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Gene Wolfe: La Urth del Sol Nuevo

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Gene Wolfe La Urth del Sol Nuevo
  • Название:
    La Urth del Sol Nuevo
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones Minotauro
  • Жанр:
  • Год:
    1996
  • Город:
    Buenos Aires
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-450-7145-9
  • Рейтинг книги:
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La Urth del Sol Nuevo: краткое содержание, описание и аннотация

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`Severian se ha convertido al fin en el Autarca de la Mancomunidad y está a punto de emprender un viaje a las estrellas en una nave de los hieródulos. El resultado de este viaje —que es también un viaje por el tiempo en el que Severian visita distintos lugares y épocas y se encuentra con personajes del presente y del futuro— determinará el destino de Urth. Si Severian obtiene un juicio favorable los extraterrestres transformarán el Sol viejo en un agujero blanco que dará nueva vida a Urth.

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Riendo, admití que no me habría sobrado un cuchillo cuando Sidero me había tirado de la plataforma.

—Uy, no —dijo ella—. Con un cuchillo ni lo habrías rasguñado. —Sonrió irónicamente.— Eso dijo el rufián cuando entró el marinero. —Me reí, y ella enlazó su brazo con el mío.— El caso es que el cuchillo no se usa sobre todo para luchar. Se usa para trabajar, de un modo u otro. ¿Cómo vas a empalmar una cuerda sin un cuchillo, o abrir una caja de raciones? Avanza con los ojos abiertos. En estas bodegas nunca se sabe qué puede aparecer.

—Estamos yendo hacia otro lado —dije.

—Conozco el camino, y si fuéramos por donde vinimos no descubrirías nada. Es demasiado corto.

—¿Qué pasa si Sidero apaga las luces?

—No podría. Una vez que las enciendes siguen así hasta que no quede nadie que vigilar. Oh, veo algo. Mira allí.

Miré, seguro de pronto de que durante la cacería de la criatura hirsuta Gunnie se había fijado en un cuchillo y ahora fingía descubrirlo. Sólo se veía un mango de hueso.

—Adelante. A nadie le va a molestar que te lo lleves.

—No es eso lo que estaba pensando —le dije.

Era un cuchillo de caza, de punta estrecha y una pesada hoja serrada de unos dos palmos de largo. Perfecto, pensé, para el trabajo rudo.

—Recoge también la vaina. No lo vas a tener todo el día en la mano.

Era de simple cuero negro, pero incluía un bolsillo que alguna vez había guardado una herramienta pequeña, y me recordó el bolsillo para la amoladera en la vaina de piel humana de Términus Est. El cuchillo ya me estaba gustando, y cuando vi eso, me gustó mucho más.

—Póntelo en el cinturón.

Le hice caso, y me lo coloqué a la izquierda para que equilibrara el peso de la pistola.

—Diría que un velero está así mejor estibado.

Gunnie se encogió de hombros.

—En realidad esto no es carga. Sólo trastos. ¿Sabes cómo está construido?

—No tengo la menor idea.

Se rió. —Lo mismo que todos, supongo. Nosotros nos pasamos ideas unos a otros, pero al final siempre descubrimos que son equivocadas. En parte, al menos.

—Habría pensado que conocíais vuestra nave.

—Es demasiado grande, hay muchos lugares adonde no nos llevan nunca, y solos no podemos saber dónde están. Pero tiene siete lados; así puede soportar más velamen. ¿Me sigues?

—Comprendo.

—Algunas cubiertas, creo que tres, tienen bodegas profundas. Allí va la carga principal. En las otras cuatro dejan unos espacios en forma de cuña. Algunas, como ésta, se usan para los trastos. Una parte es para camarotes y salas de la tripulación. Y a propósito, es mejor que regresemos.

Me había guiado hasta otra escalerilla y otra plataforma.

—En cierto modo —dije— imaginé que pasaríamos por un panel secreto, o que tal vez mientras caminábamos estos trastos, como los llamas tú, se transformarían en un jardín.

Gunnie meneó la cabeza. —Veo que ya la conoces un poco. Encima eres poeta, ¿no? Y apuesto a que mientes bien.

—Yo era el Autarca de Urth; eso me exigía mentir de vez en cuando, si así te gusta. Nosotros lo llamábamos diplomacia.

—Bien, déjame decirte que ésta es una nave de trabajo; sólo que no la construyó gente como tú y yo. Autarca… ¿quiere decir que gobernabas toda Urth?

