liberarlo si entregaba aquel mensaje a Tyrion, y Ser Cleos había jurado con toda solemnidad que lo haría.

Todos habían negociado en aquella celda y habían hecho juramentos, Jaime más que nadie. Aquél era el precio que ponía Lady Catelyn para liberarlo. Le puso en el cuello la punta de la espada larga de la moza.

—Jura —exigió— que nunca más empuñarás las armas contra los Stark o los Tully. Jura que obligarás a tu hermano a honrar su juramento de devolverme a mis hijas sanas y salvas. Júralo por tu honor de caballero, por tu honor de Lannister, por tu honor como Hermano Juramentado de la Guardia Real. Júralo por la vida de tu hermana, la de tu padre, la de tu hijo, por los dioses antiguos y los nuevos, y te mandaré de vuelta con tu hermana. Niégate, y veré manar tu sangre.

Recordó el pinchazo del acero a través de los harapos cuando ella hizo girar la punta de la espada.

«Me pregunto qué opinará el Septon Supremo sobre la inviolabilidad de los juramentos cuando uno está totalmente borracho, encadenado a una pared y con una espada en el pecho.» No se trataba de que Jaime se preocupara de veras por aquel fraude flagrante ni por los dioses a los que decía adorar. Recordaba el balde que Lady Catelyn había pateado en su celda. Extraña mujer, que confiaba sus hijas a un hombre cuyo honor era pura mierda. Aunque, en realidad, no depositaba mucha confianza en él. «Pone todas sus esperanzas en Tyrion, no en mí.»

—Quizá no sea tan estúpida al fin y al cabo —dijo en voz alta.

Su celadora lo entendió mal.

—No soy estúpida. Ni sorda.

Fue cortés; burlarse de ella en esas circunstancias era tan fácil que no suponía ninguna diversión.

—Hablaba para mis adentros y no estaba pensando en vos. Es un hábito que se adquiere con facilidad en una celda.

Ella lo miró con el ceño fruncido, mientras llevaba los remos adelante y atrás, y de nuevo adelante, sin decir nada.

«Tiene tanta facilidad de palabra como belleza en el rostro.»

—Por tu forma de hablar, colijo que eres de noble cuna.

—Mi padre es Selwyn de Tarth, señor del Castillo del Atardecer por la gracia de los dioses.

Hasta aquella respuesta le fue dada de mala gana.

—Tarth —dijo Jaime—. Una enorme roca lúgubre en el mar Angosto, si mal no recuerdo. Y ha jurado fidelidad a Bastión de Tormentas. ¿Por qué sirves a Robb de Invernalia?

—A quien sirvo es a Lady Catelyn. Y ella me dio la orden de llevaros sano y salvo con vuestro hermano Tyrion en Desembarco del Rey, no de gastar palabras con vos. Manteneos en silencio.

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