—No, apenas una pequeña parte, aunque era el jefe legítimo de todo. Y desde que empecé el viaje he sabido que si tengo éxito no volveré como Autarca. Te veo singularmente impávida.

—Hay tantos mundos… —me dijo. De golpe se agachó y dio un salto, y se elevó en el aire como un gran pájaro azul. Aunque yo había dado saltos así, me extrañó verlo en una mujer. El ascenso la llevó algo menos de un codo por encima de la plataforma, y no habría sido incorrecto decir que flotaba.

Yo había pensado que el alojamiento de la tripulación sería una sala angosta como el castillo de proa del Samru. En cambio había una conejera de grandes cabinas, y muchos niveles que se abrían a andenes alrededor de un pozo de ventilación común. Gunnie dijo que era hora de que ella regresara a su puesto y sugirió que me buscara un camarote vacío.

Estuve a punto de recordarle que ya tenía un camarote, del que había salido hacía apenas una guardia; pero algo me retuvo. Asentí y le pregunté cuál era la mejor ubicación, queriendo decir —y Gunnie lo entendió bien— en qué cabina estaría más cerca de ella. Me la indicó y nos separamos.

En Urth las cerraduras más antiguas se dejan encantar con palabras. Mi camarote tenía cerradura parlante, y aunque las escotillas que habíamos abierto Sidero y yo no habían necesitado que les hablásemos, las puertas color oliva de los compartimientos de la tripulación eran de ese tipo. Las primeras dos que abordé me informaron que los camarotes que protegían estaban ocupados. Eran sin duda mecanismos viejos; noté que empezaban a tener diferentes personalidades.

La tercera me invitó a entrar diciendo:

—¡Qué cabina más bonita!

Le pregunté cuánto hacía que la bonita cabina estaba deshabitada.

—No lo sé, amo. Muchos viajes.

—No me llames amo —le dije—. Todavía no he decidido tomar tu cabina.

No hubo respuesta. Es obvio que esas cerraduras tienen una inteligencia seriamente limitada; de lo contrario se podría sobornarlas y seguro que pronto enloquecerían. Al cabo de un momento se abrió la puerta. Entré.

Comparada con el camarote que yo había dejado, no era una cabina bonita. Había dos literas angostas, un armario y un baúl; en un rincón, enseres sanitarios. Todo lo cubría tal capa de polvo que no me costó imaginármelo entrando en nubes grises por la rejilla de ventilación, aunque las nubes sólo pudiera verlas alguien capaz de comprimir el tiempo, de alguna manera, como lo comprimía la nave; alguien que viviera como los árboles, para los cuales cada año es un día; o como el Gyoll, corriendo por el valle de Nessus durante edades enteras del mundo.

Mientras pensaba esas cosas, cuya meditación me llevó más tiempo que hace un instante escribirlas, había encontrado un trapo rojo en el armario; después de humedecerlo en la pila, había empezado a quitar el polvo. Cuando advertí que ya había limpiado la tapa del baúl y el bastidor metálico de una litera, supe que quizá de un modo inconsciente había decidido quedarme. Localizaría mi camarote, por supuesto, y más que a menudo dormiría allí.

Pero también tendría esta cabina. Cuando me aburriera, me uniría a la tripulación para aprender algo más del manejo de la nave, lo que nunca aprendería como pasajero.

Además estaba Gunnie. Yo había tenido suficientes mujeres en los brazos como para no jactarme del número —uno descubre pronto que la unión mutila el amor cuando no lo acrecienta— y la pobre Valeria ocupaba muchas veces mi pensamiento; sin embargo tenía hambre del afecto de Gunnie. Como Autarca no me sobraban amigos: pocos aparte del padre Inire, y la única mujer era Valeria. Cierta calidad de la sonrisa de Gunnie me recordaba la infancia feliz con Thea (¡cómo aún la echaba de menos!) y el largo viaje hasta Thrax con Dorcas. Entonces yo había considerado ese viaje un mero exilio, y cada día me había apresurado a seguir adelante. Ahora sabía que en muchos sentidos había sido el verano de mi vida.

Enjuagué de nuevo el trapo, consciente de que lo había hecho muchas veces aunque no pudiera decir cuántas; cuando busqué otra superficie polvorienta, descubrí que ya las había limpiado todas.

El colchón no era asunto tan fácil, pero de alguna manera había que limpiarlo: estaba sucio como lo demás, y seguro que de vez en cuando querríamos usarlo. Lo saqué al andén que colgaba sobre el pozo de aire y lo golpeé hasta dejarlo sin polvo.

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